Todo el mundo la ha visto crecer desde niña. Estrella de la televisión, celebrity e influencer, Tamara Falcó ha encontrado, en la casa que comparte con su pareja, el lugar donde disfrutar de la intimidad y de los amigos. Es fácil que la luz la despierte todas las mañanas porque se filtra inmensa entre las plantas de la terraza en cada una de las habitaciones de su nuevo hogar.
A no mucha distancia de El Pardo y la Dehesa de la Villa, en Madrid, Tamara Falcó ha conseguido que su deseo vital de estar siempre cerca del cielo se cumpla en suprecioso ático con piscina privada, donde vive con su marido, Íñigo Onieva. Es un nido de amor desde donde puede ver el mundo o apartarse de él, aunque, en esos despertares luminosos, la sexta marquesa de Griñón parece que no suele ser tan comunicativa y simpática como habitualmente.
"Soy incapaz de hablar con nadie hasta que no he tomado un café, porque me levanto de la cama pensando sólo en desayunar", comenta entre risas. ¿Y en qué consiste ese desayuno? "A menudo, café con leche de almendras o de guisantes, y no puede faltar la sopa de miso, desde que descubrí que me sienta fenomenal".
A los recién casados les divierte probar nuevos restaurantes, pero confiesan que siempre es buen plan quedar con los amigos en casa. "A Íñigo y a mí nos encanta recibir. Él siempre prepara el aperitivo y hace unas bandejas preciosas. También escoge los vinos, entre los que no pueden faltar los de la casa de mi padre, al que recuerdo todos los días".
Ella es de las que se mete de lleno en la cocina para complementar los entrantes. "Me gusta agasajar a los invitados con algún aperitivo caliente, además de quesos y embutidos. Siempre pongo algo sano como crudités, guacamole o zumos. Después de este picoteo, me apetece sentarme y tomar un primero, un segundo y un postre. Y todo lo hago yo. Bueno, igual el postre lo compro fuera, porque no he estudiado nada de repostería y existen sitios fantásticos", reconoce. Íñigo es mucho más goloso que ella: "Soy supercomilona y hay pocas cosas a las que les diga que no, pero Íñigo, cuando empieza con el dulce, no puede parar. Yo soy capaz de tomar una cucharada y ya está. Sobre todo noto que después de un pescado necesito algo de dulce, aunque he de confesar que el chocolate me encanta".
Gran admiradora de la cocina francesa y aún más de la italiana, afirma sin embargo que su plato favorito es algo tan sencillo como un filete empanado y una buena tortilla de patatas. Para ella, son imbatibles. Si se le pregunta por esa gran brecha gastronómica que divide España en dos grupos irreconciliables, se decanta más por la tortilla con cebolla y, si está caramelizada, mejor que mejor.
"Me gusta agasajar a mis invitados con algún aperitivo caliente, además de quesos y embutidos. Siempre pongo algo sano. Después, me apetece sentarme y tomar tres platos. Y todo lo hago yo... Bueno, el postre igual no"
Su amor por la cocina mediterránea es un contrapunto a la gastronomía que conoció en su casa: "La comida asiática es algo que siempre hemos tenido, pero desde hace unos años estoy cansada del sushi, porque lo encuentras hasta en las gasolineras y ha dejado de ser algo puntual. Esto nunca me ha pasado con los platos italianos".
Mucha cocina ha aprendido desde que, hace ahora diez años, apareciera en el primer ELLE GOURMET, cuando apenas sabía elaborar un pollo en el horno, pero ganar la cuarta temporada de MasterChef le ha servido, además, para cambiar la percepción que la gente tenía ella por sus reportajes, photocalls o exclusivas, donde sólo se la veía a través de los ojos de otras personas. "En un programa con tantas horas de grabación, es muy difícil engañar. Aunque siempre digo que me editaron muy bien, porque me llevaba genial con todo el equipo, y además tuve la suerte de estar en la misma edición que Los Chunguitos", bromea (a carcajadas).
Ahora, para Tamara meterse entre pucheros es un acto de amor casi teresiano, porque siente que imprime mucho esfuerzo detrás y vuelca mucho cariño. Uno más en esta mujer profundamente espiritual, en un mundo que cada vez lo parece menos: "Yo crecí con un padrastro [Miguel Boyer] que pensaba que había que hacer el bien. Era un político de los de antaño, de los buenos. Él creía positivamente que el ser humano se debe portar correctamente. Son unos principios bastante cristianos, pero la diferencia es que él estaba todo el tiempo luchando contra la vida y contra una sociedad bastante complicada y a mí, por así decirlo, Dios me recarga mi móvil con fe cada día".
