Algunos vivimos más que otros en la realidad 2.0, aquella que tiene un desarrollo propio fuera de lo que conocemos como vida analógica y orgánica. La sociedad tiene un significado en función del tiempo y la cultura, así como lo que se considera normal o anomal en nuestra época. Todo tiene un contexto y unas normas culturales, la comunicación y las relaciones pueden modificarse y realizarse de distintas maneras. Pasamos de las palomas mensajeras y directs de Instagram, la vida es así.

Pero el siglo XXI, en especial, tiene un añadido importante en cuanto a esa forma de vincularnos con los demás, algo que no había pasado hasta entonces y que ahora tiene muchísimo peso en nuestras comunicaciones. Hace poquísimos años hubiese sido impensable conocer a tu futura pareja o padre de tus hijos por una red social, sólo viendo su foto y un pequeño texto. Alguien con quien ponerte en contacto mediante un algoritmo porque, de manera natural, posiblemente no hubieses coincidido jamás con esa persona que no frecuenta tus lugares más habituales, no sea de tu ciudad, ni conozca nadie de tu entorno.

Como con el amor, ocurre lo mismo en cuanto a amistades, contactos de trabajo, promoción de lo que hacemos y estar informado de lo que ocurre más allá de tu barrio: las vidas, la cultura o las tendencias de otras personas. Esa rotura de fronteras mediante lo digital, es lo que favorecen las redes sociales.

Muchos demonizan estas vías de comunicación por gran parte del contenido que ven o el uso que algunas personas les dan, pero las herramientas sólo son eso: vehículos que posibilitan algo, luego tú eres el responsable de cómo quieres usar ese 'coche': para ir a otro país y tener una experiencia más, para llevar a tu madre al médico de manera más rápida y cómoda que en autobús o para estrellarlo contra el primer muro que veas. ¿Esto quiere decir que todos los coches son malos? No, sólo que son herramientas.

Cuando el ser humano se comporta como un producto

Un uso de los que hablamos es el postureo: la necesidad constante de mostrar al mundo digital una cara edulcorada de nuestra vida, poco realista, incluso retoques visuales estéticos (en algunos casos) y que siempre quiere demostrar algo al resto. Ese 'resto' no es tu gente cercana: son absolutos desconocidos. Cuantos más, mejor, por cierto. Esto lo explica muy bien el psicólogo de Marbella, Buenaventura del Charco, en su blog:

"Sigue siendo fácil ver a personas que ponen su autoestima en poder tener cosas preciadas socialmente, como si de eso pudiese inferirse su valía personal. Sin embargo, esta valía del individuo a través de sus posesiones, esta idea de consumo desaforado, ha empezado a traspasarse a las personas. Podríamos decir que los individuos nos hemos visto “contagiados” de ello. Ya no vale con tener cosas (porque todo el mundo puede) así que para seguir diferenciándote y destacar, debes hacerlo contigo también. Ahora el nuevo producto somos nosotros mismos: las personas.

Ahora fardamos o equiparamos a nuestro valor como individuos a nuestras cualidades, aquello que sabemos hacer y nuestras experiencias… como si nos hiciesen mejores personas. Nuestra autoestima por tanto se convierte en una basada en el logro, es decir: tanto sabemos hacer igual a tanto valemos y por tanto a como de dignos de ser amados o valorados por ello", aquí está la clave.

Todo es vendible: nuestro aspecto físico, nuestro estilo, lo que consumimos y hasta nuestra intimidad. Cuanto más mostramos aquello que antes compartíamos de puertas para dentro (nuestra pareja, familia, amigos, casa, hasta qué comemos y cuándo), mejor. Se convierte en una carrera de fondo que persigue ser un 'bestseller' y, por tanto, que el resto 'te compre'. Dejándonos poco dentro de ese mundo puramente nuestro y de los nuestros, aumentando la presión sobre lo que somos y nos acontece en nuestra vida, atendiendo y preocupándonos por la imagen que damos a gente que no conocemos, depositando parte de nuestro estado emocional sobre lo que piensan muchísimos desconocidos.

