26 de abril de 1986. El día de la tragedia de Chernóbil. O Chernobyl. Muchos la mantenemos en el recuerdo, a pesar de que han pasado 35 años del accidente nuclear más importante de la historia; aquel que, dicen, cambió para siempre el rumbo de la Guerra Fría entre superpotencias y también la investigación en materia de energía nuclear.

La central Vladímir Ilich Lenin se encuentra en la actual frontera entre Bielorrusia y Ucrania. Era una de las instalaciones en las que la URSS había invertido más dinero en energía nuclear, instalando en ella cuatro reactores RBMK y el 25 de abril los trabajadores querían probar si uno de ellos se enfriaba en caso de que la central se quedara sin electricidad.

Pero no cumplieron los protocolos de seguridad y se incrementó la potencia de la central. Intentaron apagar el reactor pero se generó otro aumento de potencia que provocó explosiones en cadena en su interior: su núcleo quedó expuesto y provocó la emisión de material radiactivo a la atmósfera.

Lo que siguió a continuación fue de lo más irregular, como ya se contó en la premiadísima serie 'Chernobyl' de HBO. Para apagar el fuego, los bomberos hicieron de todo, los helicópteros lanzaban agua... pero a pesar del peligro radiactivo, no se evacuó a nadie de los alrededores hasta 36 horas después de que comenzara el desastre.

Al principio se intentó silenciar la tragedia, pero las autoridades soviéticas no tuvieron otra que acabar anunciándolo el 28 de abril. Lo que pudimos ver en los telediarios era desolador, la viva imagen de la destrucción: el 30% de las 190 toneladas métricas de la central habían ido a la atmósfera. Por no hablar de la evacuación tardía de más de 300.000 personas que vivían en los alrededores.

central nuclear unas semanas después del desastre de chernobyl
Wojtek Laski//Getty Images
La central nuclear de Chernóbil, unas semanas después del desastre.

El coste humano fue brutal: 28 muertos, más de 100 heridos y más de 6.000 niños y adolescentes afectados por cáncer de tiroides por las consecuencias de la tragedia, según el Comité Científico de las Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas.

El accidente fue de tal calibre que dicen los científicos que la zona que rodea la antigua central no volverá a ser habitable hasta dentro de 20.000 años. Hasta allí se ha desplazado el presentador y aventurero británico Ben Fogle para descubrir la situación del lugar más de tres décadas después del desastre.

El documental de Movistar+ 'Chernóbil: 35 años después' nos lleva a recorrer la llamada Zona de Exclusión, Zona Muerta o simplemente la Zona, los 30 kilómetros a la redonda de ese reactor 4 que estalló y que detuvo la vida en 1986. Fogle viaja a la ciudad fantasma de Pripiat, construida en los años 70 para los trabajadores de la central y hoy lugar de visita para turistas temerarios.

Allí visita la antigua escuela junto con un alumno que tenía 9 años en el momento del accidente. También se acerca al Hospital 126 (o mejor dicho, a lo que queda), donde se atendieron a las primeras víctimas. Fogle, que todo el rato va con un medidor que supervisa su exposición a la radioactividad, entrevista también a un vigilante de seguridad que estaba en Chernóbil la noche de la explosión.

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Movistar+
Ben Fogle, en el parque de atracciones de Pripiat.

Un permiso especial le permite al presentador entrar en la central, donde accede a la sala de control número 4 y se acerca al sarcófago original de hormigón y acero que se construyó para retener las emisiones del reactor accidentado. Por razones de seguridad radiológica la visita solo puede durar cinco minutos.

La Zona de Exclusión, como se puede ver en el reportaje, es uno de los lugares más fascinantes del mundo, donde el tiempo se ha detenido en un trágico 'Goodbye, Lenin': norias abandonadas, puestos de vigilancia desiertos y otros lugares que son abordados por 'stalkers', jóvenes que entran en ella en busca de emociones fuertes.

Toda tragedia tiene su lado positivo y también lo muestra este documental. Como indica Movistar+, "por un lado, Chernóbil se ha convertido en un santuario donde la naturaleza y la vida salvaje han retomado sus dominios; por el otro, el enorme arco de acero que recubre el reactor número cuatro se ha convertido en un símbolo de la cooperación internacional. Veintiséis países han financiado los 1.500 millones de euros que ha costado su construcción".

¿Podríamos decir que en el lugar más radiactivo de la Tierra también hay sitio para la esperanza? Podríamos. Pero ojo: en Rusia, en 2019, todavía quedaban 11 reactores RBMK en centrales nucleares.

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