Comer en Venecia siempre me ha parecido una misión difícil. Siento como si la buena comida estuviera escondida en algún lugar elusivo, solo al alcance de unos pocos elegidos que sí están en el secreto. Uno puede gastarse fortunas en lugares suntuosos, con vistas espléndidas, servidos por camareros con impolutas chaquetas y pajaritas, pero acabar con un triste 'carpaccio' de hinojo coronado con un mediocre jamón de Parma industrial acompañado de un pan del que mejor no hablar: literalmente. Incluso lugares recomendados por venecianos de pro, a la hora de la verdad, parece que sirvan al visitante los platos del menú para turistas y nunca los que reservan para los lugareños. Hay restaurantes que son más que restaurantes: el Harry’s bar sin ir más lejos. Debo haber estado en el Harry’s unas 20 veces en los últimos 20 años y cada vez la calidad del 'carpaccio' disminuye alarmantemente. Sin embargo, uno no va al Harry’s bar a comer bien, al Harry’s bar se va a respirar el aire de Hemingway, de Maria Callas, de Picasso, de Chaplin, de Truman Capote. Se va a revivir las escenas más intensamente románticas y tristes de 'A través del río y entre los árboles', la última novela de Hemingway, cuando la condesa juega a entregarse a un hombre que se sabe moribundo. Se va a tomar el Bellini más escaso del mundo y a pagar sin rechistar y salir por la puerta con la sensación de haber habitado por unos minutos otra época más 'glamourosa' y brillante que la nuestra, lo cual es ya una poderosa razón para dejarse el sueldo en el Harry’s bar.

Un lugar en Canareggio que nunca defrauda es la Osteria Cà d’Oro (Osteria Alla Vedova). Son justamente famosas sus albóndigas, que desaparecen en cuanto las ponen en la barra. Los camareros harán como que no te ven, pero insiste con la mejor de tus sonrisas y no te dejes herir por sus desprecios: esas albóndigas merecen la pena.

Para los amantes del bacalao (yo no me hallo entre ellos), la taberna Al Timon, al lado del río San Girolamo, tiene fama de tener el mejor 'baccalà mantecato', que es una especie de brandada más cremosa. Tienen una gran selección de 'cicchetti' (como tapas pero venecianas). Y vinos regionales.

La Trattoria alla Rivetta tiene la gran ventaja que está un poco escondida, como en un semisótano, y el público es mayoritariamente italiano. Si tuviera que definir con imágenes el concepto 'trattoria', este lugar es el que me vendría a la cabeza. Paredes de madera decoradas con cuadros 'kitsch' de marinas, caos en la cocina, camareros mayores hablando a toda velocidad. Es de esos lugares cuya total falta de pretensión es su principal atractivo. Por eso y por sus 'antipasti di pesce' (fresquísimos), sardinas 'in saor' y 'spaghetti al nero di seppia'.

Uno de los lugares que nunca me ha decepcionado es la Enoteca San Marco. Cada vez que vuelvo, rezo para que no se hayan dejado seducir por el dinero fácil que su situación, a pocos pasos de la Piazza San Marco, podría proporcionarles. Y no es así , el servicio es atento, el 'sommelier' sabe lo que hace y se come muy dignamente a precios razonables (vale, razonables para Venecia), siempre con un toque de sofisticación muy medida. Este es el lugar al que hay que ir cuando se está cansado de los platos de pasta y las sardinas 'in saor'.

Reconozco que los vinos vénetos no son santo de mi devoción, pero lo compenso ampliamente con mi devoción por el Aperol spritz. La fórmula tres partes de prosecco, dos de Aperol y una de agua con gas tiene algo que engancha: ese color anaranjado, ese regusto amargo, ese punto suave de embriaguez te llevan a una tarde de crepúsculo en una terraza al lado del Gran Canal, mientras suena la banda sonora de 'Anónimo Veneciano'. La gran ventaja de beber un Aperol spritz en el balcón de tu casa es que al menos te ahorras las conversaciones de los turistas americanos quejándose a grito pelado que no encuentran el McDonald’s en Venecia.