Es fácil detectarlo cuando llega la hora de pagar la cuenta, de organizar unas vacaciones, de celebrar un cumpleaños. El más sutil se escaqueará con excusas más o menos creativas de pagar la cuenta, quien lo lleve por bandera directamente exigirá pagar solo por los centilitros de vino consumidos y se jactará de su gestión económica, tan necesaria en estos tiempos de crisis. Pocos rasgos se me ocurren menos atractivos, más deprimentes, que la tacañería. No tiene que ver con el dinero que uno tiene, ni siquiera con el que gasta. Se trata más bien de esa obsesión por querer salir ganando siempre, más que los demás, a menudo a costa de ellos.

Es fácil detectarlo cuando hay dinero de por medio, pero un tacaño no lo es nunca exclusivamente en lo material. Dar lo mínimo es una máxima vital, es parte de su personalidad, y se traslada también a su forma de relacionarse. La cultura ha dado armas a los tacaños emocionales –especialmente a los hombres– para esconderse detrás de personalidades aparentemente complejas. También a las mujeres, sobre todo si el personaje es una empresaria de éxito o una espía, por algún motivo, pero especialmente a los hombres. El hombre de hielo. El hombre de piedra. El hombre monosilábico frente a la mujer emocional, histérica. Pongan cualquier película de los cincuenta y se encontrarán una estética preciosa y una omnipresencia de este arquetipo.

Cuando el otro no expresa emociones, no las comparte. Cuando no hay ternura, vulnerabilidad, rastro alguno de entrega, es fácil caer en esos arquetipos para llenar lo que no existe, pero no funciona a la larga. «Ese misterio alude a lo que no podemos ver y nos inventamos como a nuestro deseo –un deseo educado– se le antoja. Así, en un comienzo nos parece interesante, lo idealizamos. Sin embargo, la falta de empatía y de implicación emocional por parte del otro genera frustración a largo plazo», explica la psicóloga y sexóloga Silvia Sanz, quien añade que esta carencia despierta sobre todo en las mujeres –de acuerdo a cómo hemos sido socializadas– el instinto de suplirla. «Puede arrastrarnos a adoptar el rol de cuidadoras emocionales y eso desestabiliza la relación e impide una conexión íntima real», apunta.

Con los tacaños emocionales las relaciones se quedarán siempre en la superficie, sea una pareja, una amiga, un familiar. Para evitarlo, hemos elaborado una guía para detectar a los muchos tacaños emocionales que andan sueltos. Como primera medida, si escuchas «yo es que tengo una coraza», huye. Sal corriendo en la otra dirección. El resto lo iremos desgranando poco a poco.

Señales de que estamos ante un tacaño emocional

Sanz nos da algunos rasgos de base: «Son superficiales, evitan temas profundos y personales en las conversaciones, muestran falta de empatía y comprensión, no se aventuran a hacer planes a futuro, no existe el compromiso emocional».

Es importante diferenciar a la reserva de carácter de la tacañería emocional. «Una persona reservada no te va a negar su cariño y su atención, simplemente necesitará más tiempo para abrirse. ¿Cómo saber la diferencia? Primero, la intuición. Cuando alguien no te quiere entregar nada tú sientes esa barrera. Con una persona reservada, se ve la posibilidad de avance, de progresión en el tiempo. No es un muro», explica la psicóloga Silvia Llop.

También lo es elegir con qué gestos del otro nos quedamos y qué posibles palabras grandilocuentes desechamos. El consejo de Llop: «Créete los negativos e ignora los positivos. Si una persona es ambivalente y un día te dice que te quiere y al otro pasa olímpicamente, quédate con esto último. Tendemos a quedarnos con los positivos, juntarlos con nuestros sentimientos y, como queremos que esa relación funcione, tirar hacia delante. Si coges los negativos podrás tomar decisiones mucho más fundadas».

Una vez detectado, ¿qué hacemos con él?

La teoría es simple –si no te da, no ha de tener un lugar en tu vida–, pero la práctica se complica por esa tendencia al autoengaño. «Por eso es importante fijar unos estándares, unos mínimos de acuerdo a lo que necesitamos para ser feliz en una relación, como poder acceder a las emociones del otro», apunta Llop. La única forma de evitar el autoengaño es sintonizar muy fuerte con una misma. «Es adecuado que te preguntes ‘¿qué quiero?’ y te centres en cómo te sientes. Las palabras se las lleva el viento, pero lo que el otro hace y cómo te sientes junto a esa persona es real. Si no recibes lo que quieres, pídelo, sabiendo que tu responsabilidad llega hasta donde están los límites del otro. Si no pone cartas en el asunto, lo más inteligente es alejarse para no sufrir. No te quedes donde no te ofrecen muestras de amor de ningún tipo», afirma Sanz.

A propósito de la coraza de que mencionaba antes, vale. Es posible que la tengan. Voto de confianza. El problema llega cuando es la excusa permanente. «Si te han pasado cosas, tu responsabilidad como ser humano tener ese compromiso contigo y con los demás de intentar ser la mejor persona que puedas ser con tus circunstancias», explica Llop. También cuando nos lleva a relacionarnos desde lugares tóxicos y a colgarnos etiquetas frecuentes, como la de penitente o la de salvadora. «Tú puedes tener empatía hacia esa situación, pero no por eso tienes que tragártela sin condiciones. Esto es muy importante. La empatía no implica quedarse en sitios de mierda», afirma. «También hay que tener claro que no se puede cambiar a las personas. Si alguien no está dispuesto a dar, no podemos obligarle o enseñarle. No somos su profesora ni somos su mamá», añade.