"Tenemos, por tanto, que ser mejores que nuestros “competidores” y que ser más atractivos para los “consumidores” que son las otras personas, las cuales, a su vez, son productos para otros. Esto explica que vivamos como una necesidad que la sociedad nos impone o nos autoimponemos la mejora continua siguiendo la lógica de los productos: si estos cada vez son mejores y tienen más “extras” y cualidades, las personas, también debemos meternos en esa carrera de la mejoría. La novedad es importante, lo estable, aunque cómodo o fiable y es aburrido. Esto no sólo ocurre con nosotros mismos, también con los otros, de forma que también 'consumimos' personas, especialmente en las relaciones de pareja en la era del Tinder y similares", explica el psicólogo.

Esa meritocracia nos aleja de lo puramente humano y nuestra razón de ser, de las relaciones genuinas, buscando un falso valor fuera de la gente que te conoce y te quiere, incluso del valor propio. Huyendo también de las críticas constructivas que tu círculo te pueda hacer y de también las opiniones a tener en cuenta de los que más te quieren. De esta manera también eludimos nuestra responsabilidad en cuanto a lo que hacemos y nuestra capacidad de autocrítica merma y se confunde.

Parece que, mostrándonos en pantalla, nos quedamos con la parte del pastel que más nos interesa: los elogios de los seguidores con los que nos inflamos cual pavo de Navidad (los likes) y desechamos lo negativo: el hate. Pero todo ello en estímulos fugaces que duran, a lo sumo, unas horas, cuando subimos un contenido. Y que, por tanto, volvemos a 'necesitar' como un chute en un corto periodo de tiempo.

Japón: un ejemplo práctico para entender la sociedad del logro

Ventura comenta esto en un ejemplo muy sencillo, todo esto: "Japón, un país que ha hecho de la búsqueda de la excelencia su norma de vida y que empuja a las personas al principio denominado Kaizen (que se basa en la mejora continua) y donde ves que los individuos son fomentados y exigidos al desarrollo de sus cualidades. Es sin embargo uno de los países más más enfermos a nivel de salud mental, con una tasa de suicidios y de depresión que ha llevado a su gobierno a tener que poner en marcha agresivas campañas de prevención, con bastantes pocos resultados.

Con todo esto no quiero decir que sea malo que quieras avanzar, adquirir o desarrollar algunas de tus cualidades o aficiones. Simplemente, que no es un “tengo que” sino un “yo elijo”, que no eres un producto que tenga que mejorar continuamente ni estás en competición con nadie, que tu valor no depende de lo que sabes hacer.

Eres válido tal y como eres. Eres una persona. No una tendencia, una App o un producto", dice el psicólogo.

postureo
Ivan Lattuada

Consecuencias psicológicas del postureo

Tienes que escuchar 'Veo, veo, postureo', de Psicología Cruda, el podcast de Ventura. Nos hemos permitido sacar algunas claves del mismo para resumirlas y comentarlas también:

- Una comparativa constante de nosotros mismos con nosotros mismos. Ese yo proyectado vs. yo real.

- Comparación con los demás y su realidad edulcorada en la que siempre salimos perdiendo, es decir, parece que nuestra vida siempre es peor. Al final parece que hay algo en nosotros que no es lo suficientemente nuevo nunca, sobre todo tan genial como la que tienen los demás. Traducción: frustración con lo que somos realmente.

- Democratización de la fama (antes el posado era Ana Obregón en la playa o la familia perfecta en Navidad de algún famoso). Ahora esta 'fama' la puede tener cualquiera, impulsando, de nuevo, esa idea de falso éxito en un escaparate que es competición constante.

- Tirar abajo las barreras de la realidad líquida. Ahora puedes ver el contenido de tu vecina que tiene millones de seguidores en TikTok o el Instagram de Shakira. Lo que hace que todo sea ambiguo y esté mezclado. Antes, con límites definidos, no daba lugar a pensar que pudieras estar en visibilidad al mismo nivel que un famoso, pero la gente de a pie (por no tener ninguna profesión famosa o talento en especial), está al mismo nivel, en la misma categoría de las redes sociales. Esto es accesible para muchos, pero no lo consigue todo el mundo. Entonces, "¿por qué ellos sí y yo no?" ¿por qué ellos han sido capaces de ganarse la vida en TikTok o en Instagram y yo estoy 10 horas currando por mil euros?". De nuevo, frustración.

