Tarde de domingo, mis favoritas. Lo que podría haber sido una de tantas se convirtió en el inicio de mi pesadilla emocional. Entrar en un bar, cruzar miradas, entablar la típica conversación. La verdad es que de primeras él ni siquiera me gustó. No era especialmente guapo y desde luego no era mi tipo. Quién me hubiera dicho que algo tan inocente como el sexo de una noche se transformaría en una relación tóxica, obsesiva y abusiva de la que a día de hoy no sé salir. Ojalá haber sabido que acabaría convirtiéndome en todo eso que siempre he odiado, cinco años después.

Siempre he sido de las que entraba en un bar y ligaba. Me gusta fijarme en la gente y mover ficha, pero él fue tan directo que desmontó mi ritual de tardeo de los domingos . - “Toma mi teléfono”, me dijo nada más conocerme. - “No, en todo caso apunta tú el mío”, le respondí. Una entereza que a día de hoy no reconozco.

Nos dieron las 10 de la noche y me propuso dos opciones: ir a cenar o tomar una copa en su casa. Elegí lo segundo sin darle más vueltas. Fue un error. A los meses, cuando le grité que no entendía qué existía entre nosotros, me espetó: “tú lo elegiste esa noche”. Esa frase se me ha quedado grabada.

Creo que esa primera noche en el taxi es lo más cerca que he estado de conocerle en cinco años. Me habló de su familia, me contó donde trabajaba… y me besó. Fuimos a su casa y nos dejamos llevar. Los líos de una noche los llevaba bien, estoy cerca de los 30 y nunca he tenido una relación seria. Normalmente la gente cuenta con un bagaje amoroso y sabe a lo que se enfrenta. Creo que por eso me costó tanto afrontar lo que vino después: nunca me había encaprichado de alguien de esa manera y no entendí que eso no se parecía en nada a una relación sana.

"Donde otra persona hubiera huido, a mi empezó a atraerme el rechazo. Cada vez quería más de él".

A los dos días me preguntó cuándo nos volvíamos a ver con una foto subida de tono. Yo pasaba de él, no le daba importancia, pero ante su insistencia decidí aceptar. Esa fue la previa a una dinámica de noches fogosas y erotismo por WhatsApp. Matizo lo de Whatsapp porque en persona no cruzábamos palabra. Tampoco me extrañaba que jamás hubiéramos quedado a tomar una cerveza. A veces pienso que tiene razón y que marqué yo la dinámica, como aquella vez que me invitó a cenar a su casa y le di plantón. Sin embargo, en el fondo me daba pánico no gustarle en una cita normal.

Si le conocí en enero, en agosto me di cuenta de que quería conocerle más. Se lo dije tal cual, pero su respuesta fue un “no” tajante. Cero tacto. Cero empatía. Esto marcó un antes y un después. Donde otra persona hubiera huido, a mi empezó a atraerme el rechazo. Dejé de hacerme la difícil. Cada vez quería más.

Él volvió a aparecer con un mensaje de los suyos, pero cada vez era más autoritario. “Ven a casa”. Adoptó ese rol, culpándome. “A ti lo que te gusta es que te traten mal”. Cuanto más cabrón era, más enganchada estaba yo, hasta el punto de perder la cabeza. Lo mismo sucedía en el sexo. Lo que comenzaba como una fantasía acababa en situaciones en las que sólo disfrutaba él. Usaba un tono despectivo con el que yo no estaba del todo cómoda, pero aceptaba.

Recuerdo que una vez me lo crucé en Malasaña después de haber pasado la noche con él. Pasé a su lado y ni me saludó. Le vi ligar con otra chica y el nerviosismo me llevó a perseguirle por los bares para saber con quién estaba. Me dio igual dejar tiradas a mis amigas. Le escribí desesperada, celosa. Solo necesitaba saber. Y cuando parecía que le había perdido para siempre, él volvía con un “estoy durmiendo solo” para mantener el hilo de esperanza. Nunca me daba lo que yo le pedía pero tampoco me dejaba marchar. Cuando yo no contestaba a sus mensajes era capaz de llamarme 12 veces seguidas.

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DR 'By the Sea'.

Así seguimos enredados durante meses. Aunque hablábamos a diario, si me salía del guion, me regañaba o castigaba con silencio, como cuando le mandé un regalo al trabajo por Navidad y montó en cólera, negándose a recoger el paquete.

"El día de mi cumpleaños me dijo que estaba conociendo a otra persona".

Seguíamos viéndonos sólo cuando él quería. Si era tras un encuentro de fiesta, no permitía que fuéramos a su casa juntos en su coche. Jugar con sus normas me hizo llegar a situaciones límite, como presentarme en su casa de madrugada –bajo la lluvia, por supuesto– para que me abriera la puerta –sin éxito– y sin encontrar luego un taxi para volver a casa. Yo me pasaba las horas actualizando su perfil de Instagram. Sabía con qué amigos estaba en cada momento. Sabía cuándo era el momento más idóneo para escribirle. Era enfermizo.

