En 2001 montó su horgar junto a su marido Chris Richmond, en principio provisional, en este edificio victoriano, semiescondido en un callejón de Londres, y que había albergado las oficinas de una vieja central de taxis, mientras buscaban una casa más cómoda e idónea como residencia definitiva. No obstante ha transcurrido una década y el vetusto recinto de aire industrial ha experimentado una asombrosa transformación hasta mutar en una casa llena de estilo, que encarna a la perfección el espíritu “bohemio-vintage” que caracteriza a la estilista británica.

Autora de media docena de libros, dueña de la tienda Caravane y colaboradora destacada en revistas especializadas, Emily no pudo resistirse a su pasión y fue, poquito a poco, inoculando su sello en cada uno de los rincones de la casa hasta convertirla en un espacio único, su particular sweet home, que es, también, reflejo de su alma. Y eso que el punto de partida del que arrancaba se alejaba del glamour british, ya que se trataba de un espacio abierto tipo loft, de estética industrial, gélido y algo desvencijado, de paredes toscas con las tuberías de agua a la vista, suelos de hormigón, de escasas ventanas... Paulatinamente fue “domesticándolo” hasta convertirlo en un lugar lleno de detalles que nos cautivan, rincones deliciosos, guiños traviesos y miniambientes que coexisten con autonomía propia en una misma habitación.

Espacios abiertos

No llega a 100 m2, pero parece más grande gracias a acertadas decisiones: las paredes se pintaron de blanco, el espacio se dejó diáfano, sin compartimentar. Emily resolvió magistralmente la división de ambientes, colgando telas muy especiales a modo de “telones” o doseles que aislan o integran, según se quiera, el dormitorio y el vestidor del salón-comedor. Infatigable cazadora de chollos en mercadillos de medio mundo, Emily Chalmers tiene un ojo agudo para encontrar gangas llenas de encanto vintage y recuperar piezas antiguas. “Las formas me interesan, pero me enamoro de las flores y de los textiles cada vez que compro algo”, señala. Desde que era una niña ha puesto en práctica el “gen del coleccionismo” inscrito en su ADN, y que la ha llevado a ejercitar una inusual habilidad para encontrar auténticos tesoros en anticuarios, tiendas y mercadillos.

Poseedora de un mágico talento para combinar con naturalidad y desparpajo objetos de lo más variopintos, de modo que parezcan hechos los unos para los otros, en el salón-comedor ha ensayado con rotundo acierto su savoir faire para superponer piezas antiguas y contemporáneas, como el sofá chester de cuero negro, un sofá-cama comprado por 20 € en un anticuario de Brixton..., todas vestidas con cojines de graciosas telas elegidas por la dueña. La potente obra de un artista callejero se apoya en el suelo, mientras un vestido turquesa cuelga en la pared como un cuadro.

Aprovecha todo

En otro rincón, una antigua mesa de comedor de aire escandinavo que Emily y Chris descubrieron en un anticuario de Amsterdam, está rodeada por sillas procedentes de un bar y que la estilista transformó con coloristas cojines cosidos por ella. En lugar de librerías, que ocupan mucho espacio, optó por colocar los libros y revistas en el alféizar de la ventana o, sencillamente, en el suelo, eso sí, ordenados por colores. En el vestidor, en vez de pesados armarios y zapateros, prefirió colgar sus vestidos en las paredes, como piezas de exhibición, y alinear ordenadamente los zapatos en el suelo, junto a la pared. Cuando se abren las cortinas de cretona, que ocultan la zona de dormir, queda a la vista la divertida cama-coche, con radio incluida, tapizada de felpa. El baño y la cocina, pequeños y en cuartos independientes, también albergan las “travesuras” de Emily, como la bañera revestida de una llamativa tela de estampado floral, su sello personal.