Creo que todo comenzó cuando tenía unos 7 u 8 años. Es el primer recuerdo que tengo de "necesitar orden". Me gustaba jugar con mis juguetes… pero me entretenía más ordenar la ropa de mi armario, la del armario de mis padres, la vajilla de la cocina y hasta los botes de conservas, por tamaño y color.

Aunque cueste creerlo, he compartido piso con mucha gente y con todos mis antiguos compañeros mantengo muy buena relación… a pesar de que jamás consideré que podía tener un problema. Intentaba tenerlo todo ordenado y limpio tanto dentro como fuera de mi habitación y a mis compañeros de piso les parecía genial, claro. Pero para mí, llegó a resultar agotador. Nada estaba nunca "perfecto".

También lo fue cuando dejé de vivir con mis padres. Cada vez que volvía, necesitaba reordenar algunas cosas y de vez en cuando vivíamos alguna que otra contienda por esto. Ya no era "mi casa" y no podía llegar y poner todo patas arriba por una obsesión. Así que cuando llegué a mi casa, un piso de 30 metros cuadrados en el que viví de soltera, pensé: POR FIN.

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La obsesión por el orden y la limpieza me hacía cambiar también constantemente las cosas de sitio, porque sentía que si ya estaban ordenadas, no podía "volver a ordenar" y creo que ahora he comprendido lo que me pasaba: disfrutaba con la sensación post-orden. Una sensación de calma y quietud que de alguna manera me hacía sentir en paz conmigo misma. Sentía que mi vida estaba también ordenada a nivel interior. Y todo por tener mis calcetines perfectamente colocados o los vasos en fila, de menor a mayor. Los cojines del sofá. Las camisetas, por colores.

Una armonía enfermiza que por supuesto no se iba a poder mantener si daba con alguien que no estuviera en mi mismo plano. Y así fue. Mi pareja no es un desastre, pero tampoco entiendía mi obsesión. Por supuesto es incomprensible y no le culpo. Se esforzó intentando comprender que a veces necesitaba ese orden para sentirme bien, aunque no lo compartiera. Y lo toleró. Sin embargo, yo no llegaba a tolerar su desorden. Un "desorden normal". Y entonces, llegaron los conflictos.

Pero si hay algo que me ha puesto a prueba, ha sido el nacimiento de mi hija. Con su primer año recién cumplido, el desorden es su principal hobby. Le fascina sacar todo de su sitio y dejarlo en cualquier parte. Por supuesto, es agotador también así que me rendí. Intentaba hacer de tripas corazón la mayoría de los días. Evitar coger el cepillo de barrer por un pelo que he visto en el pasillo. O recoger los libros de la alfombra de juegos para meterlos en la caja que a su vez estaba en la misma alfombra de juegos. A veces lo conseguía, pero pocas.

Llegado a este punto, es necesario tomar cartas en el asunto porque, aunque el orden y la limpieza es algo que le gusta a casi todo el mundo, el problema surge cuando se convierte en una obsesión que altera la vida normal de uno mismo… y la de los demás. Así nos lo ha contado Marisa Navarro, terapeuta y autora de libros como 'La medicina emocional' o 'El efecto tarta'.

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"Las personas con esta obsesión se vuelven intransigentes y en ocasiones, insoportables para la gente con la que conviven. La limpieza y el orden se convierte en uno de los objetivos primordiales de su vida y hasta una mota de polvo les resulta incómoda, generándoles una enorme ansiedad que no se calma hasta que todo vuelve a estar limpio y en su sitio". Marisa identifica el problema.

Nos da una clave peligrosa: "Esta manía por el orden y limpieza puede llegar a convertirse en un trastorno obsesivo-compulsivo, pudiendo llegar a bloquear casi por completo la vida de la persona, que llega a dedicar todo su día a esto", afirma. Y es que, tal y como nos cuenta, la línea que separa las manías de las obsesiones es más fina de lo que pensamos.

