Este libro lo leí por culpa de Stephen King. «Las mejores memorias que he leído nunca. Tristes, aterradoras, divertidas y tremendamente honestas. Un libro que va director al corazón. Léanlo». Eso decía la faja de Una vida de tres perros, de Abigail Thomas. Tengo que decir que a pesar de esa emotiva recomendación yo me esperaba un buen monstruo, un payaso perdido o un crimen metidos en la historia. «Veamos cómo se mezcla todo eso en unas memorias», pensé. Para nada.

Errata Naturae Una vida de tres perros

Una vida de tres perros

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«Las cosas buenas suceden despacio», le oí a un doctor de la UCI hace meses. «Las malas ocurren en un abrir y cerrar de ojos», explica la autora en el libro. El marido de Abigail Thomas, Rich, fue atropellado por un coche cuando paseaba a su perro cerca de su casa. Por culpa del golpe, perdió la memoria reciente. Mezclaba ficción y realidad. No dominaba ni la lógica ni el idioma, tenía ataques de ira, de pena.

Abigail se ve en la necesidad de tener que recurrir a un centro especializado para que lo atiendan, donde su marido vivirá sin ella a su lado. También debe aprender a recomenzar su vida y una nueva forma de felicidad. «Mi amiga Ruth, que es consejera especializada en duelo, me cuenta que la mayoría de las viudas recuerda con más detalle las últimas semanas de vida de sus esposos que el resto de su vida juntos. Yo no soy viuda, pero mi marido de antes ya no está.

En un momento dado, me concentro en la persona que Rich es ahora y pierdo de vista a la persona que fue, a las personas que fuimos los dos». Cero payasos, monstruos o crímenes y, aún y todo, esta historia me ha resultado más aterradora que muchas de Stephen King, porque tiene que ver con enfermedades como la demencia o el Alzheimer a las que cada día se enfrentan miles de personas en el mundo y sus parejas, amigos o familias, y a un tipo de soledad del que sabemos y hablamos muy poco.

El título se explica con una cita: «En noches muy frías, los aborígenes australianos dormían con sus perros para entrar en calor. Para ellos, la categoría máxima era una noche de tres perros».

Que no os engañe la tristeza de esta columna, hay algo bonito y esperanzador en la historia. Y a la persona que escribe las fajas de la editorial Errata Naturae, mis respetos.