Para muchas mujeres, ser madre durante estos días de pandemia será una experiencia totalmente diferente a como habían imaginado. La mayoría ellas no podrá disfrutar de esas reuniones familiares en la habitación del hospital en torno al recién nacido ni de esos abrazos de cariño que tanto se agradecen. De momento, mantener la distancia de seguridad será la mejor forma de celebrar la llegada de un nuevo miembro a la familia.

Es evidente que el coronavirus ha cambiado numerosos aspectos de nuestra vida y, como muestra de ello, aquí tenéis el testimonio de tres mujeres que nos cuentan cómo el COVID-19 ha afectado a su modo de concebir la maternidad. Unas serán madres en un futuro no muy lejano, otras lo serán en unas semanas o acaban de serlo, pero todas ellas han comenzado a ver las cosas desde una nueva perspectiva.

Nuevas formas de comunicación

"Me enteré de que mi padre estaba enfermo a finales de marzo. Me contó que había tenido algunos síntomas, pero muy leves: un poco de tos y dolor en el cuerpo. Creo que tuvo fiebre un día. Poco después, mi madre también empezó a encontrarse mal. Le hicieron un test porque padece de asma y había tenido un par de problemas de salud con anterioridad. Dio positivo. La preocupación cundió entre todos los miembros de la familia. Tenía el presentimiento de que mi madre lo iba a acusar más que mi padre.

Empezó a tener fiebre. Luego se le pasó y todos creímos que lo peor ya había pasado. Pero en torno al décimo día las cosas empezaron a complicarse. Le dolía el pecho y sus niveles de oxígeno en sangre dejaban claro que lo más sensato habría sido ir directamente al hospital. No lo hizo porque vive en Queens, Nueva York, y en aquel momento, todos los hospitales del barrio estaban desbordados. El médico que la trata últimamente pudo recetarle las medicinas que necesitaba para que las tomase en casa y, afortunadamente, comenzó a estabilizarse. No sé si, a día de hoy, se puede decir que está totalmente recuperada, pero lo cierto es que está mucho mejor. Está recibiendo rehabilitación a nivel respiratorio y ya puede volver a hacer ejercicio.

Sé perfectamente cómo lo vivió porque, una vez que empezó a sentirse mejor, me preguntó si podía escribir sobre su experiencia en mi newsletter. Fue así como supe realmente cómo lo había pasado. Durante los días que estuvo enferma, mi padre me mantenía al día de su evolución, pero tampoco me daba muchos detalles. Mi hermana y yo estábamos muy asustadas. Mi madre, por su parte, siempre trataba de poner buena cara para que no nos preocupáramos más, pero ahora sé que también ella pasó miedo.

Estoy ya cerca de los 30 y quiero que mis padres sean sinceros conmigo. Entiendo que se vieran agobiados por la situación y por tener que mantener informada a toda la familia sin perder la calma en ningún momento. Mientras mi madre estuvo enferma, no tuve tiempo para pensar en nada más. No se lo conté a nadie. No quería que la enfermedad de mi madre se convirtiese en el tema de conversación de los demás. No quería que la gente me mostrase su simpatía o su comprensión. También dejé de leer y de escuchar las noticias, porque de lo único que hablaban eran de las cifras de muertos y de la gente que ingresaba en las UCIS de los hospitales. Empecé a ponerme en lo peor.

Mi madre ya había tenido que enfrentarse a un par de enfermedades con anterioridad, pero ninguna tan seria como ésta y eso me hizo verla como una persona vulnerable. También me di cuenta de que mi madre es de esa clase de persona que no quiere que los demás hagan lo que ella puede hacer. Le dimos todos los cuidados que necesitó pero, tan pronto como pudo, volvió a ser la de siempre. Por eso la gente la quiere tanto, porque no le importa hacer cualquier cosa si con ello puede ayudar a los demás. También creo que es algo que tiene que ver con el respeto. Desde entonces respeto mucho más la forma en la que quiere que la tratemos.

Mi hermana y yo hemos hablado muchas veces con mis padres sobre la forma en que queremos que nos cuenten las cosas. En estos tiempos tan difíciles que nos ha tocado vivir no queremos que se nos trate como niñas pequeñas a las que hay que proteger. Queremos que no se nos oculten las cosas y sentirnos útiles. No necesitamos que nadie nos endulce la vida. Tener toda la información de lo que ocurría no me hizo sentir peor. Me hizo sentir como una persona plenamente consciente de lo que ocurría y capaz controlar la situación". —Abigail Koffler, 26 años.


Protegiendo a mi hijo

"Me dieron la noticia de que estaba embarazada en Halloween del año pasado y salgo de cuentas el 25 de junio. Siempre he querido ser madre. Siempre he tenido muchas expectativas sobre todo lo relacionado con el embarazo y la maternidad y ha sido algo que tenía muy claro que quería vivir. Ahora, muchas de esas expectativas han cambiado.

