El Catálogo Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (OMS) contará en 2019 con una nueva patología descrita y registrada: el 'trastorno por videojuegos', en el que se podrían incluirse todas aquellas personas que jueguen de forma adictiva.

La revista 'New Scientist', que adelantó la noticia, explica que este trastorno será descrito como "un patrón de comportamiento de juego persistente o recurrente ('juego digital' o 'videojuego') que puede ser online (a través de internet) u offline y que se manifestará por:

  1. Incapacidad de controlar el juego (en inicio, frecuencia, intensidad, duración, conclusión, contexto).
  2. Aumentar la prioridad otorgada a los juegos de manera que estos sean más importantes que otros intereses de la vida y las actividades diarias.
  3. Continuación e incremento del juego a pesar de que estén ocurriendo consecuencias negativas".

La descripción prosigue: "El patrón de comportamiento es de suficiente gravedad como para causar un deterioro significativo en las áreas de funcionamiento personal, familiar, social, educativo, ocupacional u otros aspectos importantes. El patrón de comportamiento del juego puede ser continuo o episódico y recurrente. El comportamiento de juego deben ser evidentes en un periodo de al menos 12 meses para que se pueda diagnosticar, aunque este período puede acortarse si se cumplen todos los requisitos para el diagnóstico y los síntomas son graves".

Es importante recalcar que se deben cumplir todas estas características para que se considere una enfermedad mental el hecho de jugar a los videojuegos. Tiene que haber cierto comportamiento adictivo, porque echarse una partida de vez en cuando es una buena forma de mejorar la coordinación entre mano y ojo, desestresarse, trabajar la solución de problemas... tal y como ha afirmado Daphne Bavelier, profesora de la Universidad de Ginebra.

Un estudio de 2009 realizado a nivel mundial desveló que un 8% de los menores de 8 a 18 años mostraba rasgos de este comportamiento adictivo. Ahora, la inclusión de este trastorno en el ICD-11 (el Catálogo Internacional de Enfermedades), permitirá a médicos y profesionales de la salud tomar cartas en el asunto.