Nos colamos en la nueva casa de una (gran) interiorista
Esta casa en Ámsterdam exhibe sus joyas arquitectónicas del XIX sin perder ni pizca de frescura. La autora del 'hechizo': su dueña, la interiorista Michelle Opperman. Congrats!
Después de 16 años reformando espléndidas casas en Silicon Valley, California, y una vez que sus dos hijos habían emigrado del nido, la diseñadora de interiores Michelle Opperman, sudafricana de origen, sintió la llamada de la Vieja Europa. Después de vivir 23 años en California, decidió mudarse a Ámsterdam, para disfrutar y trabajar en un continente al que siempre había admirado por su historia y su diversidad cultural. En 2013 encontró este piso en un magnífico edificio de seis plantas, construido en 1897 junto a uno de los canales declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y con vistas a lugares emblemáticos. De 260 m2, repartidos en tres plantas, la vivienda ofrecía techos altos, generosos volúmenes y el encanto de la arquitectura decimonónica holandesa. Pero, al conservar la distribución de finales del XIX, las habitaciones estaban muy separadas entre sí, resultaban oscuras, y algunos acabados se habían deteriorado o no estaban a la altura de la exigencia de sus nuevos habitantes, Michelle, su marido y sus dos perros. Nada de esto desanimó a la interiorista, que acometió con pasión una profunda reforma.
"Siempre que compro una propiedad, lo hago por instinto. La casa tiene que hablarme de un modo que yo sepa que puedo crear algo hermoso con ella. Ésta tenía una buena ubicación, "buenos huesos" y supe que podía convertirla en algo espectacular", confiesa. Abrió los espacios, eliminando tabiques y ampliando las aperturas entre las habitaciones y los pasillos, para permitir el paso de la luz y total fluidez. Reorganizó el uso de algunas habitaciones, para hacer más fácil la vida cotidiana, y mantuvo un filtro súper exigente a la hora de elegir materiales exquisitos y acabados de máxima calidad. "Hice todo lo posible por respetar la historia de la casa, de modo que restauré o sustituí con copias exactas donde era necesario". Un ejemplo: los dinteles de las puertas, reproducidos con absoluta fidelidad. "Así conseguí una continuidad armoniosa entre lo viejo y lo nuevo", afirma. Las molduras del techo, la joya de la corona del piso, fueron remozadas con mimo. "Mi objetivo fue mantener la autenticidad histórica de la casa, pero sin que pareciera anclada en el s. XIX", continúa. Y por eso se empeñó en elegir ciertas piezas contemporáneas, como escogidas lámparas. "Para que una casa tenga alma, necesita contar una historia, tanto en la arquitectura como en los objetos de arte coleccionados". Y para favorecer el "flow" de una zona a otra, optó por la madera natural: parqué Versalles en roble blanco europeo en salón y comedor y roble blanco francés con piezas de 22 cm de ancho en otras habitaciones. Tras la reforma, la segunda fase fue decorar con obras de arte, antigüedades y objetos de diversas latitudes, atesorados en casi 30 años de matrimonio. "Cada pieza tiene una historia ligada al lugar donde la compramos en alguno de los viajes que hemos hecho desde que dejamos Sudáfrica".
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