El periódico mencionaba una investigación recién publicada en Nature Geoscience en la que se habían hecho catas de agua de hasta 45.000 puntos diferentes del planeta, tanto de la superficie como subterránea, para evaluar el alcance global de la contaminación por PFAS y su posible carga ambiental futura. Lo que descubrieron fue que una parte sustancial de ese agua tenía niveles tan altos de dichas sustancias que la convertían en no potable (tranquilos: para eso tenemos las plantas potabilizadoras). Y advertían: “Las prácticas de monitorización actuales probablemente subestiman la cantidad de PFAS que hay en el medio ambiente, dado el conjunto limitado de PFAS que normalmente se cuantifican dentro de la preocupación regulatoria. Se requiere una mejor comprensión de la gama de PFAS que hay en productos industriales y de consumo para poder evaluar la carga ambiental y desarrollar medidas específicas de mitigación. Si bien los PFAS son el foco de este estudio, también cabe resaltar la necesidad de que la sociedad comprenda mejor el uso, el destino y los impactos de las sustancias químicas antropogénicas”.

A estas alturas, si aún sigues leyendo (¡gracias!), te estarás preguntando qué demonios son los PFAS. Son sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas que se usan en todo tipo de artículos desde los años cuarenta y cuyo nombre copular es forever chemicals. Son los químicos sintéticos más persistentes que se conocen. Mi idea inicial era advertirte de que se encuentran presentes en algunos cosméticos, pero en realidad están en todas partes: en el envoltorio de tu comida rápida, en tu bote de champú, en el traje de neopreno con el que vas a cazar olas, en la sartén de teflón con la que tu madre hace la tortilla de patata más rica del mundo, en el agua de al menos 45.000 localizaciones diferentes del planeta, y hasta en la sangre de varios altos cargos de la Unión Europea que se sometieron a un análisis para concienciar a la población de lo preocupante del asunto.

Este test reveló, por cierto, que cinco de ellos tenían niveles alarmantes de PFAS. Como ves, su capacidad contaminadora es absolutamente democrática. “Hacemos un llamamiento a Europa para que prohíba completamente el uso de estos productos químicos”, declaraba uno de los participantes del experimento, Frans Timmermans, antiguo líder del Pacto Verde europeo. Aún se escucha el eco de su voz solitaria. Por el momento, los eurodiputados no han firmado nada a favor de reducir el uso de estas sustancias. De prohibirlas ni hablamos.

No entiendo cómo aún no han llegado a la conversación pública, pero sé que si los lobbies empresariales no logran impedirlo, lamentablemente formarán parte de ella en años venideros. Unos niveles alarmantes de PFAS como los de los eurodiputados parece que pueden influir en el colesterol, el hígado, el sistema inmune (se está estudiando si puede condicionar la gravedad de algunos casos de COVID-19), la fertilidad, la preeclampsia en el embarazo, algunos tipos de cáncer e hipertensión. Es decir, afectan a la salud integral del ser humano. Y lo hacen de manera sigilosa, invisible, perpetua. Quiero imaginar que sus efectos no son fáciles de acotar, porque se cuentan por miles las sustancias que se incluyen dentro de las siglas PFAS, que son tan amplias como farragosas de entender.

Algunos países se han lanzado tímidamente a promover políticas para prohibir el uso de estos químicos eternos tanto en los productos de consumo como en los desechos que terminan para siempre en la naturaleza, y Nueva Zelanda será pionero en prohibirlos en cosmética para el año 2026. Se añaden a los cosméticos para suavizar la piel, o para hacer los productos más duraderos, aplicables y resistentes al agua. Son una clase de alrededor de 14.000 químicos que sirven para fabricar productos resistentes al agua, a las manchas y al calor. Se les llama químicos eternos porque son virtualmente indestructibles”, explicaba la periodista Eva Corlett recientemente en The Guardian.

La Autoridad de protección del medio ambiente neozelandesa reveló que aunque las sustancias se encontraron en tan solo una pequeña cantidad de cosméticos, merecía la pena tomar la precaución de retirarlas. Aunque Estados Unidos aún no ha desarrollado una legislación integral, algunos de sus estados están dando baby steps: California dejará de despachar productos de belleza con PFAS en 2025, y Maine y Minnesota prohibirán incluirlos de manera intencionada en la cosmética a partir de 2023.

Sabemos que no es suficiente, pero al menos hay una intención. Mientras tanto, la Unión Europea tiene paralizado su plan de acción. Al parecer, Nueva Zelanda ha sido quien ha tenido que poner el cascabel al gato de todos: si algunas marcas integrales tienen que modificar sus productos para venderlos en las antípodas, puede que les compense someterse a una reforma integral. Nos va la salud en ello.