Hay dos decisiones esenciales que debes tomar ya mismo, porque, si no lo has hecho aún, no conocerás la felicidad en esta estación en la que todos tratamos de encontrarla.

Realmente son las dos únicas decisiones de veraneo que importan, mucho más relevantes que el lugar y las semanas de vacaciones que elijas, que la compañía que escojas o las lecturas que te propongas.

Estas dos decisiones son el calzado y la canción.

Al calzado de verano le pasa un poco como al zapato de Cenicienta: sólo sirve para un pie, por eso es tan difícil de encontrar. Tiene que hacerte sentir cómodo todos los días, tanto en la playa como de noche, en una pista de baile o pedaleando en un vespertino paseo en bici. Debe ayudarte a prescindir del invernal calcetín y a la vez no tiene que desarrollar olores fétidos de pie fermentado, no debe hacer callo ni ampolla, no ha de sacrificar estética por comodidad, debe ser de un color alegre que hable bien de ti a los demás, y tiene que combinar tanto con bermudas como con una chaqueta de noche. Con él, debes poder prescindir de cualquier otro zapato durante todo el mes y así viajar ligero. Los zapatos estorban en las maletas.

La canción es igualmente esencial. No hay verano sin canción del verano, pero tiene que ser un descubrimiento propio, desconocido o al menos inesperado para los demás. Es decir, no puede ser la canción del verano oficial, porque esa no da puntos, esa ya la tienen todos en su disparador. Ha de ser la canción que te convertirá cualquier noche que la reproduzcas en el Prometeo que trae el fuego de los dioses, esa que transforma una reunión de gente sentada en una fiesta de bacantes, que deviene en el himno privado de un grupo de amigos, la banda sonora de un primer beso, la que ensancha la noche y hace olvidar el reloj, presagia la siguiente botella de vino, invita al baño nocturno, incita al acto de locura que nos transforma al fin en almas veraneantes que abandonan sus costumbres ordenadas. Aquella que será la resina en la que quede atrapado para siempre un buen recuerdo, y cristalice como una mariposa fosilizada en el ámbar, para que al escucharla de nuevo en invierno un verano invencible acuda a tu memoria.