Las redes sociales y ante todo, las capturas de pantalla y las imágenes filtradas se han convertido en bombas de relojería en una sociedad que presume de una libertad que está en constante jaque mate ante el universo 3.0. El doble filo del mundo digital es el que ha hecho que las celebridades queden especialmente expuestas sin necesidad de que sean ni paparazis ni periodistas los que revelen sus secretos, pues basta con publicar una imagen comprometida o una captura de pantalla de un mensaje privado para que internet salte por los aires.

Esta brecha de privacidad ahora se ha extendido al universo de la realeza (ese que como en alguna ocasión ya hemos comentado, hace tiempo ha sido despojado de su intocabilidad) y la última víctima ha sido Letizia Ortiz. Su ex cuñado, Jaime del Burgo, se ha encargado de dinamitar la actualidad al publicar una fotografía de la monarca acompañada de un texto en el que supuestamente, le declara su amor. Por supuesto, no hay pruebas que lo avalen (el texto ha sido tecleado por él, pues no se trata de una captura de pantalla), pero la imagen y las letras que la acompañan son lo suficientemente sorprendentes para que toda España haya estado comentado el domingo este tema, especialmente en un presente en el que vivimos la vida de las celebridades, e incluso de la realeza, como si fuera un reality televisivo.

Antes de continuar con el análisis de cómo los teléfonos se han transformado en delatores (o en mentirosos), hemos de aclarar que Jaime del Burgo (que en plena pandemia ya publicó un polémico artículo en OK Diario con el que quedó claro que la controversia y la atención mediática son sus fines) lleva un mes reclamando atención al haber reaparecido en la vida pública ante la salida al mercado de 'Letizia y yo', el libro de Jaime Peñafiel en el que ya anunciaba un manantial de noticias sobre la Reina.

mensajes privados
Carlos Alvarez//Getty Images
Letizia Ortiz

Con este giro inesperado, el empresario y abogado quiere demostrar que tras haber conocido a Letizia cuando todavía estaba soltera y era una afamada periodista, quiso pedirle matrimonio, aunque Felipe se le adelantó. Pero los 'plot twist' no se quedan aquí, porque fue el encargado de negociar las capitulaciones matrimoniales de Letizia e incluso fue testigo de su boda en calidad de amigo íntimo. Por si fuera poco, se casó con la hermana de la Reina, Telma. Pero al margen del salseo (digno de una serie de Netflix y convertido en el material perfecto para avivar un domingo por la tarde, que fue cuando el escándalo estalló), ¿tiene sentido su discurso?

"Muchos han condenado que se le haga esto a una mujer. Incluso se habla de violencia de género"

“Creo que con este tema de Jaime del Burgo se ha visto cómo la sociedad está cambiando poco a poco. Son muchos los que han condenado que se le haga esto a una mujer, incluso se habla de violencia de género”, explica a 'Elle' Nuria Tiburcio, experta en casa real. “La versión de Jaime del Burgo no tiene ni pies ni cabeza y se sostiene en una foto que no dice nada. Un selfie en un espejo con una pashmina supuestamente regalo de él. En varios textos que ha escrito se confunde con las fechas: en uno dice que su relación amorosa terminó en 2014 y en otro, que fue entre 2010 y 2011”, señala. “También dice que han hecho muchísimos viajes a lugares muy turísticos y nunca nadie los ha visto ni les ha hecho una foto, siendo ella entonces la Princesa de Asturias. Tampoco cuadra que tuvieron un nido de amor en la calle Miguel Ángel, en el centro de Madrid, y que nadie jamás los viera", añade la periodista.

Las capturas de pantalla parecen objetivas y creíbles: son la pesadilla de los famosos

El debate que nos interesa, sin embargo, no es el de que alguien quiera perseguir la notoriedad pública ni alcanzar la fama a cualquier precio, sino para comenzar, como indica Tiburcio, la forma en la que las redes se han volcado en apoyar a Ortiz al acusar al empresario de machismo y de estar practicando violencia contra una mujer. Para continuar, el otro asunto interesante es cómo en el otro lado de la balanza, nos estamos acostumbrando a que las redes se conviertan en escenarios en los que exponer la supuesta intimidad de las celebridades. Muchos dan por válidas siempre cualquier imagen publicada (incluso en la era de la Inteligencia Artificial) y consideran que un pantallazo es siempre objetivo y creíble, y por ello se ha convertido en el peor enemigo del universo VIP e incluso de la verdad. En el mundo de las redes, se están escribiendo aún las normas de la privacidad 3.0 y se sigue debatiendo hasta qué punto es lícito o no publicar pantallazos de conversaciones privadas, siendo los casos de Armie Hammer, Adam Levine y Jonah Hill grandes ejemplos.

"Desde que los smartphones nos permiten hacer capturas, ninguna conversación es privada"

Lo cierto es que desde que los smartphones nos permitieron realizar capturas de pantalla allá por 2007, ninguna conversación tiene la privacidad garantizada. De hecho, pocas cosas resultan más aterradoras que compartir la captura de pantalla de una conversación con la persona errónea o que alguien invalide nuestras palabras al mostrar un pantallazo de una conversación en la que participamos pensando que lo que se cuenta a través de la pantalla está amparado por la intimidad. Cuando los mensajes privados de una celebridad se han compartido online y han funcionado para dar voz a abusos, entonces sí se han aplaudido tales acciones, pero lo que hemos de plantearnos es hasta qué punto el concepto “privacidad” se ha vuelto tan volátil que está perdiendo su significado.

Compartir capturas de pantalla se ha convertido, desafortunadamente, en parte de nuestro día a día. Los mensajes que en algún momento acariciaron la privacidad se despojaron de ella, y los 'screenshorts' se han convertido en una suerte de ticket o recibo para dar algún tipo de veracidad a cualquier afirmación. Incluso en los realities es habitual que cualquier pelea acalorada quede zanjada en el instante en el que algún participante saca el móvil y muestra un mensaje privado que invalida las palabras de alguien. El teléfono se convierte entonces en aliado y en delator, en una cápsula de secretos y en un aspersor de revelaciones. Esta doble naturaleza es la que hace que por ello, la tecnología navegue siempre en una delicada dualidad.

Por ello, lo que el caso de Jaime del Burgo denota es que necesitamos cuanto antes una normativa con la que proteger una privacidad que cada vez se nos escapa más de las manos.