Sara Torres habla y se mueve como escribe: con esa mezcla entre delicadeza, lucidez y ternura de quien sabe que la vida y quienes la habitamos estamos dibujados con trazos finísimos, infinitos matices de cuerpos que aman, desean, sufren y encarnan todo tipo de contradicciones. No le da miedo enfrentarse a ellas. Todo lo contrario.

Lo hace en sus poemarios y en su primera novela, Lo que hay, que va ya por su octava edición, donde narra el duelo por la muerte de una madre atravesado por el deseo. Eros y Tánatos. Lo hace también en la academia. Es doctora en la Universidad Queen Mary de Londres con la tesis El texto lesbiano: Fantasía, fetiche y devenires queer. Ahora, en La seducción, explora de nuevo el deseo fuera de la norma a través de la historia de dos mujeres separadas por dos décadas de edad. Una historia preciosa aunque oscura por momentos, que nos invita a indagar en el deseo y a imaginar otra forma de ver la seducción: una seducción tranquila, ausente de luchas, calmada, donde hay espacio para la tristeza y la angustia, pero también para la ternura, una presencia plena y una ética de los cuidados.

La seducción (Reservoir Narrativa)

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Aunque se dé fuera de la heteronorma, ¿cómo afecta ésta al deseo?

Es nuestra base educacional, nuestro punto de partida. Cuando somos niñas nos exponen a imágenes que nos dicen representan la verdad de lo sexual, y esas imágenes casi siempre muestran dos cuerpos de género opuesto que supuestamente son complementarios. La idea de lo sexual ya se queda en esa fantasía compartida que es la de los cuerpos contrarios que se encuentran en una especie de danza violenta.

Nuestra libertad radica en situarnos dentro de ese escenario y cambiar de coreografía, de pronto saltarnos el guion, pero el punto de partida es difícil que sea otro porque las imágenes normativas proliferan y se cuelan como un virus.

Eso se ve reflejado en la relación de la protagonista con su cuerpo, basada en un ideal del prototipo de cuerpo femenino, que constriñe su deseo. ¿Educar nuestro deseo también consiste en liberarlo de este tipo de cárceles?

A mí me importaba mucho mostrar cómo, cuando estamos ansiosas por nuestra imagen corporal, no somos capaces de desear. Nuestra potencia deseante es una energía que sirve para conectar con el otro, con la otra. Cuando estamos ansiosas, esa potencia se invierte solo en mirarnos a nosotras mismas y eso nos captura en un espacio de no deseo, de preocupación. Es una herramienta de represión espectacular. ¿Cómo podemos encontrar formas de desear cuando no tenemos energía libre para mirar afuera? Solo estamos mirando el ombligo, la curva, el pelo. El deseo está secuestrado. Necesita alegría para poder ir hacia fuera.

Cuando estamos ansiosas por nuestra imagen corporal, no somos capaces de desear

Tal y como está configurada la cultura heterosexual, tan atada a estos cánones y exigencias, ¿es posible un deseo libre?

Tú naces y te dan un guion de cómo se vive y cómo se ama, que es el guion heterosexual. Un guion en el que podemos intervenir creativamente. Nuestra herencia es plástica, no está cerrada. En las imágenes se puede trabajar. El deseo, decía Freud, es perverso y polimorfo por naturaleza. Es decir, que cuando nacemos como seres deseantes, esa energía no tiene guion. Está en bruto y podemos hacer cualquier cosa con ella. A lo largo de nuestra vida, si nos exponemos a vivencias distintas, a escenarios bellos nuevos, a narrativas nuevas, van a surgir deseos nuevos, ideas nuevas, pensamientos nuevos. Leer libros que no representan el deseo heterosexual es un acto subversivo de seducción.

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Cortesia: Penguin Random House
La escritora Sara Torres fotografiada por Monika Sed.

La fantasía está muy presente en la historia, en un deseo atravesado por la incertidumbre y la espera. ¿Qué nos enseña la fantasía, sobre todo en la incertidumbre, sobre nosotras y nuestro deseo?

Damos demasiada importancia a lo explícito, pero una gran parte de nuestra experiencia vital es la fantasía y, dependiendo de en qué términos fantaseemos, se configurará nuestra experiencia de lo que ha sido existir.

Es fundamental jugar con lenguajes diversos y analizar cómo nos hablamos a nosotras mismas en esa voz interior. Lo que hace el libro es analizar la voz ansiosa interna, la que nos autodestruye y nos sabotea en ese período de buscar el amor de los otros, de las otras. El primer paso para transformar esa voz es escucharla. A veces no nos damos espacio para escucharla bien. Pero si tuviésemos que escucharla y luego analizarla, nos daríamos cuenta de que es una voz llena de lugares comunes culturales en los que seguramente ni siquiera creemos.

Puede que no la escuchemos por miedo, por el enfrentamiento a esa voz ansiosa, a los fantasmas que surgen en la incertidumbre. ¿Cómo podemos superar esa primera barrera?

