Todavía lleva arena de Ibiza en la piel. Allí acaba de pasar un mes haciendo cuadros. Dice que pintar le permite desconectar de una vida de vuelos, sets y hoteles. A su espalda, cinco candidaturas a los premios Goya y 49 años llenos de talento, intuición, melancolía, desorden y fuerza, cualidades con las que acaba de interpretar al doble de una estrella de cine en 'Operación Concha' (ya en salas), una adictiva comedia en la que comparte guión con Karra Elejalde. En el horizonte, un camino de estrenos, desde una película con John Travolta hasta una serie para Netflix, pasando por un rodaje con el oscarizado director Michael Radford. Así es el nuevo otoño que hay dentro de los ojos azul verano de Jordi Mollà (Hospitalet de Llobregat, 1968).

Hacía tiempo que no te veíamos por aquí...

Eso me dice la gente, pero no paro. Lo que pasa es que las películas que hago muchas veces no llegan a España. Vengo de grabar con Antonio Banderas a las órdenes del director de El cartero (y Pablo Neruda) un guión muy bonito sobre la vida de Andrea Bocelli. También he acabado El hombre que mató a Don Quijote, de Terry Gilliam, el cineasta que fue miembro de los Monty Python. Y ahora me voy a Belgrado a rodar para Netflix.

¿Y qué te empujó a decir que sí a 'Operación Concha'?

Me divirtió mucho el guión. Aunque la comedia, en realidad, es un género muy duro porque tienes que estar siempre arriba. Yo me desdoblo en dos personajes. Por un lado, soy un cubano endiosado con mucha pluma; por otro, un andaluz lumpen. Lo más complicado fue poner acentos tan diferentes. ¡Menos mal que tengo buen oído!

¿Te atreverías con una sinopsis en una sola frase?

Va de unos productores desesperados que buscan financiación usando a un pobre desgraciado para que suplante a un actor de Hollywood y, así, conseguir pasta.

Más allá de la ficción, ¿en el mundo del cine vale todo?

Sí, esta historia es un buen reflejo de la realidad. Yo he participado en películas gordas americanas donde, de repente, se inyectaba más dinero porque el resultado estaba siendo increíble. Y otras en las que días antes todavía no sabías si rodabas. Esto, sin ir más lejos, acaba de pasarme en un film que he hecho en Puerto Rico junto a John Travolta.

¿Qué se aprende cuando se trabaja con un icono como él?

Humildad. Travolta es un tío maravilloso, de esos que conocen de verdad de qué va esto del cine porque saben lo que es estar en la cresta de la ola y, también, lo que es ser fulminado. Yo rodé esa película por estar cerca de él.

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Ponme al día de tu vida, por favor.

Ahora resido en Madrid, en el centro, pero llevo un rumbo muy errante. Estoy en un momento especial, en el que he perdido cosas muy importantes. Y tampoco tengo novia. Así que, cuando llego a casa, no me espera nadie. Ayer llamé a cuatro amigos y ninguno quiso venir a cenar conmigo. Uno andaba con el teléfono apagado, otro no tenía un buen día, el tercero decidió irse a Córdoba y el último no se dónde cojones estaba. Así que me vengo aquí por mis amigos pero mis amigos pasan de mí (risas). Eso sí, voy todo el día de un lado a otro.

Dicen que moverse es sinónimo de estar vivo...

Sí. Precisamente, este es un año de transición para mí. Eso significa avanzar. A veces, correr mucho no te lleva a ningún lado. Yo prefiero continuar: parece un verbo con poca ambición, pero es poderoso. Que se lo digan a Rafa Nadal, que, a fuerza de continuar, vuelve a ser el número uno. Si te tiras en el sofá, todo pesa. El secreto para no deprimirte en las malas rachas está en hacer. En hacer lo que sea.

¿Cuál es un mantra vital para ti?

Cada mañana, me digo: «No tienes derecho a aburrirte». A mí me gusta cambiar las tareas que se esperan de cada día. Dedicarme a las del domingo un miércoles y viceversa. Por ejemplo, pasé el Año Nuevo en Italia pintando zapatillas para Umit Benan, un diseñador turco, exdirector creativo de Trussardi. Cuarenta pares. Nunca he sido de hacer lo mismo que todo el mundo, no porque me considere especial, sino porque quiero sacarle otro rendimiento a mi vida.

¿Cómo eres y cómo crees que te ve la gente?

Las personas de a pie me quieren mucho. Luego hay otras que creo que no saben dónde ubicarme. Y, a mí, basta que intenten meterme en un cajón para que me resista. Por esto tengo muchas discusiones con mis agentes. Me explican: «Si tú quieres llegar aquí, haz esto y esto y esto». Pero yo no creo en las fórmulas, creo en la providencia. Para mí, dos más dos no son cuatro. Dos más dos son cuatro coma cuatro periódico. Y es en ese cuatro periódico donde está la posibilidad de que todo suceda, el lugar en el que se encuentra la magia de la vida.

¿Cuál es la brújula que marca siempre tu norte?

La intuición. Si tú te fías de ella, nunca hay error.

¿La intuición es una guía también en tu faceta de pintor?

Cuando pinto, soy un ladrón profesional. Robo ideas, cosas y estilos. Pero es un buen robar, desde la intuición. Mira, hice un cuadro donde pegué todo lo que no necesitaba, con mil texturas, incluidas varias esponjas. Lo llamé 'El cubo de la basura'. Un día, vino un señor muy serio y me dijo: «¿Este cuadro qué significa?». «Absolutamente nada», le respondí. Y se lo llevó. Schnabel me contó que colocaba lienzos llenos de pintura sobre el techo del coche y conducía por la playa en tardes de tormenta. La lluvia y el viento también formaban parte de las obras.

