Tenemos una pequeña librería en la habitación de mi hija hecha con un carrito de 3 niveles de ruedas de Ikea. No nos da para más. Pero esa librería temprana, está repleta -a mi juicio-, de auténticas obras con mucho valor para el público infantil.

Tenemos algún cuento de bolsillo de las princesas Disney, menos de los que creo que deberíamos si atendemos a la cantidad de disfraces de todas ellas que cuelgan del perchero. A cambio, hay libros divertidos con rimas que probablemente resonarán en mi cabeza cuando ya esté bajo tierra, historias fascinantes sacadas de la mitología, por supuesto, sirenas, duendes y unicornios (un básico que no falla), también biografías adaptadas para niños de artistas y mujeres admirables como Marie Curie o Frida Khalo y algún que otro libro sobre el color rosa y el feminismo. Todos estos últimos, han colaborado a que, a día de hoy, mi hija, que aún no ha cumplido los 7, ya me haya dado bastantes lecciones sobre feminismo que ya me hubiera gustado a mí a su edad.

En realidad, no hemos tenido que explicar mucho sobre lo que es la palabra “feminismo” porque, afortunadamente, como si nos hubiera caído un regalo del cielo, su mente ya funciona de otra manera diferente a la nuestra. Y esa palabra, ya está en su código. En el ADN de una generación que promete.

Ella no contempla que el hecho de ser mujer, suponga un problema para muchas cosas en la vida. Y yo al mismo tiempo, espero que pueda contemplar un futuro en el que ese hecho, no sea un problema. Pero aún queda tiempo.

No contempla que quizás su madre, por ser mujer, tenga más obstáculos laboralmente que su padre. Tampoco entiende que su madre sea la que tenga que acogerse a una reducción de jornada para cuidar de ella porque en casa, es la que menos gana. O que a su madre le hayan dicho en alguna ocasión que, “dónde va con ese top tan corto por la noche”. Porque ella ve ese top como una prenda preciosa que a mamá le queda genial.

Todavía no sabe -y no sé cómo afrontaré ese momento-, que por el hecho de ser mujer, tendrá que enfrentarse en su vida a comentarios que ahora mismo, jamás entendería. Aunque, ojalá no.

Que su forma de vestir puede ser cuestionada no por hacer extrañas combinaciones de prendas, sino porque puede usarse en su contra si alguien la increpa el día de mañana. Nosotros, mamá y papá, nos sentaremos con ella para decirle que es libre para enseñar las tetas si quiere, pero que lamentablemente, vivimos en una sociedad en la que eso tiene un precio. Nos sentaremos con ella para decirle que puede perrear lo que ella quiera. Pero que también, lamentablemente, cuenta con tarifas altas.

Y ojalá entienda nuestras palabras no como una prohibición, porque jamás lo será (todos sabemos lo que supone “prohibir” a un adolescente), sino como una invitación a mirar las cosas desde otro punto de vista. Porque tengo esperanzas y soy optimista. Creo que intentamos hacerlo bien a día de hoy, aunque sigamos sin ver mucho resultado, pero algo se vislumbra. Como cuando ves una concha en una playa desierta brillando en la arena.

Creo realmente que podemos hacerlo mejor. Y confío en que podamos invitarles a transformarlo todo.

Pero mientras todo eso llega, volvemos a nuestra habitación de disfraces y cajas de Legos. Porque no es que nosotros tengamos que explicarle qué es el feminismo, sino que más bien, lo ha hecho ella.

Con sus actos inocentes, con su ingenuidad, con la brillantez con la que opera la mente de una niña que intenta ser educada en la igualdad, en el amor y en la libertad. Con la magia infantil que cambia el color de cualquier cosa y nos recuerda cuán absurdos somos cuando, en la edad adulta, la dejamos marchar.

Ella, en realidad, nos ha dado ya muchas lecciones de feminismo. Y no ha sido en grandes discursos preparados o funciones espectaculares para el cole. Ha sido en nuestro particular día a día. En ese día a día en el que le regalamos unas calcomanías sin saber que nos va a dar un buen zasca, en el que nos cuenta cómo se lo ha pasado en el parque con sus amigas y con sólo un detalle, hace que nos brillen los ojos y en el que por la noche, cuando toca elegir un cuento de ese carrito del Ikea, elige el cuento de Blanca Lacasa y Luis Amavisca, ‘Niñas y niños feministas’, o uno de los que más nos gusta, ‘No a todas las niñas les gusta el rosa’, de David Pintor.

