Pienso en ti mientras recojo el tendedero. En vosotros, porque desde hace semanas –la primera habilidad que adquiere una madre es contar el tiempo de maneras extrañas– eres en plural. Me pregunto si en unos meses sentirás tú también esta soledad que es patrimonio exclusivo de las madres, a la vez acogedora y carcelaria. ¿Necesitarás también tú de vez en cuando que alguien se quede con tu bebé para acto seguido echar de menos a tu bebé? ¿Te sentirás mal tanto por necesitar que alguien se quede un rato con tu bebé como por echarlo de menos? No te lo digo pero me lo digo a mí misma: ahí estaré para quererte. Para hablar de lo que hasta ahora sólo había podido hablar con las madres del parque, con las que, ya verás, una desarrolla una intimidad casi ridícula al tercer empujón de columpio.

Pienso en ti mientras doblo la ropa. Dentro de poco comprobarás lo difícil que es doblar algo tan pequeño y que una puede sentir la alegría más grande por las cosas más tontas. Te imagino mirando esos bodys diminutos en el tendedero, justo antes de que él llegue al mundo, y anticipo tu felicidad y tus miedos y te abrazo en futuro.

Cojo al bebé y lo pongo en su mantita, le hago una foto y te la mando por WhatsApp: «Esta la heredas, corazón, manos juntas», y le doy a enviar y vuelvo a lamentarme porque el tuyo vaya a nacer en septiembre porque no tengo ropa de entretiempo para dejarte. Me río. Un día estás en el Ocho y Medio emocionándote con 'You Only Live Once' y al siguiente abres Spotify y te recomienda 'Cantajuegos'.

Pienso en ti mientras le pongo el abrigo al crío y te imagino sintiendo el vértigo que una noche sentí yo, el de la cantidad de gente que quiere a ese hijo tuyo sin conocerlo siquiera; el de la cantidad de amor que os rodeará, en los días de luz, que serán los más, y en la oscuridad que incluso el más bello de los caminos tiene.

Pienso en ti y en todo lo que me has enseñado –el valor del perdón, de la alegría y de reírse de todo pero principalmente de una misma, que se pueden colorear dibujos con pintauñas, que los gatos son seres casi feéricos– y en la suerte que tiene ese bebé que aún no ha rozado el aire. Me debato entre el deseo de que descubras por ti misma todo lo que viene y la impaciencia por contarte que tus ojos no van a volver a ser los mismos, que tus padres, que sobre todo tu madre no va a volver a ser la misma, que tu cuerpo no va a volver a ser el mismo; que será, aunque no lo creas, uno mejor, porque lo conocerás y probablemente lo quieras también mejor, como templo y no como cárcel. Que descubrirás lo que es realmente el miedo y lo que de verdad es la ternura. Lo que implica ser refugio y sustento y lo que significa la incondicionalidad.

Pienso en ti y me acuerdo de aquella tarde en la que me dijiste que te sentías orgullosa de ser mujer. Tendríamos 19 o 20 años y yo te respondí, fíjate qué tontería, que una no puede sentirse orgullosa de aquello que no ha elegido o en lo que no ha trabajado. Hoy sé que es justo al contrario: el único orgullo permisible es aquel que se siente por lo que a una le es dado. Lo demás es vanidad. Y yo también me siento orgullosa, Inés, de la mujer en la que te has convertido. Y de ser mujer y madre. Mujer y madre a tu lado. Mujer y madre contigo.