Un tío mío cumplió 80 años hace poco y sus hijos le organizaron una fiesta sorpresa. Reunieron a mi padre y sus hermanos, varios primos, amigos, sobrinos, una soprano, un tenor y nos escondieron a todos en un asador de pescados en Bilbao. Mi tío se había despertado ese día precisamente con dolor en un pie y con pocas ganas de salir a la calle, era un 27 de diciembre, día en el cual uno intenta recuperarse de los excesos de la Nochebuena y el día de Navidad y buscar un poco de calma y soledad antes de la Nochevieja. La cara que puso al vernos a todos en el asador no sé si fue de sorpresa o más bien de terror: su cumpleaños había sido hace dos semanas, a qué venía esto ahora, fue su primera declaración.

Resulta comprensible que haya mucha gente –mi mujer la primera– que no puede soportar la idea de una fiesta sorpresa, que en esencia es una celebración para la que uno jamás está preparado y a la que no se le ha ofrecido la oportunidad de rechazar la invitación. Yo, sin embargo, sueño con una fiesta sorpresa que nunca llega, y es que no es fácil tener una buena fiesta sorpresa. Para empezar, hay una injusta regla no escrita que dicta que uno debe esperar a cumplir una nueva década para merecérsela, o sea una cada diez años como mucho. Además, hay que tener al menos un par de amigos ociosos, con imaginación hedonista (o criminal) y capacidad de ejecutar fantasías para que esta fiesta no resulte una decepción. Yo de esos amigos tengo varios, pero la mayoría en la ruina, y una buena fiesta sorpresa precisa cierto presupuesto.

Por todo esto quiero proponer la fundación del Club de la fiesta sorpresa, en el cual los miembros tienen derecho a ser sorprendidos con una fiesta al menos una vez cada tres años así como el deber de sorprender a los otros miembros. Se pagará una cuota anual. Esto no es para todos: los miembros vivirán en permanente estado de inquietud, con la excitación de que cada vez que entren en casa pueda caerles una lluvia de confeti, que en cada restaurante al que entren, puedan estar emboscados en el ropero todos sus amigos con matasuegras y que, cada vez que salgan a la calle, puedan ser secuestrados por una furgoneta rumbo a Benidorm. Es decir, vivir siempre preparado para el día más divertido del año.