Recuerdo perfectamente que en mis inicios como periodista de belleza, fechados antes de que cayera el asteroide que extinguió a los dinosaurios, se hacían reportajes de diez y doce páginas avanzando lo que venía en cuestión de styling y maquillaje a partir de lo que se cocía entre bambalinas de las semanas de la moda. Así se aupó, sin ir más lejos, la carrera de un jovencísimo Peter Philips, que en la actualidad es director creativo y de imagen del maquillaje de Dior, pero entonces acababa de heredar el cargo en Chanel y consiguió hacer enloquecer a las mujeres de medio planeta pintando de verde Jade las uñas de las modelos del desfile de pret-à-porter pensado por Karl Lagerfeld para otoño/invierno 2009/2010. No solo enloquecer, también las obligó a esperar MESES (la inmediatez aún no mandaba) hasta que al final el ansiado tono de uñas se puso a la venta y, como todo buen jitazo, se agotó a los cuarenta minutos de llegar a grandes almacenes como Selfridges. ¿Por qué pasamos seis meses esperando a que se lanzara para luego ver cómo se esfumaba delante de nuestras narices? Simplemente disfrutábamos anhelando un imposible.

Durante la siguiente década, el talentosísimo maquillador belga no solo no volvió a replicar un éxito de ventas y crítica similar, sino que fue testigo privilegiado de cómo la atención del respetable iba desplazándose de las propuestas de los maquilladores a las estrellas del front row, a las que poblaban las alfombras rojas de los premios y galas, a las las galerías de Instagram y a los GRWM que inundan TikTok y se han demostrado una eficacísima herramienta para el sold out inmediato. Sin esperas.

Quizá ese abandono mediático es la razón de que hoy en día, en la mayoría de desfiles, se tarde menos de tres horas en maquillar a las más de cuarenta modelos que se suben a la pasarela. Quizá esa es la razón de que, mientras los reporteros fotografían hasta la extenuación a Rosalía, Cher o Pat Cleveland cuando llegan al Grand Palais, el minimalista efecto cara lavada se haya adueñado de los backstagesde la semana de la moda de París. Dejamos de mirar a los maquilladores y ellos dejaron de soñar. Qué duro es tener que decir en voz alta que en las industrias creativas no hay tiempo para la creatividad porque la creatividad de las industrias creativas ya no es rentable, ¡como si todo se pudiera medir en una cuenta de resultados!

Sin embargo, en los estertores de la muerte del maquillaje de pasarela, es posible oír algunos cantos de cisne que nos vuelven a hacer soñar, nos hacen ansiar y desear de nuevo lo imposible. “Hay algunos momentos que realmente ponen de relieve la belleza del oficio de maquilladores y diseñadores. En enero, [Pat] McGrath y [John] Galliano crearon magia para el desfile de Alta Costura de Margiela. Ella dotó a los personajes de la colección, muñecas rotas, de una piel de porcelana surrealista, que parecía generada por IA, tan extraordinariamente bella como revolucionaria. El mundo de la moda se echó a llorar. La comunidad mundial del maquillaje se esforzó por averiguar cómo se había conseguido el efecto y qué productos se habían utilizado. Un ejército de influencers de belleza intentó recrear el look en los días siguientes. La cobertura estratosférica fue un tributo increíble a todos los artistas implicados”, explicaba una emocionadísima Isamaya Ffrench en Business of Fashion después de un desfile, el de Alta Costura de Margiela para primavera 2024, que deslumbró por igual a profesionales de la industria y a aficionados en las redes.

Las réplicas del seísmo estético se sintieron por todo TikTok, con cientos de influencers tratando de dar con la mascarilla facial que, aplicada con aerosol, lograse esa ansiada (y poco práctica) piel de porcelana. ¡Estaban entrando al juego de la fantasía en la pasarela! Pat McGrath, que lleva más de 35 años siendo la maquilladora favorita de la moda (a saber: las Cleopatras del desfile de Alta Costura de Galliano en primavera de 2004; las enormes, deformes y perturbadoras bocas del otoño invierno 2009 de Alexander McQueen…), tardó unos días en revelar (vía Instagram, por supuesto) cómo había operado su equipo en el backstage. E incluso, en pleno sprint de la muchachada por alcanzar la jugosidad extrema (¡hola, Hailey!), anunció que ya está preparando un producto para replicar el desfile en casa. Ha apelado a la inmediatez de la generación z para luego llevarnos a la espera milénica. ¿Podrá ella sola, como Peter Pan a Campanilla en Nunca Jamás, salvar la fantasía de los desfiles? Quizá no es casualidad que su apodo en la industria sea mother.