Para empezar, uno de ellos insiste en que el pay gap de la belleza es hasta de un 12% (se mueve en un porcentaje similar al de las brechas de género o raza). Es decir, que puedes cobrar un piquito más por tu cara bonita. Otro asegura que la apariencia física es importante, entre otras, en la industria inmobiliaria, porque puede incentivar la venta de viviendas. Y un último demuestra que la fisionomía adecuada te daría un empujón si te presentases a las elecciones presidenciales. Quizá Justin Trudeau tiene algo que decir al respecto.

Recuerdo una investigación de Harvard, Why Beauty Matters, que sintetiza bien el asunto: las personas guapas son más dicharacheras y extrovertidas porque tienen más seguridad en sí mismas. Por eso, de entrada, a los jefes les parecen (erróneamente, en ocasiones) mejores profesionales. Más tarde las cosas pueden cambiar, pero en una primera impresión, la belleza te habilita a empezar a correr antes de que suene el disparo del inicio de la carrera. En Harvard, a esta ventaja competitiva le llaman beauty premium. Y, si lo piensas bien, no solo la conoces, sino que has intentado usarla en alguna ocasión.

Tira la primera piedra si no te has maquillado como una puerta para una entrevista de trabajo, si no has preparado con esmero tu look antes de una primera cita, si no has colocado con intención el escote (¿dónde quedó el Wonderbra?) antes de salir de fiesta… La lista de recursos para tocar la tecla de nuestra mejor versión podría ser infinita, pero valgan estos tres ejemplos tan genéricos como demostración de que todas hemos estado ahí. Todas queremos gustar, que nos vean, que nos reconozcan, que nos validen. Y todas recurrimos a las mejores herramientas que tenemos a nuestra disposición para ello. Si tu amiga se quiere poner labios, culo y pecho como cualquiera de las Kardashian, existe una razón para ello más allá de que le guste esa determinada estética. Ha visto que a otras les funciona. No la juzgues.

Al mismo tiempo que tratamos de encapsular un ideal de belleza, la perseguimos y valoramos en los demás. Los desconocidos feos nos generan suspicacia, y tendemos a confiar en quienes poseen facciones armónicas. La primera impresión que nos da la gente atractiva suele ser positiva. Parecen más amables, generosos, dignos de confianza. No me lo invento, esto que te cuento se llama efecto halo y lleva más de un siglo estudiándose en psicología. Si eres guapa, ya puedes haber descuartizado a alguien en un hotel de Tailandia, que tendrás el beneficio de la duda. Y no, no existe la guapofobia, como le dijo Jorge González a Malbert en aquella entrevista antes del Benidorm Fest, tratando de defenderse de las críticas que dice haber recibido por tener el ego a rebosar.

Hubo una época en la que yo creía que era periodista de belleza porque sabía escribir Schwarzkopf sin revisarlo con Google (no quiero presumir, pero tampoco necesito el doble check con Schwarzenegger), pero no ponía en cuestión por qué las marcas alimentaban a sus clientas con miles de novedades cada año. Más allá del obvio móvil económico, la mayoría centraba sus lanzamientos en modificar algo de nuestra anatomía: ojeras, celulitis, flacidez, pelo rebelde. En tratar de mejorarnos para alcanzar los estándares estéticos, vaya.

Por aquel entonces, tenía un amigo que trabajaba en un periódico y estaba a punto de irse a cubrir un conflicto armado. Era su primera incursión como reportero bélico y tenía un miedo más que lógico, pero no dejaba de bromear diciendo que volvería cargado de capital simbólico. Es decir, convertido en ese héroe de guerra al que todas las mujeres querrían abrazar. Me dio mucha rabia pensar que su capital simbólico era la valentía, mientras que el mío consistía en un combo bastante previsible de tacones, minifalda y pintalabios rojo. Tardé muchos años en entender que hasta en el beauty premium hay brecha de género. También aquí, en un territorio en el que llevamos siglos desarrollándonos, las mujeres jugamos con desventaja y somos mucho más a menudo de lo que nos gustaría objetos en lugar de sujetos.

Seguimos tratando de adelantar ese par de casillas del juego de la oca haciendo contouring, ajustándonos la silueta (y la respiración) con las Skims, dibujándonos las cejas, rellenando los labios, maquillándonos con múltiples capas de productos para tener una cara natural, descansada, luminosa, feliz. Camuflando la realidad para parecer más guapas, más apetecibles, más dignas de un mejor salario y una vida a la altura de nuestras discretas expectativas. Igual esa no es la manera. Quizá es el momento de que nos unamos todas para hacer mella en los prejuicios y defender que nuestra belleza está cargada de atributos como la valentía, la resiliencia, la empatía, el tesón, la veteranía o el saber hacer.