Comenzamos con una buena noticia (milagro): según un informe sobre productividad de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, en España trabajamos 300 horas menos que hace cuatro décadas. Por si fuera poco, los buenos resultados que están dando las fórmulas de trabajo que apuestan por trabajar únicamente cuatro días a la semana, así como la adopción de modelos híbridos con los que facilitar la conciliación, están haciendo que el mundo laboral, del que tanto hemos hablado en términos asfixiantes, comienza a mostrar una pequeñita, pero esperanzadora, luz al final del túnel.

El trabajo es una de las principales causas del desarrollo de diversos trastornos mentales

Fue en 2019 cuando la OMS añadió el burnout a su clasificación internacional de enfermedades y tres años después, de la mano de la organización internacional del trabajo, advirtió a los gobiernos que el universo laboral era ya una de las principales causas del desarrollo de diversos trastornos mentales y del agravamiento de otros previos. Sin embargo, vivimos en la sociedad que aplaude el culto al trabajo al asentarse sobre una cultura en la que emerge el peligroso amor por el oficio, ese que en muchas ocasiones, es una trampa…

"Hemos integrado una idea poco sana del amor laboral o la vocación"

“Como ocurre con las relaciones románticas, este amor puede ser una trampa. A veces lo es porque nos enamoramos de un trabajo que no corresponde de forma justa a nuestra entrega o donde somos maltratados y, otras veces, porque hemos integrado una idea poco sana del amor laboral o la vocación, que nos lleva a sacrificarnos más allá de lo razonable por un empleo o a basar nuestra felicidad en determinados logros laborales o en la satisfacción de nuestros empleadores”, explica Eduardo Vara, autora de ‘Maldito trabajo’, un ensayo sobre el lado oscuro de la vocación profesional, el origen de los trabajos y el culto al exceso laboral.

Recuperar el tiempo de ocio y huir de la persona-empresa

En su escrito, el autor comenta que cada vez es más habitual que el tiempo de ocio lo tratemos como un trabajo más, como si fuera un deber destinado a ser calendarizado. ¿Cómo podemos recuperar nuestro ocio al margen de esta mentalidad Excel? “Lo ideal sería la auténtica desconexión, tanto digital como mental, buscar momentos y espacios en los que desaparezca la presión por rendir o de demostrar a los demás nuestra valía, nuestra felicidad o nuestro estatus. Para descansar de verdad, tenemos que permitirnos el derecho a no estar disponibles y a no ser productivos", explica.

"No conviertas cada instante de ocio en un reportaje con el que rentabilizar tu imagen en redes"

Señala que un buen comienzo podría ser apagar el móvil de vez en cuando y no convertir cada instante de ocio en una especie de reportaje fotográfico con el que rentabilizar nuestra imagen en redes sociales.

culto trabajo
Netflix
Imagen de ’La gran exclusiva’

Aunque la teoría dice que la identidad se genera en esferas como la del estilo de vida y el ocio, es innegable que precisamente esos ámbitos se sustentan con el trabajo, por lo que este es el que termina por definirlos y se erige como el primordial. De hecho, una de las primeras preguntas que hacemos a un desconocido, bien sea en una fiesta o en una dating app, es la de a qué se dedica.

Las nuevas generaciones hacen del tiempo libre algo de lo que enorgullecerse

Por descontado, tras esta idea de la persona-empresa se esconden las esferas dominantes que al ensalzar el trabajo y hacernos creer que es algo que nos realiza, logra que sucumbamos a abusos, horas intempestivas, cargas de trabajo extenuantes y un sinfín de despropósitos que afortunadamente, cada vez toleran menos las nuevas generaciones, que hacen del tiempo libre algo de lo que enorgullecerse, frente a una existencia pegada al correo electrónico.

"Nuestra profesión funciona como una etiqueta del grado de fiabilidad y respetabilidad"

“Tendemos a identificarnos con nuestra profesión porque, culturalmente y por injusto que resulte, funciona como una etiqueta del grado de fiabilidad y respetabilidad que atribuimos a una persona dentro de nuestras estructuras sociales. Es decir, cualquier sistema de convivencia evalúa a sus integrantes en función de lo que aportan al conjunto y de su estatus”, comenta Vara.

