«Pararé cuando tú me mates», espetó un día Madonna a uno de sus críticos, harta de que quisieran retirarla y tarde ya para morir joven. Diez años después, el escrutinio continúa y ella ha tachado de misóginos y edadistas a quienes en la gala de los Grammy el pasado febrero la llamaban vieja. El alegato llega justo a tiempo para que empleemos el término con propiedad, porque no ha sido hasta el pasado diciembre cuando el diccionario de la RAE ha incorporado a sus páginas el edadismo, a pesar de que hace décadas que nos persigue esta discriminación que, en el caso de las mujeres, se acentúa con unos cánones de belleza imposibles, la sexualización y los sesgos de género.

«Si algo tenemos usted y yo en común es que estamos envejeciendo», dice la escritora, conferenciante y activista contra el ageism Ashton Applewhite. Sin embargo, compartimos otra cosa: vivimos en un estado de negación. Así, según se refleja en el estudio de la Universidad de Kent Fashion, the media and age: How women’s magazines use fashion to negotiate age identities (La moda, los medios y la edad: cómo las revistas femeninas emplean la moda para negociar las identidades de la edad), los lectores hemos firmado una suerte de acuerdo tácito con los medios, la publicidad o la moda para alimentar la ilusión de que, aunque nos hacemos más maduros, no envejecemos.

Nuevos modelos

El proceso no es fácil de asumir. Una de las editoras que participaron en el estudio lo sintetiza en un vestido de té: «Siempre he adorado esos trajes vintage y, de repente, tengo un aspecto realmente trágico con ellos. Pero siguen en mi armario, porque me gustan y porque son parte de mi identidad, de la persona que siempre los llevó. Es difícil enfrentarse a esas prendas que ya no puedes ponerte». En esta transición, concluye el estudio, es donde las revistas han tomado un papel más importante, pues «acompañan a sus lectoras, convirtiéndose además en guías».

A estas páginas nos remitimos para comprobar que cada vez hay más modelos positivos. Ejemplo de ello son algunas campañas recientes que utilizan como musas a iconos intergeneracionales, como la del bolso The Blaze, de Balmain, protagonizada por Cher; las de J. Crew o Gucci, que tienen como imagen a Diane Keaton; Isabelle Huppert como representante de la casa Balenciaga, en un momento en el que, curiosamente, la identidad disruptiva de la maison ha sabido conectar con el público joven; o el hecho de que Kim Kardashian haya elegido como modelos de sus sujetadores Skims a Juliette Lewis y Brooke Shields.

Son los primeros signos de un cambio social, que se refleja también en las tendencias de la belleza. «Cada vez se busca menos un rostro artificialmente joven y más uno sano, que tenga buen aspecto», señala Frida Muntion, directora de Comunicación de la Clínica Dermatológica Internacional, que añade: «Como dice nuestro director médico, no se trata de quitarle arrugas a la vida, sino de ponerle vida a las arrugas».

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Fotos: Getty.

Con todo, el juicio social sobre lo que es envejecer con gracia continúa y ni Madonna se libra. La reina del pop y de la provocación lleva lidiando con comentarios sobre los años y lo que se considera apropiado prácticamente desde entrados los 40. Y los datos dicen que no está sola. Según estudios de PwC y Adecco, si bien el edadismo se ha convertido en la primera causa de discriminación en el trabajo, el entorno más estudiado a nivel estadístico, las mujeres adelantan la edad de corte hasta los 45. En ese momento se las empieza a definir como «sobrecualificada».

Los estereotipos crecen

«Un hombre en torno a los 50 es un profesional maduro; una mujer, muy mayor», lamenta la headhunter Mónica Vázquez, fundadora y Managing Partner de MV Executive Search. «Esto es así en lo laboral y en cualquier otro ámbito de la sociedad en el que funcionen los mecanismos de los estereotipos». Para Vázquez, que trabaja a diario para derribar estos prejuicios en las empresas, parte de la culpa radica en los medios de comunicación, que insisten en mencionar los años de los protagonistas de las noticias como si fuera un dato relevante, más allá de la mayoría de edad penal.

Además, de acuerdo con un informe de la fundación Catalyst, «en torno a los 40 las mujeres comienzan a experimentar discriminación por su aspecto o basada en los estándares de belleza juveniles, a lo que se suman los injustificados sesgos culturales que atribuyen a los trabajadores mayores una menor capacidad de innovación y adaptación, y en general los juzgan menos cualificados». Este dato pone de manifiesto una realidad chocante: apenas han llegado a las empresas y los millennials, nacidos entre 1981 y 1996, ya empiezan a ser vistos como mayores.

El aspecto y la sexualización de las mujeres

El aspectismo en nuestro género está directamente relacionado con la sexualización. Según un estudio de la revista Pediatrics, el 25 por ciento de las niñas entre siete y diez años y hasta la mitad entre diez y 14 compran artículos de maquillaje. La publicidad sexualiza a la mujer cuando aún es menor y, del mismo modo, la hace desaparecer una vez que se separa del canon de belleza sexual: sólo se la encuentra en el 29 por ciento de los anuncios con personas mayores, frente al 71 por ciento de los hombres, y a menudo en papeles relacionados con la familia y los cuidados o la promoción de productos farmacéuticos. En cambio, si es sexualmente atractiva, su edad puede pasar a un segundo plano, como sucede en el mundo del porno con las allí llamadas MILF (mother I would like to fuck).

La sociedad tiene unos estándares tan irreales para la belleza femenina que ni una modelo de Victoria’s Secret como Cameron Russell puede sentirse cómoda en su piel, y eso que ella, como asegura en su charla TED Looks aren’t everything. Believe me, I am a model, ganó la lotería genética con una figura delgada y alta, facciones simétricas y una dermis blanca. No así Sarah Jessica Parker, quien más de una vez ha hablado también del yugo del aspectismo: «Hay cosas que no puedo cambiar», objetó en una ocasión. Y otras que no le da la gana hacerlo. Lo prueba su indignación cuando, sentada en un café con el presentador y ejecutivo Andy Cohen, que lucía un «atractivo» pelo gris, la prensa la señaló por llevar las canas de las raíces al descubierto.

Ni viejas ni jóvenes

Ahora, morir lozanos no nos librará del edadismo, porque este también afecta a los jóvenes, a quienes a menudo se tiene por no aptos o válidos para un trabajo, por
ejemplo, porque se relaciona su edad con falta de cualificación o conocimientos. Testigo de ello es la escritora y actriz Lena Dunham, quien, cuando cumplió 30, expresó la alegría que le producía que por fin su experiencia se alinease con su edad: «Estoy emocionada porque creo que hay una tensión inherente en tener 20 años, especialmente como mujer». Los prejuicios se dan en todas las direcciones y los 20 no parecen el momento perfecto para ser tomada en serio en un entorno profesional.

El estudio You’re too young / old for this. The Intersection of Ageism and Sexism in the Workplace (Eres demasiado joven / mayor para esto. La intersección del edadismo y el sexismo en el mundo laboral), publicado en 2021 por la prestigiosa American Psychological Association, concluye que las mujeres pueden ser consideradas muy jóvenes hasta los 34 años y muy mayores a partir de tan sólo 40, e incluso en determinados empleos sufren discriminación por ser a la vez lo uno y lo otro. Visto lo visto, la pregunta quizá sea: ¿cuándo tenemos la edad perfecta? O, afinando un poco más: ¿somos siempre demasiado jóvenes y demasiado mayores o, simplemente, mujeres?