Hay pocas cosas más españolas que el arte del tapeo, ese que se ha internacionalizado tanto que ha cambiado incluso la forma en la que en muchos restaurantes fuera de nuestras fronteras se come. De hecho, el motivo por el que el popular restaurante francés Le Jourdain fue uno de los primeros restaurantes parisinos en apostar por la costumbre de compartir platos se debe a que su fundador, Jean-Baptiste Jay-Gallo, regresó a su país de origen tras haber pasado unos años en Barcelona, donde se enamoró de “la idea de poder probar diferentes platos en una misma comida”.

La cultura de compartir plato se ha extendido tanto, que es muy habitual (e inquietante para quienes odian la idea de tapear) ir a un restaurante, el camarero, al ofrecer la carta, recomiende a los comensales compartir. En ese instante, es posible que más de uno tiemble, se muerda la lengua e incluso apriete con fuerza los puños. Aunque el anuncio de Mayoral decía “compartir es vivir” (si no sabes de lo que te hablo, te ruego encarecidamente que no me digas tu fecha de nacimiento), muchas personas aborrecen esta costumbre.

compartir comida
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Compartir comida

Para algunos, compartir tiene menos encanto y más practicidad que otra cosa. Según un análisis de mercado de Datassential puesto en marcha en 2022, el 21 % de los comensales aseguraron compartir los entrantes siempre para reducir el precio final de la factura. Compartir, por ende, es ahorrar. Sin embargo, hay quienes ven en el ritual de compartir la posibilidad de probar diferentes platos, entrando entonces en la sala un invitado al que hoy no esperábamos: el FOMO gastro. Este término va ligado al de los celos de la gula, esos que en tantas ocasiones hemos sentido cuando pedimos un plato y nuestro acompañante ha pedido algo que en el instante en el que vemos sobre la mesa, preferimos. Por si fuera poco, compartir comida nos puede ayudar a pensar más en el reparto justo y a frenar nuestros instintos más primarios. Para compartir con cabeza, y con educación, es vital pensar en los demás y asegurarse de que cada uno está tomando una porción justa. Y eso, por cierto, es lo que para muchos hace que compartir sea una pesadilla. ¿Quién quiere estar pensando de qué tamaño ha de ser el bocado que le va a dar a ese delicioso plato?

"Yo soy fan de compartir. Más que nada porque así puedes probar más cosas. Lo de ir a un restaurante y pedir un principal cada persona, me parece lo más aburrido del mundo. Así que cuando voy y si el sitio lo permite, quiero probar de todo un poco. Con lo que sí me he encontrado ha sido con otras culturas, que lo llevan fatal. Sin ir más lejos, recuerdo un viaje a la zona de Champagne en un restaurante en el que propuse pedir algo de entrante para compartir... Y me miraron con cara de, "¿Está loca?". Así que sí, ¡compartir es vivir!", explica a 'Elle Gourmet' Macarena Escrivá, periodista y fotógrafa especializada en viajes y gastronomía.

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El arte de compartir comida

Quienes no aman compartir sus platos pueden ser también quienes antes de ir a un restaurante, examinan con mimo el menú y eligen de antemano lo que van a pedir. Por eso, ese instante en el que el grupo propone compartir golpea las fantasías hedónicas que han acompañado al que las construyó en su mente hasta la puerta del restaurante. Además, si un plato te gusta especialmente, ¿por qué compartirlo? Si te gusta echarle mayonesa a todo, ¿por qué vas a tener que justificarte y vas a tener que hacerlo en tu diminuta porción? ¿Por qué aguantar a quien le ha echado limón al plato sin preguntar de antemano cuando tú detestas su sabor y no has tenido siquiera tiempo de resguardar a tu calamar en tu platito?

Un meme recurrente (el nivel de gracia que tiene ya lo dictamina cada uno) es ese en el que un menú al uso incluye un apartado llamado “mi novia no tiene hambre”, una “broma” que hace alusión a esas citas en las que la mujer termina picando alguna patata frita del plato del otro. En Arkansas, por ejemplo, el restaurante Mama D's se hizo viral por incorporar a su menú este especial, que por unos cinco euros permite sumar al plato más patatas fritas, alitas de pollo o mozzarella sticks. Una cosa os digo: calmémonos, que ante semejante selección de entrantes, no están en un estrella Michelin. Apreciado Paco: esa patata de menos no te va a hacer ningún mal.

Intimidad o política

El investigador Paul Rozin asegura que hay cuatro niveles a la hora compartir comida en pareja: no compartir, compartir voluntariamente, compartir aquellos alimentos que el otro ya ha probado y tocado y dar de comer. Para estar hablando de un entorno romántico, suena poco romántico, ¿verdad? Rozin descubrió que el acto de compartir comida es un signo de intimidad social y señaló que la comunicación no verbal consistente en permitir a otra persona comer de tu plato muestra una conexión más profunda que la que tendrías con un extraño.

"La comida incita a compartir, degustar más platos y poder hablar de ello"

“No concibo el hecho de comer y poder disfrutar de la misma manera cuando estás solo. La comida incita a compartir y a poder disfrutar con alguien de un momento concreto en el que además, poder degustar más platos y hablar de ello… La experiencia, definitivamente, no es la misma. Poder compartir una comida con alguien, y sobre todo con alguien que te importa, lo cambia todo”, explica a 'Elle Gourmet' Gorka A, project manager en cuyo LinkedIn no aparece, pero debería, el título de 'foodie'.

Está quien pide lo que quiere, el alérgico y el hambriento que come el último trozo y se avergüenza

Compartir puede ser, por lo tanto, romántico, egoísta o funcional, y según el periodista Kurt Soller, incluso político. “Está el bully que pide lo que quiere, el alérgico que se arrepiente de haber impuesto sus restricciones a sus amigos y el hambriento que se queda con el último ravioli de langosta y luego se muere de vergüenza. Si en otros ámbitos es prudente compartir, aquí hay una oportunidad para que todos se sientan escuchados haciendo precisamente lo contrario. En ese sentido, al menos, pedir (y comer) sin compartir es democrático”, escribe en T Magazine.

"¿Y si no compartir plato fuera el último acto de rebeldía gastro?"

Resulta curioso el hecho de que en una cultura en la que compartimos taxi, nuestros momentos íntimos en redes, lugar de trabajo de la mano del coworking e incluso casa al recurrir a AirBnb de viaje, cada vez son más quienes quieren que los restaurantes dejen de incitar a sus clientes a compartir. Tal vez en un momento en el que compartir nos ha quitado cierta parcela de intimidad, queramos poder tener un plato sobre el que mandar, al que poder poner los aderezos que nos venga en gana, comer cuanto queramos y no tener que estar pendientes de si alguien nos va a mirar mal por tomar el último bocado. ¿Y si no compartir plato fuera el último acto de rebeldía gastro? ¿Y si dejar de compartir es una grieta por la que mirar un poco más de cerca a la libertad? O tal vez se trate simplemente de que estamos hartos de tener hambre y de no poder comer sin que nuestro tenedor choque con otro.