Este libro lo tuve que abandonar un tiempo. Templarme yo. Dejarlo en barbecho. Buscar sosiego. Era tal la angustia al leerlo, la sensación de injusticia, que lo cerré y estuvo en mi mesilla mirándome desafiante: «No has podido conmigo, Amaya». Y eso que, en aquel momento, no sabía que estaba basado en una historia real. Pero me pudo la curiosidad. O el orgullo. A pesar de ese parón, aquí estoy recomendando Harriet, de Elizabeth Jenkins.

ALBA Harriet (Rara Avis)

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La novela, escrita en 1934, cuenta el misterio de Penge que dejó a la sociedad victoriana de 1877 conmocionada. Es la historia real de una rica heredera de 32 años, Harriet, con algún tipo de deficiencia de nacimiento. La llamaban en el pueblo «la tontita». Su madre la educó con amor y cuidados y en ningún momento le hizo entender que sus capacidades estaban, de alguna manera, disminuidas. Así que cuando Lewis, un listo que se cruzó en su camino, la engañó para convertirla en su futura mujer y quedarse con todo su dinero, ella no dudó de nadie, sólo de su madre que intentó que la declararan incompetente al ver aquella amenaza. Junto al listo de Lewis estuvieron su hermano, su cuñada y Alice, su amante. Todos con sus deseos y su justificación de lo que estaban haciendo para conseguir la vida que querían y que creían que merecían. «La indefensión y la infelicidad de Harriet deberían haberla conmovido y despertado en ella un poco de consideración. Pero el sufrimiento causaba en Alice el peor de los efectos. Esas ideas de que el sufrimiento nos hace mejores y nos vuelve más compasivos al dolor de los demás era completamente inaplicable en su caso. A ella, el sufrimiento le había servido únicamente para evitar con una impaciencia malsana todo lo que acarrease dolor y volverse completamente ajena al que pudiera infligir a los demás». Eso es lo terrible del libro, lo que me angustiaba. No tanto los actos en sí mismos, que también, sino esa indiferencia ante el sufrimiento del otro, de alguien que consideraban inferior. La mezcla de egoísmo y justificación hacia esa persona que de ninguna manera conseguía ordenar en su cabeza todo lo que le sucedía. Y por encima de ellos, la madre, desesperada, consciente e impotente. ¿Por qué leerlo entonces? ¿Leer para sufrir? Sí, sin duda, para entender, para no repetir, para saber y, también, para honrar.