En la época en que aún podía meter a mis tres hijas en la ducha a la vez, antes de que el baño pasara a ser un asunto íntimo de duración indeterminada y no aquel parque acuático en miniatura que tanto disfrutábamos, se me ocurrió decirles una tarde a las niñas que había comprado en la farmacia un medicamento de última generación con un efecto prodigioso: bastaba que tomaran una sola pastilla de aquella sustancia para no crecer nunca, podrían de esa manera ser siempre así, niñas, y todo sería mucho más fácil y más divertido que hacerse mayor, las vacaciones de verano se extenderían siempre tres meses, los Reyes no dejarían de venir, no tendrían exámenes de fin de curso, en clase continuarían cantando y dibujando todo el rato, seguirían queriéndonos tanto como nosotros a ellas, jamás tendrían que soportar a un jefe o ir a una oficina, ni vivir los dramas del amor y el desamor, y jugar al escondite no dejaría de divertirles.

Saqué tres pastillas de menta para la tos después de su cena, las expuse a su mirada sobre la palma de mi mano y les pregunté con total solemnidad si las querían tomar después del postre. Sabían muy bien, les aclaré, y no tenían efectos secundarios conocidos, pero era importante tomarlas con el estómago lleno. Hubo un momento de silencio y cierta tensión. No dejaban de buscar en mi cara la confirmación de que iba en serio o de que era una broma, y miraban atentas a las pastillas sin atreverse a tocarlas. Al cabo de unos segundos que se hicieron muy largos, Alicia, la mediana, me miró con gesto muy grave y me dijo que creía que era mejor que ninguna de ellas las tomase, porque si se quedaban siendo niñas para siempre, los demás seguiríamos envejeciendo, moriríamos y entonces quién las cuidaría a ellas, ¿quién les haría tortitas y fiestas de cumpleaños?

Sus hermanas quedaron convencidas por este argumento y yo tiré las pastillas a la basura. Y de esta manera, a muy pronta edad, renunciaron a la inmortalidad y a la eterna juventud. Parece ser que intuían ya que envejecemos para poder morir a la vez que muere el mundo fuera del cual no querríamos vivir