Tendemos a visualizar el problema pensando en la juventud del norte rico, probablemente porque creemos que están en su habitación con la puerta cerrada y aislados (absortos) frente a una pantalla, pero afecta a todas las regiones del mundo por igual y no discrimina tramos de edad.

Hasta un 12,7% de adolescentes africanos (frente a un 5,3% de europeos) afirma sentir soledad, una cifra que los expertos, de manera unánime, consideran que no hace justicia a la magnitud del asunto. En adultos (el 28% de los hogares en España, alrededor de cinco millones y medio de personas, son de alguien que vive solo), se asocia con un 50% más de riesgo de desarrollar demencia y un 30% más de riesgo de sufrir enfermedad arterial coronaria o algún accidente cerebrovascular, entre otras dolencias. Por no hablar de los ancianos a los que nadie visita en las residencia y para los que ya se han empezado a desarrollar robots de compañía.

Podría hacer de este texto una dolorosa suma de datos, a cada cual más aterradora que la anterior, pero todos ellas nos llevan a lo mismo: ¿qué demonios ha pasado para que estando más conectados que nunca nos haya alcanzado la soledad? Al parecer (y esto ya lo sospechábamos) las redes sociales tienen un poco de culpa. Nos presentamos en ellas como si nuestras vidas fueran perfectas, con unas carreras profesionales dignas de un astronauta. Y luego, claro, la realidad no les hace justicia. En lugar de enfrentarnos a esa dualidad, preferimos evitarla cancelandola parte que más nos avergüenza.

Hanging Out: The Radical Power of Killing Time

Hanging Out: The Radical Power of Killing Time

Hanging Out: The Radical Power of Killing Time

21 € en Amazon
Crédito: Amazon

El principal responsable es el entorno de hiperproductividad en el que estamos sumergidos, que nos impide quedar con nuestros amigos. En opinión de Sheila Liming, autora de Hanging Out: the radical power of killing time, “las personas no tienen suficiente tiempo para dedicarse a la interacción social. Y, por otro lado, también sienten que la interacción social en sí misma es una pérdida de tiempo, así que no la priorizan”. Lo contaba el año pasado en una entrevista con la BBC. ¿Cómo es posible que compartir tiempo con los nuestros no sea una prioridad en la vida? ¿Acaso no hemos aprendido nada de Un cuento de navidad y del señor Scrooge? Recuerdo una newsletter de Amaya Ascunce, directora digital de Elle, en la que hablaba de cómo no se daba descanso: “Aprovecho todo el tiempo que tengo. Lo quiero usar para algo, que me sirva, que me divierta. Ni una cola en la pescadería sin ver el móvil o responder correos”.

El pasado mes de febrero, el condado californiano de San Mateo (donde está Silicon Valley, con todos los gigantes tecnológicos) declaró el estado de emergencia por soledad, después de que el 45% de sus habitantes declararan padecerla, junto con un creciente aislamiento. "Lo que estamos tratando de hacer es sacar a la gente de sus esquinitas y decirles: 'Oye, mira, hay muchas personas que se sienten como tú. No estás solo. Y de ahora en adelante, hay cosas que podemos hacer para apoyarte", anunció David Canepa, el vicepresidente de la Junta de Supervisores que presentó la legislación. Meses antes Vivek Murthy, Cirujano General de Estados Unidos (el jefe operativo del Cuerpo comisionado del Servicio de salud pública del país) y miembro del gabinete de la OMS en la materia, había avanzado estrategias a seguir para fomentar la socialización: transporte público accesible, bajas familiares remuneradas que faciliten que las personas pasen tiempo juntas, inversión en espacios comunitarios (parques, bibliotecas, áreas de juego) y que los médicos de atención primaria preguntasen a los pacientes si se sienten solos. Son premisas básicas de un plan que debería ser mucho más ambicioso y del que ya se están haciendo ensayos creativos, como la Nagaya Tower en Kagoshima, donde los vecinos refuerzan día a día la idea de comunidad.

Creo que es importante volver a señalar que esta sensación de que los cimientos de la comunidad se resquebrajan bajo nuestros pies no es exclusiva de un rango de edad ni de un tipo de país. Es transversal a todo el planeta tierra en tiempos de incertidumbre e hiperrentabilidad económica. No es responsabilidad única de cada individuo. Como avanzó Murthy, hay mucho margen de mejora desde las políticas gubernamentales (y, especialmente, empresariales) para crear espacios y tiempo libre para los encuentros entre personas. Y definitivamente no es un asunto menor: países como Reino Unido y Japón ya han creado sendos ministerios de soledad para abordar la enorme crisis sanitaria que acarrea y hacer que quedar con tus amigos o con tus familiares de una manera regular no sea un acto revolucionario ni peligroso para tu estatus profesional, sino lo más normal del mundo.