• Restaurantes en Barcelona los hay a patadas; abren, envían notas de prensa con faltas de ortografía, presumen de menús manidos, tienen una decoración intercambiable y en el peor de los casos ‘internacional’; atraen a expats tan absurdos como ellos, que aguantan la música pesada de fondo. Invitan a cenar a ‘gente guapa’, gente siempre con el móvil en la mesa. Esos lugares se van igual que llegan, y nadie les llora. Y luego están los rincones en los que une se siente como en Cheers. Il Giardinetto, uno de los restaurantes más queridos de la ciudad —respetado de una forma sincera, visceral, enamoradiza— cumple 50 años. Nació en 1974 de la mano del fotógrafo Leopoldo Pomés, que después del éxito de la tortillería Flash se embarcó en la aventura de crear un restaurante italiano. El proyecto se encargó a los arquitectos Alfonso Milá y Federico Correa, autores también del Flash. Quisieron idear un jardín inspirado en los castaños del sur de Francia. Il Giardinetto ganó el Premio FAD de Interiorismo, que renovó en 2012; es el único local que ha ganado dos veces este premio. Historia viva de la ciudad.
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  • A pesar de las limitaciones impuestas por unas leyes y regulaciones desesperantes (por arbitrarias), el arquitecto debe recuperar los aspectos éticos de su profesión; plantarse ante lo que hoy se considera normal. Nos hemos aburguesado en nuestras aspiraciones, queremos una casa discretita y correcta. ¡Qué horror!
  • Cada mañana, al escoger un atuendo, elegimos (de forma deliberada o inconsciente) el mensaje que mandamos al mundo. A pesar de tener el armario lleno, nos ilusiona lo diferente. A veces meditamos la compra varios días; otras nos encaprichamos en un segundo. Pasa un tiempo. Nos cansamos de esa prenda. En el mejor de los casos, la llevamos al punto de reciclaje, la donamos, la regalamos a un amigo o la vendemos. O simplemente la tiramos. Su destino final ya no es cosa nuestra. Pero en la industria de la moda —como en la de la alimentación— no hay elecciones inocentes. Publiqué La moda justa (Anagrama) hace dos años, y en este tiempo he recibido muchas impresiones por parte de los lectores. La que más se repite (soy afortunada): «Me ha hecho recapacitar». Pero también: «No compro fast fashion por gusto, sino por mi presupuesto y talla». Y esto último lo entiendo perfectamente. Lo que no es justificable es percibir las prendas como desechables. Si se cuidan bien, pueden durar años y años. Lo sé por experiencia propia (yo también fui adolescente y compré a lo loco).
  • Además de adolescente, también fui niña. Una niña que cosía, que aprendió a coser sola. Con ocho años me agencié uno de los retales (algodón verde) que le sobraban a mi madre. En aquel entonces estaba obsesionada con The Beach Boys, y quería lograr un atuendo hawaiano. Con la técnica más rudimentaria —tres agujeros para brazos y cabeza— me cosí un caftán que no tenía nada de Brian Wilson en Maui y sí más bien de Demis Roussos pigmeo de fiesta en Lloret. Fui retada por mis crueles hermanos a salir con él a la calle. Acepté el envite con la boca pequeña y fui a tirar la basura. Las crónicas de la época registran una mancha verde, veloz como una ardilla, envuelta en un harapo asimétrico. Hice el ridículo, sí, pero tuve una revelación. Podía transformar una tela en otra cosa: una idea.
  • Viaje de larga distancia en tren. Las caras de los pasajeros, el paisaje, el ritmo. Las estaciones y las paradas nos ofrecen un escenario inolvidable: reencuentros, abrazos, emoción. El tren es pura literatura.
  • Lo mejor de los viajes es intercambiar esas miradas de: «¿Has visto ese detalle que yo acabo de ver?». No es un mirar irónico jijí, ala qué fuerte, qué auténtico tía, sino un mirar lleno de amor y admiración, de pensar: qué suerte estar aquí, voy a intentar molestar lo menos posible.
  • Hay una expresión británica para las parejas casadas hace siglos que se llevan bien sin hacer ruido: los ‘Darby and Joan’. Sus nombre salieron de un poema de 1735 de Henry Woodfall y la idea caló, quizá porque todos conocemos unos Darby y Joan, con una existencia plácida y sencilla. Para que me entendáis: esos primeros diez minutos de "Up" que dejan en carne viva las mejillas de tanto llorar.
  • De los años en los que tuve que ir a desfiles de moda (pocos, porque enseguida desistí del trajín) recuerdo una fauna reconocible, sectaria, apasionada. Las pandillas de japoneses con abrigos carísimos. La editora italiana con canas (qué peinados maravillosos) y zapato plano, las modelos vestidas de adolescente con el rostro maquillado y horquillas a los lados, el que mariposea para ver si le reconoce a alguien, la estrella con entourage, la directora de moda desdeñosa y fumadora, los estudiantes ilusionados y hechos un cuadro…
  • Semana dedicada a leer textos de exiliados en Londres: Antonio del Corro, Chaves Nogales, Salazar Chapela, Salvador de Madariaga.
  • Aquel verso de Gloria Fuertes: «Recordar que los ovnis / como ciertas amistades / no vienen a lo nuestro / sino a lo suyo.»