Construyendo juntas lenguajes más tiernos. Para mí la ternura es lo que rompe la violencia que puede surgir en la seducción. La ternura no implica que la otra nos tenga que confirmar ni desmentir lo que le une a nosotras, declarar exactamente lo que está sintiendo, pero sí implica que nos quiere acompañar amablemente en esa ambigüedad propia del tiempo de la seducción. Salir juntas de una lógica de dominadores y dominados, de seductores y seducidos, para recorrer un camino de la seducción.

La ternura es lo que rompe la violencia que puede surgir en la seducción

Ese juego de poderes en la novela, por la diferencia de edad entre las protagonistas, podría darse pero no se da. En su lugar, vemos una idea de seducción asociada al tiempo, a un camino que se recorre con paciencia. ¿Cómo conjuga esta idea con los ritmos del presente?

El deseo implica violencia en la medida que el cuerpo se revoluciona y se orienta hacia algo, se transforma por algo que nos impacta, pero querer aprender los ritmos naturales de ese acompañarse después de un impacto yo creo que genera menos pena y frustración.

Tenemos muy poca cultura crítica del eros igual que tenemos muy poca cultura crítica de las emociones. Si tuviésemos una especie de cultura de la seducción tranquila podríamos decir, como decía Safo, “ah, otra vez Eros me ha puesto en esta situación”. Ahora me toca que me tiemblen los miembros. Ahora me toca tener sudores fríos. Ahora me toca dudar, ansiar, esperarte. Todas esas emociones que pueden ser angustiantes y dolorosas, son parte de poder sentir otras pasiones también muy bellas.

Una cultura de la seducción nos enseñaría a atravesarla éticamente, cuidando a la otra. De forma consciente, sabiendo que cuando recibimos el deseo de alguien tenemos también una capacidad especial para herir. Creo que una ética compartida es la estabilidad que necesitamos para atravesar con mayor calma la ambivalencia radical del deseo.

¿Qué papel juega la productividad a la hora de que no exista esta cultura de la seducción tranquila?

No puede haber seducción sin tiempo de la seducción. Ya solo otorgarle tiempo es una postura ética. Un tiempo no productivo, donde no buscamos un objetivo.

En la lógica relacional monógama, la seducción es, de alguna forma, el inicio de la familia. Cuando has sido seducida "amorosamente", luego tienes el premio de la estabilidad en la unidad familiar. Pero podemos reescribir ese cuento y pensar qué disfrutes, qué gozos y qué bienestares queremos de la vida. La idea de seducción que intento ofrecer en este libro es un tiempo de acompañamiento de las diferencias que se encuentran entre dos seres distintos. Lo que importa es ese momento, cada uno de los momentos del proceso, no importa llegar a ningún lugar, no hay ningún destino después de la seducción más allá que el del propio vínculo.

El tiempo de la seducción sería entonces el presente, y habitarlo requiere atención plena.

Requiere apostar por lo que está ocurriendo ahora. Cuando recordamos quiénes éramos cuando estábamos enamoradas, generalmente recordamos una capacidad de atención increíble y echamos de menos el enamoramiento porque echamos de menos ese estado de intensidad física, de receptividad. Creo que ese estado del cuerpo enamorado se puede intentar tener como modo de vida. Enamorado es estar en adhesión, no solo de otro cuerpo humano, sino espacialmente, con lo animal, con la comida. Eso también es una resistencia política. Estar así. Estar en el cuerpo. Porque si estuviésemos en el cuerpo, no aceptaríamos intercambios que van en contra del mismo. Seríamos más capaces de cuidarnos y de cuidar a las otras. Sabemos lo que necesitamos para que la vida medre, pero se nos olvida porque estamos proyectando objetivos, ideas…

sara torres escritora y su perra pan
Courtesy of Penguin Random House
La escritora Sara Torres con su perrita Pan, fotografiada por la artista plástica Marta Velasco.

Un exceso de racionalidad entierra el instinto.

Nuestra cultura habla de inteligencia como algo localizado en los procesos de racionalización, pero la inteligencia también es la capacidad de saber estar en el cuerpo y de atravesar las sensaciones físicas y emocionales. Para poder vivir en las pasiones, tenemos que ser capaces de desarrollar la inteligencia de los afectos, la inteligencia de la ternura. Un tipo de inteligencia que nos acompañe en la tristeza y que nos consuele. Se trata de no poner tanta atención en los discursos ideológicos cerrados, y más atención en cómo ser capaces de sostener la vida, a vivirla. Cómo ser capaces de no tener pánico a sentir. Toda emoción, cuando conseguimos modular una forma para atravesarla, se convierte en un espacio de posibilidades importantes.

Con la publicación de este libro, el deseo y la erótica, por norma relegados al espacio privado, pasan al público. ¿Qué esperas provocar en quien lo lea?

Espero generar espacios de calma en las pasiones. Que puedan ser un lugar de intensificación sin que sean turbulencias que nos dejen arrebatadas y fuera de juego. Sentir que podemos atravesar la vida y vivirla. Ver las intensificaciones corporales y emocionales como un regalo de la vida, como una posibilidad de crear belleza.

Compartirlo es importante porque nos tranquilizamos cuando vemos que nos pasa a todas. Estamos ya muy juntas en el día a día. Solo tenemos que ser capaces de comunicarnos para sentir esa compañía. Si nadie se comunica, podemos estar todas metidas en el mismo hoyo y no nos enteraremos.