- Obsesión por la validación externa, el problema de esto es que es momentáneo, como un paracetamol para nuestra herida sangrante de valía interna que se alivia con esa dosis, pero no resuelve nuestro problema de autoestima.

- Nos volvemos dependientes de la opinión de otros y eso nos quita libertad. Cuando empiezo a vivir en base a lo que piensan los demás, tengo que hacerlo según lo que se espera de mí, lo que quieren ver de mí, etc. Por tanto, dejo de ser libre.

- Los problemas que existen realmente, siguen ahí cuando se acaba el postureo y no los podemos evadir. Taparlos con esa proyección, nos quita la responsabilidad de nuestros propios problemas. El postureo nos oculta esa parte de nosotros que sufre. También, esa imagen que proyectamos: lo 'bien' que vivimos, nuestra relación perfecta o el tren de vida que tenemos, torna en conversaciones que realmente no se meten en nuestra realidad, sino en una cara que muestro.

- Creamos ese alter ego de nosotros mismos con lo que no nos gusta, con lo que nos da miedo afrontar de nosotros mismos.

"No, pero yo comparto porque quiero conectar con otros"

Esto, como dice el psicoterapeuta, no es realmente así. Si queremos compartir una foto con nuestro amigo Manolo, se la enviamos a él. Si queremos crear recuerdos, existen los álbumes de fotos. Si queremos conectar con otros, ¿lo hacemos a través de una realidad alterada de nosotros mismos, pensada, editada y calculada o lo hacemos en la vida real con lo que somos (legañas, malos días o domingos en pijama)?

El ser humano tiene una necesidad narcisista por naturaleza (que esto no se confunda con el trastorno narcisista), queremos gustar y que nos quieran, también queremos sentirnos valiosos. Esto es totalmente humano y no es nada malo siempre que no se haga desde la hipocresía y el autoengaño (mostrando esa imagen calculada que necesitamos que otros aprueben). Siempre que yo asuma el precio de por qué hago las cosas y las consecuencias, siempre que sea una decisión consciente, no es nada malo porque sé lo que hago. Ahora bien, cuando nos autoengañamos, es cuando surge el problema. Cada uno debe asumir la responsabilidad de sus decisiones y su propia autonomía, no es que algo (como las redes sociales per se) sea malo o bueno en sí mismo.

El postureo como aliado

No es una cuestión tampoco de subir o no contenido o del tiempo que se pasa en redes (puedes estar cinco minutos al día pero buscando una valía constante), sino de no ignorar las heridas que tenemos dentro, lo que nos provoca conflicto con nosotros mismos, lo que no nos gusta.

Sin querer taparlo ni mostrar otra cosa que sea incongruente con lo que somos. Mirar de dónde vienen esos miedos nuestros que vienen a través de esa compensación de mostrar una imagen que depende de lo que opinen los demás. Y ahora como pregunta abierta, ¿cuándo más problemas tienes o peor te sientes más postureas? ¿Más necesitas que te validen otros? ¿Te evades así? Si es así, el postureo puede ser hasta un aliado que se convierte en un indicador de que hay algo que no está bien y hay que preguntarse qué es y qué hace que nos preguntemos lo siguiente para poder sanar cosas:

¿Qué es lo que no me está gustando de mí ahora? ¿Por qué tengo esta sensación de vacío? ¿Por qué me gusto o me quiero tan poco? Al final, nos aporta información sobre lo que nos pasa y podemos entenderlo desde ese punto más constructivo, sin macharnos ni culpabilizarnos, al revés, mirándonos con benevolencia y sin torturarnos.

Un remedio cuando nos estamos pasando, es 'poner a dieta' esa parte más narcisista de nosotros que mira para afuera y mirarnos por dentro, básicamente no dar de comer a ciertas partes de nosotros que a la larga nos hacen daño y nos impiden escucharnos de verdad.

Simplemente para entender de dónde vienen las cosas y por qué las hacemos y, sobre todo, identificar si hay algo que, lejos de llenarnos, nos está vaciando por el camino.