Anaya (NO) a todas las niñas les gusta el rosa (PRIMEROS LECTORES - Álbum ilustrado)

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Se viste no para gustar a nadie, sino para compartir su forma de ser a través de su ropa especialmente, con sus amigas

Sabemos la importancia de pertenencia a un grupo en los niños, sabemos que los amigos conforman una parte importante en sus vidas y seguimos explorando de qué manera es esa mágica interacción.

En nuestro caso, no han sido pocas las veces en las que cuando se viste, lo hace eligiendo prendas o combinaciones que parecen ser una prolongación de su forma de ser. Y no lo hace para “ser la más popular del insti” (ni de primaria), ese mensaje tan espinoso y rancio que tanto ha calado generación tras generación con las infames películas que siguen empeñándose en que eso, es guay.

Lo hace deseando saber qué les parecerá a sus amigas, sí, pero sin pretensión de ser más que nadie. Y no miento cuando digo que sigue sorprendiéndome y fascinándome.

Quiere a sus amigas como si fueran hermanas

Una noche, mientras cenábamos, comentábamos el día como hacemos habitualmente. Aquella tarde habíamos estado en el parque con todas sus amigas y era innegable que se le habían pasado increíble al verlas crear círculos en los que reían, se contaban cosas, inventaban mundos en los que todas eran imprescindibles… y en un momento dado, nos dijo: “es que mis amigas son como mis hermanas. Y nos llamamos hermanas. ¿Puedo mami?”. Supongo que entendió que no es que pudiera o no pudiera, sino que estaba orgullosa de ella, sólo con verme los ojos.

Admira a las mujeres y lo expresa con un “yo estoy enamorada de mi amiga”

En otra ocasión, me divertía lo que me contaba del cole, de las niñas y niños de su clase, de cómo juegan a ser adultos sin tener ni pajolera idea, de ese momento de “los novios y las novias”.

En un momento dado, le pregunté por lo que opinaba ella y su respuesta fue bastante guay: “yo es que estoy enamorada de mi amiga, mamá”. Me lo argumentó con que le encantaba cómo dibujaba a los gatitos, que se sentaran juntas en el comedor… Me recordó que tenemos mucho que renovar en el concepto del amor. A pesar de que también veía fantástico que su amiga Fulanita “se había casado” con su amigo Fulanito. Que ella iba a casarse también con su profesora porque la quería muchísimo.

Que es maravilloso vivir enamorándose cada día de todo aquel que te hace bien. Sin añadir todas esas connotaciones que tanto lo limitan. Y si me paro a pensarlo: yo también estoy enamorada de mis amigas, de cómo me apoyan cuando lo necesito, de la forma en que siempre están ahí, de cómo me alegran el día cuando menos te lo esperas. Y una vez más, mi hija me dio otra lección.

feminismo
Valentina Valdinoci

“Esa calcomanía no es de chicas, ni de chicos”

Esto fue un buen zasca una tarde en la que le regalamos un paquete de calcomanías. Como adultos millenials educados y criados en los valores normativos que todos conocemos, saltó uno de esos pensamientos de los que aún no nos damos cuenta que seguimos arrastrando.

En un momento dado, mi hija le preguntó a su padre si quería que le pusiera una pegatina en la mano. Él le dijo que por supuesto. Ella sugirió ponerle un cupcake. Su padre le dijo que si había otra cosa que fuera “más de chicos”. Y entonces, saltó la alarma: “papá, esa calcomanía no es de chicas, ni de chicos, porque todo es de las chicas y de los chicos”. Su padre, con ternura reculó, aceptó el cupcake y le dio las gracias con una sonrisa inmensa. Y por cierto, terminó con las uñas de los pies pintadas con un precioso esmalte rosa que ha llevado buena parte del verano.