Habría pasado un año cuando me dijo que estaba conociendo a otra persona. Eso me lo ha dicho unas tres veces. La diferencia es que esta primera vez fue el día de mi cumpleaños. Cuando le dije que me había jodido el cumpleaños, me respondió “ja ja, la vida es así”. Jamás mostró responsabilidad afectiva. Eso me hizo desaparecer durante un mes hasta que él reapareció en el cumpleaños de una de mis mejores amigas. Me llamó insistentemente pidiendo que fuera a su casa. Lo hice, dejando tirada a mi amiga. Esta relación tan tóxica me ha hecho enfrentarme a muchos de mis amigos. Todos le odiaban y no perdonaban que saliera huyendo, que me tratara así de mal. Al poco de eso tuvimos un susto cuando no me bajó la regla. Él dejó de hablarme ese día. Mis amigos demostraron seguir ahí para mí a pesar de todo.

"Llegué a pensar que él era lo más importante de mi vida. Era más feliz recibiendo un mensaje suyo que pasando una noche con amigas".

Nunca hablábamos del tema porque me daba miedo afrontar la realidad. Volvía a esa cama sintiendo la adrenalina que tanto me gustaba, pero no me atrevía preguntar si había otra persona. El tiempo pasaba, hasta que un día me planté. En cuanto pisé su casa le dije que solo había ido a hablar con él. Le dije que necesitaba más, que cómo podían pasar los años así. Ahí fue cuando me dijo que yo había elegido esto, que él nunca quiso una relación conmigo. La seguridad con la que lo dijo fue lo más doloroso. “¿Yo a ti qué te he dado? Yo sé diferenciar mis sentimientos”. Demostró ser todo un narcisista y manipulador.

Le expliqué que estaba enamorada y que me hacía daño. Él se sorprendió y me dijo que entonces la cosa se acababa ahí. Eso fue hace dos años y aunque yo siempre pensaba que era la última vez, aparecía a la semana como si nada. Juro que mientras intenté conocer a otros chicos. Tuve algunas citas maravillosas, pero era incapaz de avanzar sin sentirme mal o culpable.

Es surrealista decir que la pandemia fue la mejor época que viví con él. Hablábamos y nos excitábamos a diario, a pesar de que yo había cambiado Madrid por Barcelona. El regreso fue de todo menos esperado. Nunca había pasado tanto tiempo sin vernos y, cuando le invité a mi nuevo piso, tampoco cruzamos palabra. Yo pensaba que esta vez podía ser distinto, que algo había cambiado, pero al día siguiente me dijo, “que cada uno haga su vida, estoy bloqueado”.

"Él me mandaba fotos explícitas mientras yo le veía en Instagram de viaje con su novia en Roma y Menorca."

Volví a la culpabilidad y la desconfianza. ¿Qué habré hecho mal? ¿Por qué no le gusto? Hasta que vi una historia suya en Instagram cenando con una chica. Fue como ser testigo en directo de una infidelidad. Supongo que él pensó que eso era suficiente explicación después de cinco años.

Lejos de ser el final, el juego pasó al “no se puede”, “esto está prohibido”, algo que le excitaba claramente. Él me mandaba fotos explícitas mientras yo le veía de viaje con su nueva novia en Roma, Menorca… Todo con lo que yo soñaba. A pesar de haberle eliminado de todas mis redes sociales, porque todavía me duele verlo, él sigue dándome toques de atención. Me dice que no hay ninguna como yo… y yo sigo cayendo. De repente cambia de actitud y me dice que no podemos seguir así, que lo que hacemos está mal, como si fuera yo la infiel.

No sería justo culparle de todo lo que ha pasado pero sí debo admitir que estos últimos años han cambiado la percepción que tengo de mí misma. Me he convertido en alguien que manda mensajes en modo avión para poder borrarlo al segundo si se arrepiente. Alguien que mide cada palabra, que tiene medio a no gustar, a hacer un chiste sin gracia, a hacer el ridículo.

Pienso que si alguien no quiere conocerme más o tomarse una cerveza conmigo después de tanto tiempo es porque debo tener algo mal. Inconscientemente, ahora llevo la forma en la que me acerco a otros ligues al terreno sexual porque creo que es lo único que gusta de mí. Tengo la autoestima bajo mínimos y, lo peor de todo, tengo miedo a que realmente me guste que me traten mal. Es lo que me ha hecho creer y yo lo he aceptado, porque la realidad es que sigo enganchada a él, a lo tóxico.

Temo repetir esas mismas actitudes con otras personas y siento que he dejado a demasiado gente maravillosa por el camino. Tengo pánico a perderle y a la vez muchísimas ganas de enamorarme de otra persona. Solo espero haber aprendido a no consentir, a ser más segura y más independiente para que no me vuelva a ocurrir. Han pasado cinco años desde aquella tarde en la Latina. Ayer me volvió a escribir y es como si no hubiera pasado ni un día. Ojalá sea la definitiva, pero lo he dicho demasiadas veces.

Este artículo forma parte de la La vida secreta de las mujeres una serie de testimonios reales de mujeres que se publican los días y 15 de cada mes. Todos los protagonistas aparecen bajo pseudónimo para proteger su identidad. Si crees que tienes una historia personal que pueda aparecer en esta serie, escríbenos a comunidad@elle.es