Hace unos años acabé sentado en el suelo de una casa, a las cinco de la mañana, junto a un holandés que se presentó como Jan (días después supe que su apellido era Taminiau). Hubo un poco de 'small talk', de dónde eres, a qué te dedicas. Esas cosas. Al cabo de un rato debieron activarse algunos circuitos neuronales que habían ido desconectándose tras varias horas bailando y pude procesar que Jan hacía vestidos.

–Pero entonces... ¿eres un sastre?– le pregunté.

–Más o menos. Sobre todo diseño y superviso la ejecución.

No me quedó claro, así que empecé a afinar las preguntas. Jan contestaba ciñéndose de manera muy concreta a cada cosa que preguntaba, sin alargarse y sin darse importancia. Supe así que hacía vestidos a mujeres. Hubiera bastado que me dijera que había hecho vestidos para Lady Gaga o para la coronación de una reina, algo de lo que me enteré mucho después pero, como he dicho, mi interlocutor poseía la elegancia de quién no necesita darse importancia ni impresionar a un desconocido.

Quería saber dónde empezaba un vestido, si en un cuaderno, o surgía viendo una tela, y luego cuando llegaba una clienta adaptaba para ella cualquiera de las ideas que ya había tenido previamente. Me sorprendió cuando me dijo que el proceso no empezaba con un ejercicio de la imaginación visual. Para empezar a imaginar un vestido me explicó que necesitaba extraer las respuestas a tres preguntas muy concretas que jamás formulaba de manera concreta, sino que dejaba que fueran respondiéndose durante la conversación: ¿qué quieres ser?, ¿qué puedes ser? y ¿qué es lo que tu entorno te permitirá ser?

En cuanto tenía las respuestas, ya tenía la información esencial para ponerse a trabajar. Le pregunté si alguna vez había rechazado algún encargo y me contó que sólo una vez fue totalmente incapaz de diseñar un vestido a una persona, y fue porque no pudo hacerse con las respuestas a estas tres preguntas. Entendí que la génesis del trabajo de este diseñador era puramente filosófica, partía de una reflexión sobre el ser y los límites del ser, sobre la realidad de un sujeto y su deseo, sobre el control que ejerce el entorno y el vuelo de nuestros anhelos. Uno descubre pronto que esas tres pregunta no sólo valían para pensar un vestido, sino para construir los personajes de una novela, de un guion, o para mirarse en el espejo cada mañana.