Ha congregado a 4.000 personas en el pabellón del WiZink Center, en Madrid, para escuchar su poesía, al lado del cantautor Andrés Suárez. Al igual que los grandes músicos, tiene giras a un lado y al otro del Atlántico –ahora se embarca con Imposible Tour–, y sus seguidores en redes se cuentan por cientos de miles. Ha traducido a Oscar Wilde, a Rupi Kaur y a Lana del Rey, entre otros, y sus libros también han sido trasladados a diferentes idiomas. Con la delicadeza de sus versos y la fuerza de su espíritu, Elvira Sastre (Segovia, 1992) construye una obra donde cada poema es un refugio y un grito, un lugar donde encontrar resguardo y reconocimiento. Tiene la capacidad de poner palabras a los contornos de las pasiones humanas más profundas, desde el amor y la pérdida, hasta la esperanza y el empoderamiento. De colocarte frente a un espejo, invitarte a pensar en quiénes somos y hacerte testigo de nuestro tiempo. Como ocurre con su novela Las vulnerabilidades (Seix Barral). Una historia de suspense psicológico y social, donde nadie es lo que parece, en torno a la relación de poder, la violencia de género y la dependencia que se establece entre dos mujeres heridas. Y que cuestiona, entre muchas cosas, qué hay detrás de un acto altruista y qué hay detrás de pedir ayuda.

elvira sastre
Foto: Pablo Sarabia. Realización: Bárbara Garralda.
Camisa de rayas de Pomandère y pendientes de Santa Bárbara.

En tu libro escribes: «La vulnerabilidad es la luz que ilumina la grieta...». ¿Dirías que son buenos tiempos para aceptar lo vulnerables que somos?

Depende. Mostrar tus zonas frágiles al mundo es un ejercicio que puede llegar a ser terrorífico, no sabes lo que la gente va a hacer con eso. Es un salto al vacío. Aunque yo no me arrepiento. No sé si es un proceso sanador, sí que te ayuda a conocerte. Vivimos en un mundo que valora más la seguridad que el cuestionarse o poner en duda, la eficacia o la fuerza que la sensibilidad y la paciencia.

¿Cómo tratarse bien a uno mismo?

No es una tarea fácil. No nos han enseñado a hacerlo. Hemos sido educados para tratar bien y ser considerados con los demás para poder encajar y relacionarnos fácilmente en la sociedad, dejando de lado la valiosa misión de cultivar nuestro propio bienestar. La autocompasión, que se confunde con esa falsa idea de sentir lástima por uno mismo, es en realidad una poderosa herramienta a la hora de empezar a tratarnos mejor. Sobre todo ante nuestros errores o fallos.

¿De qué manera Las vulnerabilidades captura la realidad social y cultural de ahora?

Lo veo en la gente de mi generación. Tenemos esa sensación de que estamos todo el rato como a punto de rompernos, pero no lo hacemos, aunque cualquier cosa te desequilibra. Seguro que está condicionado por el ambiente social, histórico, político o por lo que hemos atravesado estos años atrás, como enfrentarnos a la incertidumbre.

Las vulnerabilidades (Biblioteca Breve)

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¿Qué aconsejas a los adolescentes en este periodo de cambio?

Es verdad que ahora se habla más de salud mental y que el tema de acudir a terapia está normalizado. Sin embargo, no todo el mundo tiene acceso. Cuesta dinero y no puedes sumar otra responsabilidad más a un chaval que está compatibilizando su carrera con un trabajo y no se lo puede pagar. Es frustrante. El foco debería dirigirse hacia otro sitio y que sea accesible desde el principio. Cuidar de cada individuo es cuidar de la salud mental de toda una sociedad.

La violencia de género es una realidad brutal. ¿Cómo esperas contribuir a la conversación sobre este asunto?