No saber lo que pasará en el hospital es lo que más me asusta. Cuando dé a luz, solo tendré una persona a mi lado y nadie podrá venir a visitarnos. Nuestros familiares no podrán venir al hospital para conocer al bebé. Llegué a pensar en contratar a una comadrona, algo por otra parte bastante difícil, más que nada porque no sé cómo me voy a manejar con el dolor y creo que me sería de gran ayuda. El hospital canceló todos los cursos presenciales de preparación al parto, así que lo que estoy haciendo es ver videos por internet. Pero no es lo mismo.

Ahora, muchas de esas expectativas han cambiado.

Lo que ha cambiado es que antes todo se centraba en pasar tiempo con los amigos, con otras madres embarazadas o con tu familia, tanto antes de dar a luz como después, durante el periodo de recuperación. Todo se enfocaba más hacia la figura de la madre, se organizaba una baby shower pasar un buen rato con las amigas... Pero, en mi caso, ahora lo único que me importa es la salud de mi bebé. Daría cualquier cosa por algo tan simple como salir de casa para ir de compras, pero soy consciente de que tengo que ser menos egoísta. Aunque haya pocas posibilidades de que me contagie, ¿merece la pena poner en riesgo la salud de mi hijo?

He tomado todas las precauciones necesarias para protegerle, muchas más de las que habría tomado en condiciones normales. En ocasiones hemos tenido que poner límites. La gente nos decía: ‘Sí, ya sabemos que hay quedarse en casa, pero si mantienes la distancia no pasará nada. Deberíamos salir a tomar algo’. O cuando algún miembro de la familia quería venir a vernos. No ha sido fácil. Incluso en la consulta del médico, hemos notado que todo se quiere hacer muy deprisa y en más de una ocasión hemos tenido que insistir para que contestaran nuestras dudas.

Han sido días muy extraños, pero doy gracias por haber sido capaz de protegerle. Ha sido toda una prueba de fuego" — Megan Acuna, 24 años


El apoyo de otras madres

"Mi hijo nació el 23 de marzo a las 5:56 de la mañana. Al principio, no estaba muy preocupada por dar a luz. Pero a medida que se iba acercando el día, empezaron a tomarse medidas que prohibían el acceso a los hospitales de las comadronas y de las visitas. Cada día había una nueva prohibición. Un día, ni siquiera mi marido podría quedarse en la sala de espera y, al siguiente, todo el mundo tenía que llevar mascarilla. Era totalmente consciente de que todo esto iba muy en serio y lo único que quería era entrar en el hospital, tener a mi bebé y salir de allí cuanto antes mejor.

Durante el parto, mi marido, que pudo finalmente acompañarme, no dejó de animarme y de decirme cómo era el bebé: 'Tiene mucho pelo. Tiene mucho pelo'. Diez minutos después de haber dado a luz, las enfermeras entraron en la sala y nos dieron unas mascarillas. 'Son las nuevas medidas que han entrado en vigor a las 6 de la mañana', nos dijeron. La primera vez que tuve a mi hijo entre mis brazos, no pude evitar quitarme la mascarilla. No quería que esa fuese la primera imagen que tenía de su madre.

Seis horas después de haber dado a luz, ya no dejaban entrar a las visitas. En la planta de maternidad solo se podía escuchar un silencio siniestro. La comadrona que me atendió me contó que incluso se estaba dando el alta a las madres a las que se había practicado una cesárea.

Tengo otro hijo de 21 meses, y cuando nació todo fue muy diferente. Las salas de espera, las habitaciones y, en definitiva, toda la planta de maternidad estaba llena de gente que llevaban regalos y globos. Pero aquel día tenía un aspecto desolador.

Después del mediodía se prohibieron las visitas, así que mi marido me ayudó en todo lo que pudo antes de que le dijeran que tenía que irse. La enfermera jefe de cada planta venía personalmente para decirte que todo el mundo tenía que irse. Acababas de dar a luz y lo único que querías es disfrutar de unos momentos en familia.

Al día siguiente no vino nadie, nadie al que poder pedir que me trajera algo de comer de la calle. No sabíamos que las medidas que se estaban tomando cambiaban a cada minuto, así que no llevamos mucha comida al hospital. Estaba triste. Estaba preocupada. Los efectos secundarios de la epidural hicieron acto de presencia y me empezó a doler mucho la cabeza.

Pero incluso en aquellos momentos todo seguía en silencio y tanto mi bebé como yo nos pasamos un día entero abrazados en la cama. Nos estábamos conociendo. Un vínculo más que añadir a la relación tan especial que une a una madre y a su hijo.

Cualquiera que en estos momentos esté preocupada por dar a luz, tiene que saber que los hospitales hacen todo lo posible por garantizar nuestra seguridad. No es agradable tener que dar a luz en estos días, pero al final todas sacaremos algo positivo de esta experiencia. Confiad en otras madres. En mi caso, fue muy bonito leer los mensajes que me mandaban y escucharlas decir 'Lo siento' o 'Felicidades'. Sentirse apoyada por otras mujeres que han pasado por lo mismo, cada una con su propia experiencia, ha sido maravilloso. Al final, solo habrán sido dos días malos en tu vida y en la de tu bebé".—Katie Sachsenmaier, 33 años

Vía: ELLE US