Le preguntamos a Navarro por las razones de esto. Quiero saber de dónde me viene. Quiero saber por qué a los 7 años ordenaba mi ropa en vez de jugar con mis muñecos. Y aunque no se conocen las razones ciertas por las que se desarrollan determinadas obsesiones en una persona, "lo cierto es que existen personalidades obsesivas que se relacionan con factores de muchos tipos: genéticos, por estrés, neurológicos, de neurotransmisores… o tener factores desencadenantes, como un trauma, periodos de mucho estrés, enfermedades o pérdidas", explica.

La ansiedad, las obsesiones y la autoestima, ¿qué tienen que ver?

Para Marisa, la ansiedad juega un papel fundamental en todo esto. Situaciones que nos crean una gran carga de estrés y personas muy ansiosas, pueden ser el combo perfecto para desarrollar más fácilmente este trastorno.

Respecto a la autoestima, según la terapeuta, "tiene que ver con todo lo que hacemos en nuestra vida, también con este tipo de trastornos. Las personas con baja autoestima son más propensos a caer en manías y obsesiones, aunque no siempre puede ser así".

Espera, ¿trastorno?

A pesar de que este comportamiento genera ansiedad, debido a los pensamientos intrusivos y persistentes por tenerlo todo bajo control, según la Asociación de Psiquiatría de Estados Unidos, en la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) publicado en 2013, se ubica al TOC (trastorno obsesivo compulsivo) y otras enfermedades relacionadas en un capítulo independiente, rompiendo así con la tradición de incluirlo en el capítulo de los trastornos de ansiedad como sí lo hacían ediciones anteriores.

Aún así, que esté en un capítulo independiente no tranquiliza. ¿Lo mejor? Tomar soluciones.

1. Identifica el problema.

Cuando se sufre, no eres capaz de hacerlo. Hay que trabajar mucho con un mismo para conseguirlo. "¿Identificar como un problema el tener la casa impoluta y el armario impecable? ¿Estamos locos?" Eso me preguntaba yo… hasta que me di cuenta de que efectivamente, no era sano porque mi perspectiva ya estaba distorsionada. Había que hacer algo.

2. Empatiza con tu entorno

Para quien convive con una persona obsesiva, las cosas pueden ser muy difíciles y esa manía puede interferir de forma negativa con consecuencias irreparables así que, evita llegar a ese punto parando un momento y empatizando con quien lo sufre. ¿Cómo puede sentirse? ¿Te gustaría sentir esa presión constante por su parte? Si es que no, el trabajo puede resultar duro, pero al final será gratificante comprobar que existía un plano de equilibrio en el que los dos estaríais a gusto, sin presiones.

3. Date tiempo

No pretendas que todo se solucione ya. Ponte retos. No recojas hoy esos libros, pero si te sientes mejor pasando la mopa, hazlo. Mañana, sin embargo, cambia de reto y comprueba al final del día que no era para tanto. Nada es tan imprescindible que no pueda hacerse después. O mañana. Y no es procrastinar, es ser generoso contigo mismo, dejarte vivir sin presión, hacerte disfrutar de lo verdaderamente importante. A veces, hay un punto delicioso dentro del caos. Pruébalo, aunque sea una vez y piensa que la vida es demasiado corta como para pasársela ordenando los calcetines por colores.

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4. Busca el equilibrio y establece prioridades

A veces descansar es una prioridad. Incluso a veces, una copa de vino y una charla, o un paseo, es una prioridad. Si sientes ansiedad porque sientes que el suelo está demasiado sucio, piensa que las cosas se manejan mejor cuando uno está en calma, equilibrado y feliz. Y después de ese reconfortante paseo, podrás fregar el suelo. O no. Pero al menos habrás ganado el pulso a esa ansiedad que pedía puntualidad en tu tiempo.

5. Vive lento

La obsesión por el orden y la limpieza en mi vida me había metido en una espiral de ritmo frenético en el que todo lo quería AHORA y lo quería YA. El suelo limpio YA. Los cacharros fregados cuando estábamos incluso tomando el postre. Las camisas perfectamente colgadas en las perchas AHORA. Apenas disfrutaba de los minutos que hacen que la vida sea emocionante. No me daba cuenta. Y, en serio, a ti, que quizás no te has dado cuenta, que quizás no quieres darte cuenta aún… hay vida más allá del orden que te da calma. Mucha más.