Nadie, ni en el colegio, ni en casa, ni en las reuniones sociales, te avisa cuando va a hacer uso de un comentario estereotipado o de un cliché. Simplemente lo hace, lo escupe al mundo y tú puedes embeberlo o dejarlo pasar.

Cuanto menos te importa lo que digan los demás y más independencia de criterio tengas, más protegida estás contra los estereotipos.
Si los dejas entrar en ti, el problema es que se almacenan dentro de tu capacidad crítica y pasan a ser una capa más que utilizarás en tu juicio hacia otras personas pero también hacia ti misma y no en el mejor de los sentidos.

Vamos a poner un ejemplo; si tu abuela cuando eras pequeña y estabas jugando en el mismo salón en el que ella y tu madre charlaban, dijo en algún momento una frase del estilo de “no hay nada más bonito que una mujer con un tobillo fino, es elegantísimo y super femenino”.

Tú en ese momento, pudiste desviar o no la mirada hacia tus tobillos, pero automáticamente relacionaste la feminidad y la elegancia con los tobillos finos. A partir de ese día, en cada imagen de una mujer que veías, analizabas los tobillos y solo seleccionabas recordar y analizar aquellas en las que las mujeres tenían los tobillos finos. Y así creaste tu propio estereotipo sobre los tobillos, la feminidad y la elegancia.
Salir de ahí, somos lo que vimos, es muy complicado.

¿Qué dirías si yo te dijese que una mujer con tobillos gruesos puede ser igualmente femenina y elegante
siempre y cuando se sepa vestir teniendo en cuenta el ancho de sus tobillos?

Suena un poco a consuelo, ¿verdad? Y sin embargo es una realidad no estereotipada.
Un estereotipo es una creencia generalizada sobre una cosa.
¿Cómo sucede esa generalización?

Tu entorno cree que los tobillos deben de ser finos, las mujeres de las revistas tienen los tobillos finos, las actrices de las superproducciones cinematográficas también, y tú lo asumes, no te planteas que esas mujeres representan un porcentaje mínimo de la población, y esa asunción va directa a crear una capa de juicio hacia las demás mujeres y puede incluso que de ahí generes un complejo sobre tus propios tobillos, que si no llega a ser por la frase de tu abuela, quizás habrías ignorado toda tu vida.
Este es solo un ejemplo.

Pero si las marcas más vendidas del mundo hacen tallas pequeñas y sus 44 son en realidad una talla 40 y si el 100% de las modelos que desfilaban por una pasarela hasta hace un par de años tenían todas una talla 36, pues tú asumes que es mejor tener una talla pequeña que una grande. Otro estereotipo.

Y así con el pelo largo, las uñas perfectas, la celulitis y por supuesto estrenar un nuevo look en cada evento al que asistes.

Los estereotipos son culpables de juicios de valor que hacemos sobre nuestros cuerpos y sobre los del resto de mujeres,
pero también están muy estrechamente relacionados con nuestra horrible forma de consumir.

Estrenar es positivo, denota poder adquisitivo. Y eso hace que consumas más solo por el mero hecho de estrenar.

Ir de compras es una actividad de ocio. Y así es como conviertes una acción que deberíamos hacer en solitario y como respuesta a una necesidad concreta en un acto que realizas en compañía y sin necesidad de una prenda en concreto. ¿Qué sucede? Que compras prendas que simplemente te gustan o peor aún, le gustan a tus acompañantes (madre, hermana, amigas), que no necesitabas, que no combinan con nada que hay en tu armario y que por lo tanto va a ser muy complicado que les des un uso prolongado y que te hagan realmente sentir bien cuando las utilices.

Por creencias generalizadas como la delgadez, el ocio y las compras y el poder de estrenar; se generan comportamientos estereotipados cuyo origen no cuestionamos y que nos llevan a adquirir conductas nocivas para nosotras mismas.