Ya conoce la palabra feminismo y lo que supone

Es gracioso que, con 6 años, a medida que hemos ido leyendo cuentos y releyéndolos -una de nuestras mejores armas para crecer-, los conceptos van entrando en su cabeza, las preguntas van saliendo y así comienza un divertido y bonito juego de aprendizaje muy emocionante.

NUBEOCHO EDICIONES (UDL) Niñas y niños feministas (2ªED) (ESPAÑOL EGALITE)

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Muchas veces, ella nos ha intentado hacer ver que entiende lo que supone la palabra feminismo. Que ella, es feminista. Y lo hace con ejemplos cotidianos curiosos que, efectivamente, importan. Porque a veces intentamos pulir tanto la normalidad, que la convertimos en algo difícil hasta de explicar.

Como por ejemplo, entiende que feminismo es que cuando pida una hamburguesa, dentro vayan los cromos de la liga femenina de fútbol (y no falso feminismo, como algunos han intentado contar).

Si el feminismo es un movimiento que busca crear conciencia para transformar las relaciones sociales y eliminar cualquier forma de discriminación hacia la mujer, entonces para ella el feminismo es que mamá puede poner la lavadora mientras que papá está fregando los cacharros o limpiando el baño, no porque tenga que ayudar, sino porque la casa es de todos y todos tienen que colaborar.

Si el feminismo académicamente se define como el movimiento que busca lograr la igualdad entre las personas, entonces para ella es que en sus clases de baile haya niñas y niños por igual, así como que en el cumple del parque del sábado, cuando se saca la bolsa de los disfraces, a ese niño le siente brutal el disfraz de hada que ella quería ponerse también. Que ella se ponga el de Hulk porque, menuda fuerza tiene. Y que no se tenga que hablar más de ello que del postre que han puesto en el comedor ese día.

Que nos chifle ver los bailes que se marcan Verónica y su padre, Pablo, en Instagram.

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Ensalza en otras mujeres, no sus atributos físicos (excepto el pelo de Elsa, de Frozen), sino sus habilidades

Aunque ya empieza a entender que el pelo de Elsa es bastante más incómodo que el de Rapunzel cuando se lo corta, es curioso ver cómo ha transformado esa admiración hacia la melena en un “cómo molan sus poderes de hielo”.

feminismo
Daniele Oberrauch

Y es genial ver que cuando admira a una mujer, a una amiga o incluso cuando habla de mí, destaca de todas ellas no los colores de sus ojos, la piel brillante, o el pelo perfectamente peinado. Enfoca esa admiración en lo genial que colorea, en lo guay que es que sepa hacer tantas cosas o en cómo maneja un arco. Porque a pesar de que Merida (Brave), tiene unos rizos pelirrojos increíbles, merece más la pena ver la peli por su valentía cuando lucha contra el oso para defender a su madre.

En definitiva, me ilusiona mucho ver “su normalidad”. Me encanta que me dé lecciones cada día y ojalá esas lecciones lleguen lejos.

Como adultos, es normal que nos toque recoger el testigo dramático del que tanto nos hemos quejado. Esa forma de verlo todo de color negro y como mucho, en escala de grises. Ese gusto por la coletilla del “qué mierda todo”. Aunque, sinceramente, cuánto bien nos hace tener a un niño al lado que nos recuerde que no es necesario estar con eso a cuestas para todo.

Asumamos que hemos crecido en una sociedad en la que puede que no estés de acuerdo con los pilares en los que se sustentaba tu día a día de hace 30 años. Ok. Que nos podamos arrepentir, con perspectiva, humildad y honestidad, de todas esas veces en las que le pediste a tu madre que te hiciera la merienda y a tu padre, que te llevara a montar en bici.

Pero aprovechemos esa vista atrás para aprender, para transformarlo como si fuera arcilla, ponerlo todo perdido y pintarlo después de otro color. Como esas tardes en las que tiemblas cuando sacas los pinceles en el salón pero que al final, son las más geniales. Copiemos esa magia de los niños para volver a creer y reafirmar que, efectivamente, aún podemos hacerlo mejor. O al menos, intentarlo.

Porque nunca es tarde para recoger el desorden.