Llevo una semana en casa con gripe. Ya pasó lo más pesado, pero me sigo sintiendo como una fregona. Es la primera vez desde que empecé la columna (diciembre de 2021) que escribo encontrándome mal, así que puedo considerarme afortunadísima. El deber, la culpa, la losa del cumplir a toda costa, tan pertinente una jornada como hoy (8M). Una falta de respeto a nuestra propia salud, pero ¿quién es la guapa que se atreve a dejar las cosas sin hacer? Mi trabajo es mi independencia ecónomica, que para mí lo es todo. Prefiero sacar la faena hecha un gusano que quedar como una mala profesional.

  • Cuántas veces los otros nos ven (y saben) antes que nosotros mismos.
  • Visito la casa de un amigo recién mudado. Ha reordenado sus libros. Hay en cada biblioteca una confesión involuntaria; son tan reveladoras como el guardarropa o el historial de internet. Cuando heredé la biblioteca paterna pensé en incorporarla a mis estanterías sin más, pero había algo fraudulento e incluso gafe en ello. Mezclar sus ideas con las mías me parecía remover aguas profundas. Calasso decía que una biblioteca es un organismo vivo, siempre atento a lo que le ocurre a su dueño, con un desorden recalcitrante e insumiso.
  • El año que viene cumplen 25 años las Editions de Parfums Frédéric Malle, pero yo ya lo estoy celebrando. Qué inteligente y hábil fue al reunir a los mejores (Ellena, Ropion, Benaïm, Giacobetti, Roucel) y darles libertad. El perfume como un espejo del alma («He aprendido mucho de mi oficio cuando me he enamorado»). Una isla de refinamiento en un océano de marketing y grosería. Malle aparece, por supuesto, en “Agua y jabón”, y también su tío, Louis Malle.
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  • Por qué me gusta tanto estar sola: es lo único que permite escoger y establecer un ritmo personal para la propia vida. Me gusta dejarme llevar por la energía de otros, pero me calma ralentizar hasta poder escucharme de nuevo. Mi dormitorio es especialmente cartujo: no hay libros, no hay armarios, no hay muebles. Solo una cama, una lámpara y dos sillas en la pared para dejar la ropa cuando me desvisto.
  • Esta semana me vi obligada a comer fuera de casa por trabajo, y cuánto eché de menos poder cocinar un plato sencillo en un momento. En el barrio barcelonés de mi oficina proliferan las cafeterías para bobos. Un cartel con soporte —solo en inglés, por supuesto— inutiliza media acera. Si pasa un carrito de bebé, un ciego o una silla de ruedas ya se apañarán. No se podía pagar en efectivo, algo que dudo que sea legal. Y, en el datáfono, una sorpresa; a pesar de que era para llevar, la opción de dar propina aparece por defecto, como en Estados Unidos. ¿Una propina de 1€ por un zumo de 3€? Tuve que pulsar un NO bien grande mientras el camarero (barista, disculpe) suspiraba. Dentro de un año o dos cerrarán, abrirá un local de empanadas o hot dogs o algo así de absurdo, y seguirá la caricatura.
  • Lista de cosas tristísimas: un famoso casado con una fan, morir cerca de un enemigo, llevar zapatos de invierno en verano, imponer una vida adulta a un niño, el malhumor como hábito, una mesa de ejecutivos gritones de medio pelo, las cadenas de hoteles, los anuncios de radio supuestamente graciosos, las salas de espera con revistas descoloridas, los souvenirs.
  • En esa extraña relación que se establece con los seguidores de las redes sociales uno observa que a veces se da por hecha una afinidad solo por compartir gustos. Mis amigos de verdad no tienen nada que ver conmigo, y la mitad de veces no entienden de qué les hablo.