Entre sus proyectos vitales está la maternidad; no en vano pertenece a una familia numerosa de cinco hermanos por el lado Falcó y cinco por el lado Preysler. Por eso le gustaría tener una casa bulliciosa y caótica: "Me encantaría, pero no soy una de esas mujeres que se pueden frustrar por no tener hijos. Mi hermana siempre me dice que tengo que tener un bebé sí o sí y yo le respondo que sí, que lo estoy intentando. Tengo amigas que, si no lo hubieran conseguido, habrían sentido ansiedad por no sentirse realizadas. Ese no es mi caso. Se ha dado la situación muy tarde, pero confío mucho en el plan de Dios. Si se da, bien. Si no, también. La madre de san Juan Bautista lo fue a los 70 años, así que igual me da tiempo a tener familia numerosa", ríe.
La expectativa de un embarazo ha hecho que la marquesa de Griñón vuelva a estar en el centro de la atención mediática. No es tan fácil ser Tamara Falcó, a la que todo el mundo ha visto crecer desde niña, hasta hacer que cada cosa que toca se convierta en oro. "Me da un poco de vértigo porque recuerda la historia del rey Midas. Creo que tener una voz en redes implica una cierta responsabilidad". Descansar de tanta exposición no es fácil: "Para que el mundo se olvide de ti, lo importante es encontrar huecos, como viajar. Intento descubrir espacios donde me sienta protegida. De hecho, a esas plantas altas que crecen en la terraza las llaman el bloqueo botánico. Necesito mucha privacidad".
Ese tsunami de popularidad arrastra también a las personas que tiene alrededor, como su marido. "Sorprendentemente, él lo lleva mejor. Es verdad que se enfada bastante con los periodistas y no es nada amable con ellos, pero no se agobia. Yo, si me doy cuenta de que hay prensa fuera, no saco a pasear al perro y me busco la vida llevándolo al jardín de mi madre en coche, pero a Íñigo no le afecta... o dice que no le afecta, no lo sé. Lleva mal que yo no lo lleve bien".
"Para que el mundo se olvide de ti, lo importante es encontrar huecos, como los que proporciona viajar. Intento descubrir espacios donde me sienta protegida. Necesito mucha privacidad"
Uno de los motivos para mudarse al nuevo barrio y renunciar a la cercanía de tiendas y restaurantes ha sido la búsqueda de esa intimidad en pareja. "Se echa de menos, pero cambias el centro por la paz, porque esto es campo. Antes no tenía parking, por lo que la privacidad era imposible y, cuando la presión mediática es insoportable, te condiciona todo. Crecí en Serrano, en el Viso, donde recuerdo que todos los hermanos compartíamos un cuarto de baño, y nos vinimos a esta zona, a Puerta de Hierro, cuando tenía 11 años. Ahora esta casa nos encanta y además encajaba en nuestro presupuesto. Esto me hace sentirme superprivilegiada y muy agradecida. Al principio Íñigo se negaba, pero, cuando vimos lo bonita que había quedado, fue imposible rechazarla. El centro de Madrid está de locos. No para de venir gente de fuera a comprar", se lamenta.
"No podría estar con gente que no tuviera sentido del humor. Para mí, es fundamental. Intento reírme siempre. Si te tomas la vida muy en serio, te puede pegar una buena torta"
La cercanía a la vivienda de su madre nos lleva a recordar que últimamente parece que Isabel Preysler ha cedido cierto protagonismo a su hija, pero ella lo desmiente: "Nunca va a pasar de moda, lo que sucede es que le gusta mucho la vida tranquila. Para mí es imbatible. Yo he conocido la obsesión que tenían con ella en los años 80, y nunca me he querido aproximar a eso. Tenemos formas de ver la vida muy diferentes y nuestra esencia es también distinta", explica.
Una de esas esencias de Tamara Falcó es su sentido del humor. "No podría estar con gente que no lo tenga. Para mí, es fundamental. Intento reírme siempre. Desde niña ya imitaba a Lina Morgan, con esas caras fantásticas que ponía. En casa, Miguel era siempre muy irónico consigo mismo. He descubierto desde entonces que la gente más imbécil es la que no sabe reírse de sí misma. Es básico hacerlo. Si te tomas la vida muy en serio, te puede pegar una buena torta", sentencia. Para comprobarlo, nada mejor que preguntarle si a su madre le parecen suficientes los tres baños que tiene el nuevo ático: "A mi madre le gusta la casa, pero no. Tres baños no le parecen suficientes, definitivamente". Y ríe, claro.