La llaman "Mama Moleskine" con todo el sentido del mundo. Maria Sebregondi no creó ni inventó los famosos cuadernos de tapas oscuras con puntas redondeadas y tamaño bolsillo que se han convertido en un icono aspiracional de nuestro tiempo. Pero sin que a ella se le hubiera encendido la bombilla, no existiría este negocio millonario que despacha cientos de miles de libretas, agendas y material de papelería al año. Esta mujer italiana es un ejemplo del poder de su país para trabajar no solo en el diseño, sino en la atracción de los objetos capaces de evocar poderes mágicos.

Sebregondi es fruto de una clase social italiana muy determinada; su padre era economista y su madre llevaba una editorial y un estudio de diseño gráfico, en Roma. Maria estudió sociología y trabajó en publicidad como diseñadora, escribió para revistas sobre el tema y acabó montando un estudio en Milán en el que, como escribe David Sax en su libro 'The Revenge of Analog: Real Things and Why They Matter', "enseñaba pensamiento creativo en la intersección del diseño, la sociología y la moda".

En el verano del 95, Maria se encontraba navegando por Túnez en compañía de varios amigos; uno de ellos era Francesco Francheschi, propietario de una empresa de distribución llamada Modo & Modo. Franchesci quería trabajar con algún producto orientado para la generación X, ese concepto tan noventero, y le había encargado a su amiga Maria que pensase en qué podía encandilar a una clase difusa a la que buscaban dirigirse y que definieron como "nómadas globales", personas que viajaban de forma constante, con inquietudes culturales y artísticas. Como ellos, un poco. Franchesci tenía en mente sacar una línea de camisetas con citas literarias, pero a Maria le parecía un camino demasiado trillado. La alternativa se le ocurrió leyendo.

El libro era 'Los trazos de la canción', de Bruce Chatwin, autor de libros de viajes cuya obra En la Patagonia había revolucionado el género. En el texto, publicado en el 87, Chatwin se quejaba de que habían dejado de fabricar sus cuadernos habituales, que compraba siempre que acudía a París. Sebregondi los conocía de cuando había vivido en París veinte años atrás; tuvo una iluminación: esa era la cosa capaz de encandilar al mundo; sencilla, evocadora y perfecta.

moleskine
Sean Zanni

Una "nube analógica" para un mundo cada vez más digital. Ese tipo de cuadernos franceses habían sido tan populares que podían verse llenos de ideas entre las pertenencias de Picasso expuestas en museos, y lo mismo para Hemingway. Como la última fábrica que los hacía, en Tours, había cerrado, Sebregondi y Modo & Modo decidieron que los harían de nuevo, mejorados con una goma elástica y "conscientes" de sí mismos y su aura.

En 1998 se puso a la venta la nueva generación de Moleskines (piel de topo, como los llamaba Chatwin por sus tapas oscuras de cuero) en la librería milanesa de la cadena La Feltrinelli. Supusieron un éxito instantáneo, adoptadas por la intelligentsia​ europea y por los que deseaban formar parte de ella.

exposición de moleskine foundation “i had a dream”
Jemal Countess

Mucho se ha teorizado sobre el misterio de su éxito en una época en la que los productos de papelería todavía no eran el objeto de deseo que se ha vuelto hoy. De forma muy sabia, los cuadernos venían con una notita que informaba al comprador de que estaba adquiriendo el legendario cuaderno en el que bosquejaban Hemingway, Picasso o Chatwin. Bueno, lo era, pero no del todo. "Es marketing, no ciencia. No es la verdad absoluta", rio Francesco Francheschi en una entrevista.

maría sebregondi
Pier Marco Tacca

A sus 73 años, Maria Sebregondi vive en Milán, trabajando como autora y consultora de firmas de diseño y arquitectura, y sumergida en libros como aquel que le dio la idea de su vida casi hace treinta años.