"Hoy en día cada persona es vista como una marca personal"

Explica que por otro lado, a nivel psicológico, para desarrollar una identidad propia, necesitamos definirnos a través de actos concretos, auto afirmarnos frente a nuestro entorno para ver cómo nos perciben los demás y cómo nos percibimos nosotros mismos. “Cuanto más tiempo pasemos en nuestros trabajos y más sintamos la presión de esas evaluaciones sociales, más fácil será que acabemos convirtiendo nuestra profesión en nuestro núcleo identitario. Tanto que, de la mano de la hiper exposición tecnológica, hoy en día cada persona es vista como una «marca personal», una especie de empresa unipersonal autónoma que debe cuidar su reputación y ser prudente con las fotografías que comparte o los comentarios que hace para no herir la susceptibilidad de posibles aliados o empleadores mientras aspira a acumular el máximo reconocimiento en forma de seguidores y likes”, señala.

Meritocracia y el culto al trabajo

Junto a la idea que indicamos anteriormente de que son las élites las que maquillan al trabajo para hacerlo deseable, no podemos olvidar los mensajes de que para triunfar en la oficina, basta con esforzarse y trabajar duro. Sin embargo, para poder hablar de meritocracia, debería existir una igualdad de oportunidades real. “Si miramos las carreras profesionales en conjunto, vemos que ni todas las personas parten del mismo punto, ni deben hacer frente a las mismas dificultades económicas ni sociales. Es decir, para llegar a la misma meta, unas deben esforzarse más que otras, y algunos puestos de trabajo son prácticamente inaccesibles para según qué candidatos. Y una vez alcanzados esos puestos, también encontramos más desigualdades palmarias, como la brecha de género. No solo se trata de que existan prejuicios e injusticias, como el machismo o el racismo”, comenta Eduardo Vara.

"El predictor del éxito profesional es el respaldo socioeconómico del entorno familiar"

Valerie Young, autora de ‘El síndrome de la impostura’, asegura que cree a la vez que desconfía de la meritocracia, pues aunque confía en que el trabajo y el esfuerzo pueden ayudarnos a sobrellevar obstáculos y a cumplir retos, es innegable que hay personas que cuentan con determinadas ventajas de partida. “A la hora de perseguir los sueños profesionales, la red de contactos de cada cual acaba siendo tan determinante como el propio esfuerzo y, si planteamos la cuestión desde el enfoque analítico de los estudios disponibles, la conclusión es que el verdadero predictor del éxito profesional no es otro que el respaldo socioeconómico que pueda ofrecer el entorno familiar”, añade Vara.

"El descanso es una fase fundamental del ciclo del esfuerzo para rendir de forma óptima"

Considera que es necesario decir “basta” mucho antes de que el perjudique nuestra salud física o mental, algo que reconoce es especialmente complicado para quienes trabajan por cuenta propia, pues lo tienen más difícil para identificar esos límites y aplicarlos si responden a perfiles perfeccionistas, ambiciosos o autoexigentes o si, simplemente, les obliga la necesidad. “Sin embargo, por puro pragmatismo, hay que entender que el descanso es una fase fundamental del ciclo del esfuerzo si aspiramos a rendir de forma óptima a largo plazo. En el caso de los trabajadores por cuenta ajena, además, se trata de plantar cara a los abusos, pero tampoco resulta fácil identificar los más sibilinos, como algunas sobrecargas progresivas que suelen imponerse poco a poco con la excusa de la responsabilidad profesional o la búsqueda de la excelencia, el chantaje emocional o un optimismo tan ciego que puede resultar tóxico”, dice.

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Imagen de ’La gran exclusiva’

El su libro, equipara el culto al trabajo con los cultos religiosos de antaño. “Muchísimas personas del pasado y no pocas del presente sacrificaban y siguen sacrificando muchos aspectos de sus vidas cotidianas por su fe en un futuro idílico y eterno donde quienes respetan cierto código religioso, serán premiados y quienes no, castigados. En esas aspiraciones de justicia y trascendencia de la Antigüedad, la meta a perseguir era un paraíso sobrenatural. Pero, una vez que las sociedades se volvieron más laicas, esa búsqueda mística fue sustituida por la búsqueda de una tierra prometida más terrenal, fuera la “sociedad madura” más equitativa que promete el comunismo o el “estado del bienestar” más cómodo que promete el capitalismo”, explica a ‘Elle’.

