«Muchas veces las mujeres se casan con su techo de cristal». Lo malo de leer a Caitlin Moran es que subrayo la mitad de sus libros. Esta autora inglesa se hizo famosa en 2011 por Cómo ser mujer, sobre la vida de una treintañera (feminismo, relaciones, alimentación...), y ahora presenta Más que una mujer, la versión más madura: medio biografía medio monólogo, cuenta los problemas a los que se enfrentan las mujeres de más de 40. «Cuando pienso en lo más agotador de llegar a la mediana edad, es que eres la única que puede arreglar las cosas: no hay nadie a quién quejarte o donde buscar consuelo; porque tú eres la adulta ahora (ups), y si no puedes arreglarlo, permanecerá roto».

Anagrama Más que una mujer: 1075 (Panorama de narrativas)

Más que una mujer: 1075 (Panorama de narrativas)

Anagrama Más que una mujer: 1075 (Panorama de narrativas)

Comprar en Amazon

Aceptar tu cuerpo o tus arrugas, algo poco frecuente y que necesita tiempo y, a veces, terapia. Tener la casa que amas, desordenada y caótica. Saber qué te queda bien, qué quieres, que te importe todo algo menos. Y luego los grandes problemas: los hijos adolescentes, las crisis mentales e incluso la cancelación de las mujeres públicas. Moran toca todos los palos desde un punto de vista feminista y con humor. «Es cierto que la situación no es tan grave como en la época victoriana, cuando las mujeres no eran más que un vestido con una cabeza en lo alto; pero es fácil darse cuenta del camino que nos queda por recorrer: basta con constatar que las mujeres todavía tenemos que esforzarnos para encontrar una palabra aceptable con que denominar la parte de nuestro cuerpo más fundamental y defi nitoria: los genitales. En 2012, a la congresista de Michigan Lisa Brown se le prohibió seguir interviniendo en el Congreso por haber pronunciado la palabra vagina en un debate sobre la anticoncepción. El congresista republicano Mike Callton argumentó que la palabra era tan «repugnante y asquerosa que él jamás se atrevería a pronunciarla ni delante de una mujer ni de un grupo de hombres y mujeres».

Y de lo importante, a lo trivial: el bótox o el maquillaje. «¿El feminismo está en contra del maquillaje? ¡No! ¿Cómo puede ser? Me maquillo, y soy feminista, porque ¿cómo va a estar mi maquillaje en contra de la igualdad social, política y económica de las mujeres, cuando me lo aplico por la sencilla razón de que quiero parecerme al carismático pájaro frailecillo?». Si sois de subrayar, coged rotulador.