Podría haber sido uno de esos niños prodigio que se crían entre los cables de los estudios de Hollywood (con 10 años hizo de hijo de Billy Crystal en Cowboys de ciudad) y después pierden la cabeza ahogados por una sobredosis de fama y de todo lo demás. Pero Jake Gyllenhaal (Los Ángeles, 1980), hijo de célebres director y guionista, acabó saliendo bastante más normal. «La clave es que siempre estuve bien aconsejado», dice al otro lado del teléfono desde Nueva York (hace un frío horrible y se está tomando un café bien caliente, aclara). Sus padres, de hecho, le dejaban ir a los castings, pero después no le permitían hacer la mayoría de los papeles que le proponían. Y, sin embargo, acabaron teniendo dos actores en casa: él y su hermana Maggie. «Puedes llamarme Jake, no hace falta que digas mi apellido. Mi abuelo era sueco, así que sólo lo pronuncian bien en IKEA», bromea con una voz extrañamente nasal.

Por alguna razón transmite cierta dualidad. Es de esos tipos que puede parecer anodinamente normal o profundamente oscuro, un tipo gracioso o un freak inadaptado, alguien muy listo o muy tonto. En realidad, casi siempre parece ocurrirle algo que no llegamos a saber qué es. Así que Enemy (ya en cartel), donde interpreta el doble papel de dos hombres exactamente iguales, era para él «el proyecto perfecto». Como ejemplo de esta personalísima manera de estar en el mundo, donde la mayoría vemos un filme inquietante, de atmósfera claustrofóbica y personajes oscuros, él percibe una historia divertida: «He vuelto a ver Enemy varias veces y siempre me hace reír», confiesa sobre la película que dirige Denis Villeneuve (con quien ha rodado también Prisoners) y en la que comparte reparto con la francesa Mélanie Laurent. «No he leído la novela de Saramago porque eso a veces provoca un conflicto para un actor, que debe trabajar sobre un guión, no un libro. Aunque creo que capto el miedo que da vernos a nosotros mismos desde fuera, como si fuéramos otro, porque lo que proyectamos no siempre es lo que creemos... Y puede no gustarmos».

Fue valiente haciendo Brokeback Mountain en un momento de su carrera en el que se jugaba entrar a formar parte de ese star system en el que a muchos les da pánico hacer de gays. Después –aunque como todos los guapos ha pasado por el trámite de la comedia romántica– ha preferido rodar con directores tan sólidos como Sam Mendes en Jarhead, David Fincher en Zodiac o Jim Sheridan en Hermanos. «Trabajar con determinada persona me interesa más que la película en sí misma. Si eligiera mis papeles sólo por la historia que cuentan no funcionaría, necesito relacionarme con gente a la que admire y con un punto de vista que me guste». El próximo con el que iba a trabajar era Philip Seymour Hoffman, quien tenía entre manos un proyecto para dirigir. Aunque Gyllenhaal prefiere no hablar sobre este tema, todavía doloroso.

Con su familia se podría completar un buen reparto: Jamie Lee Curtis es su madrina, él, a su vez, es el padrino de la hija que tuvieron Michelle Williams y Heath Ledger y su cuñado es Peter Sarsgaard, quien está casado con su hermana Maggie. «Como todos los niños, yo estaba siempre pendiente de lo que hacía mi hermana mayor, que era actuar desde pequeña, así que durante años hablábamos mucho de cine. Ahora tenemos una relación más de hermanos, hermanos. Y paso mucho tiempo con sus niños, mis sobrinos». En la agenda de su móvil, explica, ella aparece en la letra S, de sister. No sabemos en cuál aparecen Kirsten Dunst, Taylor Swift o Reese Witherspoon, algunas de las novias que han pasado por su vida. Ni si las ha conquistado con una de sus mejores armas, la cocina. «Soy capaz de preparar algo rico con cualquier cosa que tenga en la nevera. Eso es lo que define a un buen cocinero. De hecho, si no hubiese sido actor ahora mismo sería chef».