En cualquier caso, te pongo en contexto rápidamente: ambos medicamentos, que son inyectables y solo se despachan en las farmacias por prescripción médica (esto es importante, porque no todo el mundo puede ni debe usarlos), se desarrollaron para tratar la diabetes. Uno de sus efectos secundarios es que son saciantes, por lo que alguien empezó a emplearlos para perder peso… y el asunto se viralizó de tal manera que ahora los diabéticos se han quedado sin stocky tienen que recurrir a fármacos alternativos. Hasta aquí todo normal. Bueno, todo lo normal que puede ser el haber quitado a los diabéticos esa droga mágica que adelgaza sin esfuerzo porque entrega una constante sensación de saciedad.

El caso es que, alfombra roja tras alfombra roja, y declaración pública tras declaración pública, no hace falta ser Veronica Mars para entender que su uso no está bien visto por el público (o más bien los publicistas) y por eso las estrellas se muestran esquivas al hablar del asunto, a pesar de que las Ozempic Partiesson ya una realidad. No lo digo yo, lo contó Rosie O’Donnel en televisión. En Hollywood son pocas las que, como Oprah Winfrey o Sharon Osbourne, admiten abiertamente de que el cotizado fármaco es el responsable de su sorprendente y drástica delgadez.

Ni la dieta Keto ni el ayuno intermitente, ni la alcachofa, su fórmula mágica (y cada vez la de más gente) se llama semaglutida. Ellas son casi como una aguja en un pajar. El comportamiento más habitual en ese singular firmamento del celuloide suele ser ofenderse ante la pregunta, asegurar que está muy mal robar el tratamiento a un diabético o insistir en que el gimnasio y la alimentación saludable son los responsables de tremenda silueta. No niego que todo lo anterior sea cierto. Quienes verbalizan eso (sobre todo, los que mienten a conciencia) sabrán si quieren continuar la estela de aquellas supermodelos que juraban y perjuraban que su gran secreto de belleza era beber dos litros de agua al día. Yo los bebo y estoy más cerca de un batracio que de Cindy Crawford.

La semaglutida se ha convertido en ese secreto a voces que nadie quiere confesar, pero sobrevuela todos los corrillos. La varita mágica, sin esfuerzo físico o mental, de la pérdida de peso. Una autopista de cuatro carriles para presumir de silueta y, desde ese estatus privilegiado, olvidarse de cualquier defensa de la diversidad corporal. No es cosa de unos pocos, algo serio está pasando en la sociedad (estadounidense, pero llegaremos a la española) cuando hasta Town & Country publica reportajes sobre cómo comportarse en las cenas de navidad si estás en tratamiento. Spoiler: finge que tienes algo de hambre, es de buena educación. La revolución #ozempic (encontrarás otros nombres comerciales próximamente, enfocados directamente a la pérdida de peso) es costosa y por tanto no apta para todo el mundo, pero acumula más de mil cuatrocientos millones de visionados en TikTok.

Una vez más, nos han hecho caer en la trampa. Existe un nuevo método para adelgazar que es revolucionario, sencillo, eficaz y útil para un amplio espectro de la población (insisto, no para todo el mundo). Sin embargo, su elevado precio lo hace inalcanzable para las rentas medias y bajas, que vuelven a aspirar a la delgadez al mismo ritmo que van perdiendo referentes de diversidad corporal. Eso ya lo vivimos, ¿recuerdas? Todas queríamos una talla treinta y seis porque nos parecía imposible alcanzar el éxito desde la cuarenta y ocho.

De repente, vuelve a la actualidad aquel fenómeno, el de gorda traicionera, que popularizó Esty Quesada (inspirándose en la canción de La ogra que todo lo logra) para referirse a la actitud de Carlota Corredera en 2017 tras perder sesenta kilos y dar el salto definitivo de regidora a presentadora de Sálvame. La furia de Quesada estalló cuando Corredera comenzó a dar entrevistas presumiendo de nueva silueta y entregando titulares como “Mi marido nunca me hizo sentir mal por mi peso” o “Presenté Sálvame con la cremallera de los botines bajada, no me subía”, como si ser gorda fuese un auténtico bochorno, una inconveniencia para el amor y para la estética, una debacle para cualquier carrera profesional. Y a mí lo que me sorprende es precisamente eso, que quienes han vivido en la XL y saben lo difícil que es abrirse paso y vivir con dignidad en una sociedad que desprecia y esconde la existencia de cuerpos diversos, se olviden de eso cuando pierden peso.

Me parece estupendo y deseable que la gente tenga una buena silueta (no conozco a nadie que esté gordo por convicción), pero una vez instalada en una talla normativa no debería contribuir a que quienes no han andado ese camino se sientan mal. Precisamente porque quienes adelgazan saben lo doloroso que a veces resulta escuchar esos desprecios, esos insultos, esos foca, ballena, cachalote. En Hollywood, donde las actrices siempre han malvivido sometidas a dietas infernales y han acabado cayendo en todo tipo de trastornos alimenticios para estar a la altura de los loquísimos e irreales estándares que les exige su industria si quieren trabajar, la llegada de Ozempic es una bendición, un elixir que probablemente salvará más de una carrera profesional. Y está bien. Lo cuestionable es fingir que no han hecho nada especial para lograr la figura de la que tan dependientes continúan (¡al diablo con la diversidad corporal),, fingir que no entregarían a su primogénito por no coger un gramo… y, principalmente, ofender a quienes las admiran y desean ser como ellas sin entender todo el drama vital que se esconde tras esa pérdida de peso. Por cierto, el secreto de las modelos no es beber dos litros de agua al día. Es no comer.