La promesa del más allá gobernado por una divinidad ha sido sustituida por un futuro más pragmático

“En ambos casos, siguió conservándose la épica religiosa y la existencia de sacerdotes y profetas (analistas, políticos, emprendedores exitosos, expertos…) que jalean a la sociedad entera para que sigan esforzándose porque la perfección prometida aún no ha sido alcanzada. La promesa de un más allá gobernado por alguna divinidad ha sido sustituida por la de un futuro más pragmático donde reinará el progreso, pero el optimismo como acto de fe impuesto y la aceptación de todo tipo de sacrificios para alcanzar ese paraíso en la tierra continúan siendo los mismos”, añade.

Al borde del abismo... ¿O cada vez menos?

Bien sabemos que en realidad, ese paraíso prometido rara vez llega, y quien sin embargo sí lo hace, es la ansiedad. ¿Por qué vivimos bajo el síndrome de “no me da la vida”, siempre desbordados? “Por una parte, como nuestros conocimientos culturales y tecnológicos han ido creciendo de forma exponencial, las exigencias profesionales y el número de tareas a cumplir han ido aumentando en la mayoría de empleos, pero, lamentablemente, sin que haya aumentado el tiempo dado a los trabajadores para abarcarlas con desahogo. Por la misma razón, también debemos invertir más horas que en épocas anteriores para actualizarnos y no quedar desfasados en nuestras profesiones. Horas que, muchas veces, robamos a nuestras vidas extra laborales”, responde Eduardo Vara.

"Las redes disminuyen nuestra eficiencia en la organización y el tiempo de descanso"

"Por otra parte, la hiperconexión digital nos reclama a cada instante para no desatender esa otra existencia que llevamos en paralelo en las redes sociales y que ha multiplicado las interrupciones a cualquier actividad que estemos desarrollando. Lo cual, en conjunto, disminuye la eficiencia en la organización y ejecución de nuestras tareas y, peor aún, nuestro tiempo de desconexión para descansar mentalmente, mientras nos carcome la certeza de que resulta imposible llegar a todo. Y no digamos ya si todo lo anterior debe compaginarse con las responsabilidades mínimas de una vida familiar estándar”, señala Vara.

"La resaca de la presión es el cansancio mental y físico que sentimos al trabajar contrarreloj"

El autor habla de la resaca de la presión, que asegura es “ese cansancio mental y hasta físico que sentimos cuando nos obligan a trabajar a contrarreloj para responder a algún plazo de entrega poco realista o a alguna sobrecarga de tareas”. Explica que el funcionamiento de las glándulas hormonales y los neuro transmisores cerebrales que sustentan nuestra actividad cerebral implica procesos biológicos de producción, gasto y recuperación y, si lo forzamos demasiado, podemos desencadenar un agotamiento tan profundo que perjudica nuestro rendimiento mental durante los dos días siguientes.

"Disponer de tiempo de auto cuidado es un símbolo de estatus y éxito: muchos presumen del descanso"

Para terminar, ¿estamos en el momento de presumir por no tener tiempo libre o en el de presumimos por tenerlo? “Como hemos interiorizado a la perfección las consecuencias sociales de esas dos opciones, somos astutamente ambiguos al respecto. En nuestros entornos laborales o cuando escuchamos a otros quejarse por su falta de tiempo libre, solemos quejarnos del mucho trabajo que debemos resolver, para que nuestros jefes no nos exijan más o para no sentirnos culpables frente a quienes están en peor situación que nosotros. Pero, por otra parte, como disponer de tiempo de autocuidado y acceso a determinadas actividades de ocio se ha convertido en un símbolo de estatus y éxito, muchos acaban haciendo alarde de sus descansos, por ejemplo, a través de las redes sociales, donde es más fácil que surjan nuestros impulsos más narcisistas o cierta inseguridad sobre la imagen que proyectamos”, dice.