Fantasear con cambiar de trabajo era un pensamiento recurrente la última noche del año, frente a las pertinentes 12 y los propósitos de bajar de peso y pasar más tiempo con la familia. Mientras que las peleas con la báscula o con el reloj se antojaban posibles, la posibilidad de dar un giro al ámbito laboral quedaba envuelta en una espiral ensoñadora. Sin embargo, la pandemia ha reforzado y adelantado el propósito y lo ha convertido en cada vez más casos en una realidad. Según una reciente encuesta llevada a cabo por Microsoft, más del 40% de los trabajadores considera la opción de dejar su empresa a lo largo de este año y 8 de cada 10 están preocupados por el crecimiento de su carrera.

Los salarios bajos y la falta de oportunidades de crecer dentro de la empresa, no identificarse con sus valores y el exceso de carga laboral son los motivos principales por los que muchas personas quieren cambiar de trabajo.

Es posible que estos datos no te resulten demasiado sorprendentes, pues lo que realmente llama la atención es la gran cantidad de personas que se han atrevido a dejar sus puestos laborales en plena crisis. Tan llamativo es este fenómeno que el profesor Anthony Klotz, de la Universidad Texas A&M, habló de “La Gran Resignación” en una entrevista concedida a ‘Bloomberg Businessweek’.

El porqué de un adiós planeado

“Las vidas de quienes forman parte del precariado están dominadas por la inseguridad, la incertidumbre, las deudas y la humillación. Son habitantes más que ciudadanos: han perdido derechos culturales, civiles, sociales, políticos y económicos construidos a lo largo de generaciones. Y lo que es más importante, el precariado es la primera clase social en la historia de la que se espera que trabaje y se esfuerce a un nivel inferior al de su nivel de estudios. En una sociedad cada vez más desigual, sufren graves privaciones relativas”, señala el teórico Guy Standing.

“Podemos hablar del lugar de trabajo agrietado de una manera abstracta, como si los trabajadores que son trasladados de una empresa a una subcontrata fueran figuritas en un juego de mesa. Pero el agrietamiento afecta a los trabajadores a nivel práctico, y sus efectos pueden dividirse a grandes rasgos en tres categorías diferentes: el aumento y la glorificación del exceso de trabajo, la expansión y la normalización de la vigilancia en el lugar de trabajo y la fetichización de la flexibilidad del trabajador autónomo. Cada una de estas tendencias contribuye de forma nociva al desgaste. Pero el resultado es el mismo: consiguen que la experiencia de trabajo diaria sea innegable e incansablemente una mierda en todo el espectro de ingresos”, explica Anne H. Petersen en ‘No puedo más: cómo se convirtieron los millennials en la generación quemada”, un libro que explica cómo tantas personas se han cansado ante la (falsa) promesa de que el tiempo y el esfuerzo van a ser recompensados.

Por más que cada vez sea más habitual que los trabajadores abandonen sus puestos de trabajo para perseguir sus pasiones, es innegable que no todo el mundo puede hacerlo. De hecho, un hilo de Twitter que preguntaba a los internautas cómo habían podido hacerlo señalaba que algunas respuestas habituales eran volver con los padres o tener una pareja que mantuviera su empleo.

Por otra parte, para algunos dejar su trabajo es una forma de activismo, aunque por descontado la pregunta real es si el que abandonemos las oficinas va a mejorar el panorama. ¿Cambiarán las empresas sus condiciones ante el aumento de trabajadores que dejan sus puestos, serán estos ocupados por gente dispuesta a asumir condiciones (aún más) pobres o recurrirán las empresas a trabajadores autónomos? El abandono de trabajo como acción política ha de llevar consigo un activismo real para que nuestras acciones no parezcan formar parte de un discurso bohemio sin fundamento soltado un viernes por la tarde en la cafetería de la Facultad de Humanidades.

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Una fantasía con muchos peros

La cultura pop se apoya en casos como el de Sarah Knight, que dejó su trabajo de editora tras quince años porque su trabajo no le hacía feliz. Abandonó Nueva York “en busca de más sol, menos estrés y una dosis diaria de cócteles y se estableció en República Dominicana”, y el que sus libros sean best sellers internacionales hace que romanticemos la idea de dejar el trabajo cuando los casos que terminan con daikiris ante aguas cristalinas y éxitos editoriales son contados. Sin embargo, sí hay un mensaje de esperanza a tener en cuenta. Como señala el escritor Alons Cervera, “nadie quiere saber por qué si nos quedamos quietos la vida será un territorio abonado para esa especie de esclavismo que son los contratos laborales en que la vida de la precariedad no importa una mierda. Nadie quiere saber —o casi nadie— que la realidad es la que inventamos nosotros y no la que otros inventan por nosotros”.

Para cambiar las cosas no cabe duda de que no podemos esperar a que otros las cambien por nosotros. Tal vez la solución sea dejar el trabajo, o quizás sea hablar con tu superior sobre lo que te incomoda. Lo que sabemos a ciencia cierta es que si algo no te llena, has de intentar cambiarlo, pero teniendo siempre en mente que dejar un trabajo no es una decisión política y que antes de hacerlo has de tener una base sólida de ingresos y de posibilidades.

Para finalizar, lo que sin duda también sabemos es que el deseo de tener un trabajo que resulte atractivo no solo a nosotros mismos, sino a los demás, y que a su vez nos apasione (hablamos del clásico #lovemyjob) no solo es un fenómeno burgués y actual, sino la forma de que algunos trabajos hagan de su aparente deseabilidad el motivo que empuja a tantos trabajadores a tolerar ciertas explotaciones. La conclusión final es que por más que el recurrente “Ama tu trabajo” o la frase motivacional de “Haz lo que te gusta y no volverás a trabajar un solo día más en tu vida” no hace más que abrirle las puertas al desgaste. El trabajo es únicamente una parte de tu vida, no tu vida completa.