Cualquier persona con dos dedos de frente la condena. Una se queda tranquila cuando se entera de que una mujer ha sobrevivido y su agresor está en la cárcel. Piensas que todo ha terminado, ¿verdad? Pues no. Realmente el drama empieza en ese momento. Porque esa mujer ha sufrido un maltrato físico, psicológico o los dos, y eso tiene grandes secuelas. Están anuladas y han vivido en tal espiral de horror que no conocen otro modo de relacionarse y de existir. Al leer sobre el tema, me llamó la atención que no tienen capacidad ni de negociar un contrato. ¿Todo esto quién lo arregla? ¿Quién se ocupa? ¿Quién la protege? ¿Quién la ayuda a entrar de nuevo en sociedad? ¿Quién la ampara? Dejamos esa responsabilidad en sus manos y, como mucho, en las de su círculo cercano. Y nos afecta a todos. Porque vale, sí, hay centros, pero volvemos a lo mismo. Deberían existir figuras institucionales más fuertes, presentes y rápidas, que actúen para rellenar esos huecos, y que esos cuidados no pasaran por familiares, sino por un sistema de protección y de acompañamiento más potente, porque las consecuencias de esa violencia o maltrato empiezan ahí.

La autocompasión es en realidad una poderosa herramienta a la hora de empezar a tratarnos mejor»

¿Por qué a veces caemos en el rol de salvador?

En el acto de ayudar, partes de una ambición para nada condenable. Es algo positivo, gratificante. Tu intención es buena. No obstante, ¿qué te mueve a hacerlo? Una de las razones que lleva a asumir ese papel es la necesidad de sentirte valorada y apreciada. Se espera que seamos generosas y bondadosas, y algunas creerán que deben cumplir con estas expectativas para ser consideradas buenas personas. Cuando ayudan a otros y reciben aprobación, experimentan una sensación de satisfacción personal. Al enfocarse en los problemas de los demás, evitan enfrentar sus propias inseguridades. Y al posicionarse como salvadores, creen que los demás no podrían sobrevivir ni prosperar sin su ayuda.

En la novela hablas de las mujeres entregadas en cuerpo y alma a cuidar a un familiar. ¿Son las gran olvidadas?

Son personas que dejan de tener vida. Se lo han impuesto las circunstancias y sienten ese deber como suyo. Cómo van a abandonar a su hijo que no se vale por sí mismo. ¿Cómo el Estado, las instituciones, quien sea, no las proveen con herramientas adecuadas para aliviar esa carga? Cuando las ves, sí, pobrecita, qué pena, y a la vez, de forma inconsciente, piensas: «Que no me toque a mí». Somos increíbles.

¿Cuál es el mayor mito sobre la vulnerabilidad?

Mi manera de existir se aleja un poco de estas cosas de autoayuda o de mensajes autoimpuestos. Creo que todo en la vida tiene su doble cara. La vulnerabilidad no significa una fragilidad impuesta o algo peligroso y hay aspectos interesantes por descubrir en aquello que tapamos con cosas superfluas. Para vivir de una forma más real, hay que asumir ese tránsito. Se aprende mucho enfrentándote a todo eso.

elvira sastre
Foto: Pablo Sarabia. Realización: Bárbara Garralda.
Chaqueta de Zara, top de COS, ‘jeans’ de Mango, mocasines de Jimmy Choo y collar de Santa Bárbara.

¿A veces los efectos de la cultura del positivismo son en realidad desempoderantes?

Sí, y aun así funcionan. Estos mensajes que dicen que todo lo que te propongas lo puedes conseguir con una actitud de optimismo ante la vida calan bien, porque son cosas que gusta oír: ofrecen recetas simples a problemas que son más bien complejos. A poco que se rasque, apenas aportan herramientas para combatir dificultades reales. Las emociones negativas son igual de importantes. Huimos, o se nos educa para huir, del dolor, del daño, de la tristeza... Además, identificarlas, validarlas e iluminarlas es otra manera de entenderlas mejor, aunque sean oscuras y tristes. Tal vez te percates de su doblez y extraigas otro significado.

¿Dónde queda el pensamiento crítico?

Me da mucho pavor este exceso de crítica que hay hacia lo cultural, parece que todo tiene que ser lineal y responder a un pensamiento único. Se está perdiendo la costumbre de crear discursos diferentes. Y me da pavor imaginarme los libros del futuro, que sean todos iguales, y que nos quedemos sin ese pensamiento crítico, porque nadie cuestione nada. Veo cómo ese filtro de ser políticamente correcto se está colando en la cultura y no me apetece formar parte de eso. No quiero, porque no lo deseo como lectora ni como escritora.

¿Qué te aporta la tranquilidad que necesitas?

Estar relajada en casa, echar una partida de Scrabble, compartir un poco de queso, tomarme algo con Miranda, sentarme en el sofá con mis perros, ver un capítulo de una serie e irnos a dormir.