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Si quiero quedarme una tuya, ¿cuánto debo pagar?

Depende. Me tiré el verano entero llevando a cuestas lienzos enormes y pinceles, tanto en coches como en aviones. Todo ese trajín es una parte importante de mis cuadros; por eso, el precio varía mucho en función de la experiencia que haya tenido con ellos, del follón que me hayan dado.

¿Es verdad que te compraron uno los Thyssen?

Sí, Blanca y Borja. Me parecieron muy majos. En el mundo del cine, estás como en una cápsula. Pintar, como retrata Sorrentino en La gran belleza, me permite conocer a gente de lo más dispar. Y a mí eso me gusta mucho.

¿Sigues escribiendo?

Sí. Ahora estoy con dos guiones. A ver qué pasa.

Al final, ¿qué eres, un actor, un pintor, un escritor?

Soy un actor que, cuando pinta, se pone en la piel de un tío que pinta; incluso cambio totalmente mi manera de vestir y de vivir: lo hago inconscientemente. Lo mismo me pasa cuando escribo. De otra manera, no podría hacerlo. Este verano, en Ibiza, como estaba pintando, iba todo el día por ahí en bañador y descalzo, en un modo muy salvaje. Sí, soy un actor por naturaleza.

Con una buena naturaleza. O sea, un hombre deseado...

Sí, que parece que me caen las tías como manzanas, vamos.

¿Acaso no?

Lo que me pasa, sobre todo con las chicas, es que se acercan a Jordi Mollà y no a Jordi. Y eso que yo se lo advierto; les digo: «No flipes, no flipes». (Risas).

¿Te hacen caso?

No. Se inventan a un Jordi que empieza poco a poco a no tener nada que ver con la clase de persona que creían que era. Una vez, me pasó una anécdota con una chica que me pidió cocaína en una fiesta en Los Ángeles. Yo en mi vida he probado la cocaína, no la necesito. Bueno, pues cuando le dije que no tenía, empezó a empujarme, a llamarme mentiroso: «¡¿Cómo puede ser que, con las películas que has rodado, no te pongas?!». Recuerdo que contesté: «Las películas son las películas y yo soy yo». Entonces, ya, con 49 años, se queda uno sentado en una silla, como si fuese un rey mago, y se repite a sí mismo: «Al final, aquí no ha pasado na de na». Eso sí, luego coges un taxi y te cuenta el conductor: «¡Tendrás tú problemas! ¡Te faltarán a ti mujeres!». Y piensas: «¡Hostias, si él supiera...!».

¿Eres de los que tienen ganas de formar una familia?

Claro. Pero ni esta profesión ni los tiempos que corren nos lo ponen nada fácil. Ya no nos aguantamos unos a otros. A la primera de cambio, la gente dice: «Se acabó». Y se separa.

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¿Quién es tu heroína?

Todas las mujeres a las que he amado, con todo lo que significa la palabra y todo lo que conlleva. La heroína va conectada a la musa y al enganche que genera. En el fondo, buscamos a alguien que nos inspire, que nos haga vibrar, que nos mueva a ver la vida más enfocada. Cuando se produce el amor, tienes a otro ser al lado que te está diciendo: «Yo también lo veo así». Una vez leí: «Las personas que se aman no son dos personas que se miran, son dos personas que miran en la misma dirección». Así lo creo.

¿Qué cosas cambiarías del mundo de hoy?

A mí, las reformas que me parecen más urgente son la espiritual y la contrarreforma, limitar todo aquello que dañe al alma. Dejar de estar pendientes de lo que pasa fuera y ver lo que nos ocurre por dentro. Ser reales de una vez. La sociedad vive en una explosión de ficción. Warhol decía: «Todo el mundo puede ser una celebrity». Y ya está pasando. En las redes vendemos una existencia maravillosa. Nadie habla de la tasa de suicidios en adolescentes, que es una barbaridad, ni de la enfermedad más diagnosticada del planeta, que es la ansiedad y la angustia. Eso sí, todo el mundo está de puta madre. Yo haría un programa que se llamase Pain Instagram. Contando la verdad: «Hoy no tengo un buen día. Hoy me siento gorda. Hoy no llego a fin de mes...». Sorprendería la cantidad de gente que se sumaría. Cuando uno cuenta la verdad, se abren los corazones de los demás.

¿Qué cualidades valoras en alguien que sea un amigo?

La vitalidad, la generosidad y la sensibilidad.

¿Te consideras alguien con «buena estrella»?

Sí, bastante. Pero mi estrella es fugaz, que no es una estrella que desaparece, sino una estrella que se mueve para que la vean otras personas en otros lugares. ¿Para qué sirve una estrella que siempre está ahí? Es verdad que es un punto de referencia, pero a mí me gusta más el milagro de una que pasa.

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Vaya adonde vaya tu estela, ¿hay una prenda que siempre te acompañe mas allá del tiempo y el espacio?

Un abrigo de mi padre que me quedaba mejor que a él. Me lo ponía siempre. De hecho, me llamaban el Hombre del Abrigo Gris. Eso y las botas Ugg. Con ellas me siento como protegido. ¡Me las pongo hasta mayo!

¿Cuál es tu pequeño gran placer?

La belleza, en todas sus versiones. Al cerebro le favorece estar cerca de lo bello; estimula las células buenas.

Dime, a tus casi 50, ¿tienes algún personaje pendiente?

Jesucristo. Me atrae de siempre porque es un Che Guevara pero a la máxima potencia, un revolucionario del amor. Y porque soy católico. Creo en Dios.

¿Te han dicho alguna vez que tus ojos son de brujo?

Será porque escucho mucho con la mirada. Siento las energías. Así que, sí, ahí estoy. Dos y dos no son cuatro. Recuérdalo (sonríe con sus pupilas azul verano).