Sacha Hormaechea es cocinero, fotógrafo y, sobre todo, un excelente amigo de sus amigos y de sus clientes. Un contador de historias que te recibe en la puerta y te guía por su carta hacia una experiencia deliciosa y siempre enriquecedora entre lo gastronómico y lo cultural. Un encantador de almas ávidas de sentir y de sentir diferente. Su bistró en Madrid es un clásico (Juan Hurtado de Mendoza, 11, posterior, Madrid, tel. 91 345 59 52) .

¿Cocinero-fotógrafo o fotógrafo-cocinero?
Gourmetista.

¿Qué es lo mejor de tu oficio?
La gente.

¿Por qué te decantaste por la cocina como ocupación profesional principal?
No me decanté, me decantaron.

¿Qué es lo peor que le puede pasar al Sacha cocinero y al Sacha persona?
No ser yo mismo.

¿La gula es un pecado o forma parte de la naturaleza humana?
La gula es un placer.

¿Dieta o resignación?
Vida.

¿Qué es lo que más te gusta fotografiar? ¿Y lo que menos?
Intentar conseguir una imagen; y odio no conseguirla.

¿De verdad van tantos cocineros a comer a tu restaurante?
Sí, demuestran su falta de criterio.

Tu héroe de la cocina y tu héroe de la foto.
En la cocina sólo hay un héroe que es Arzak y en la foto demasiados admirados para decir uno.

¿Por qué te gustan tanto los sombreros?
Porque me parece que es la única prenda que nos dejan a los hombres para ser divertidos.

¿Por quién o por qué te cortarías la coleta?
Por una noche de amor.

Lo tuyo con Michelin ¿es un desamor o una historia que acabará produciéndose?
Es una realidad.

Si con tu segundo sueldo de trabajo de verano te compraste una máquina de escribir, ¿qué te comprarías con el último dinero que te quedase en la cuenta?
Una gran botella de vino.

¿Qué es lo que más te enfada?
La tontería.

¿Qué consigue darte paz instantáneamente?
Un beso.

Batallitas de la mili: ¿sí o no?
Por supuesto, todo el mundo tiene que tener un pasado. Yo la hice con Carlos Berlanga.

¿Un plato que hayas creado del que te sientas orgulloso?
La tortilla vaga, que la hace todo el mundo y pocos me la atribuyen. Y no me importa que no lo hagan.

¿Un libro que defina el espíritu nacional?
‘El Lazarillo de Tormes’, sin duda alguna.

¿Un manjar caído en el olvido?
Esos platos que antes eran exquisiteces, como el revuelto de ajetes y gambas, y ahora están relegados al bar de menú.

¿Un recuerdo viejuno de lo ‘gastro’?
Cuando comer salmón ahumado y beber Chivas era sinónimo de refinamiento.

¿Un trabajo de juventud?
Repartir cestas de Navidad: las mejores propinas las daban en las casas humildes.

¿Qué te gusta de Internet?
En mi botillería no tenemos redes sociales ni web, con eso lo digo todo.