Hace unos días en el autobús escuché una conversación entre dos chicas de unos treinta años que me dejó pensando. Una de ellas contaba que no estaba bien, que estaba pasando un mal momento. Ignoro el grado de amistad, si este tipo de confidencias eran habituales entre ellas o una respuesta sincera e inesperada a un qué tal sin pretensiones. El caso es que la otra apenas le dejó expresar su malestar en dos frases y decidió cortar por lo sano: «Tienes que esforzarte por estar bien. Cómo estás es decisión tuya». Seguro que su intención era buena, que solo quería que su amiga estuviese bien, pero no os sorprenderá descubrir que su amiga no lo estuvo gracias a su consejo, sino que empezó a deshacerse en disculpas, en excusas… Se subió al autobús triste y se bajó triste y culpable.

No es fácil ayudar a alguien que está mal, acompañar en una enfermedad, una pérdida, una simple mala racha. Es un territorio de vulnerabilidades y líneas finas y el presente no está precisamente diseñado para este tipo de sutilezas.

El primer consejo de Fanny Sánchez, psicóloga clínica, es directo: «Nunca digas no llores, no pasa nada, no es para tanto, qué exagerada. Nunca ninguna frase que invalide las emociones de esa persona». Explica que, como vivimos en una cultura de felicidad a toda costa, el sufrimiento ajeno nos incomoda, queremos borrarlo como queremos borrar todas las emociones consideradas ‘negativas’. «La cultura de la felicidad es terrorífica porque nos niega el duelo. Hasta que no conseguimos expresar la tristeza, no hay cambio. La obligación de estar feliz es un invento muy de nuestra época porque enlaza mucho con el consume hasta morir. Es la negación de las emociones consideradas negativas, que nos ayudan a profundizar, a reflexionar, a conocernos, a percibirnos. Recomiendo mucho ver la película Inside Out porque nos enseña muy bien el papel que tienen la tristeza, el enfado y el asco», explica.

No agobies, respeta

Ver mal a alguien que queremos es duro, al margen de la cultura de la felicidad. Por eso es fácil tomarnos su recuperación como una causa personal, entrometernos, agobiar, cruzar esas finas líneas. Para evitarlo, Fanny recomienda partir siempre del respeto. «Evitar la injerencia, el orden y el juicio. Siempre es mejor preguntar antes para saber si la persona quiere tu opinión o simplemente necesita que la escuches», propone.

La psicóloga Arancha García también recomienda abordarlo así: «Se puede preguntar directamente: ¿Quieres hablar de esto ahora? ¿Quieres hablar de esto siquiera? Me importa cómo estás, pero no quiero molestarte». También aconseja fijarse en el lenguaje corporal de la persona: si notas que aparta la mirada o que responde con monosílabos… son pistas de que se le está haciendo incómodo», explica.

La empatía, dejarte conmover por lo que la persona te cuenta, transmite ese apoyo sin agobio. «Es incómodo y puede ser doloroso, pero hace que la persona se sienta comprendida y acompañada», apunta Arancha. «Estar presente, mirar a los ojos, no distraerte con el móvil».

No aconsejes, haz preguntas

Desde fuera, ajenas al cuerpo que sufre, es fácil ver la solución, la salida, y querer imponerla. Sin embargo, Fanny recomienda no dejarnos llevar por este impulso –nunca vemos hasta que queremos ver– y evitar los consejos a no ser que nos los pidan explícitamente. «No es posible dar un consejo genuino. Nos proyectamos en su historia. Pasamos el filtro de nuestra propia subjetividad. Por mucho que conozcamos a una persona, no estamos en su piel. Para ella, la mejor herramienta de la que disponemos para ayudar a alguien son las preguntas: «Aunque tú desde fuera veas cosas que las emociones le impiden a la otra persona ver, no puedes inocular ese punto de vista. Tienes que ayudar a la otra persona a abrirse y a ver. Ayudamos mejor dando preguntas que respuestas. Diciendo qué sientes, qué crees que puedes hacer. Consiguiendo que la persona entre en contacto consigo misma».

Sé la amiga que gestiona

Ayudar con tareas diarias, con comidas o con recados. Quitar cargas mentales de encima. Un manual elaborado por el departamento de salud mental de la Universidad de Berkeley da mucha importancia a esto. En ocasiones –cuando tiene solución–, el propio problema puede abordarse desde este enfoque práctico. Hay momentos para lidiar con el sufrimiento emocional y otros para ayudar a reducirlo solucionando la parte más práctica. «Imagina que tu problema es que afrontas un impago que puede hacer quebrar tu empresa. Si una persona cercana sabe, su consejo será un tesoro. Hay situaciones en las que sí se pueden dar consejos útiles, una ayuda práctica», explica Arancha.

Aceptar el sufrimiento no es lo mismo que resignarse

La conclusión es que una forma sana de ayudar a quien sufre pasa por acompañarle en ese proceso de aceptación, que, como enfatiza Fanny, no es sinónimo de resignación. «La manera en que afrontamos las situaciones puede hacer que suframos más o menos. Donde no podemos entrar es en la negación. Es una línea sutil, no es fácil. El objetivo fundamental es aceptar, pero aceptar no es resignarse. Aceptar significa un duelo hasta que ves la realidad, y ahí es cuando es posible el cambio». Es lo que buscamos con nuestro apoyo y nuestras preguntas.