Los pasos que marcan el compás de una pareja son muy distintos a los que lo marcaban hace un par de décadas. Pensad en ese primer selfie que, nadie sabe por qué, nos lleva de repente a otro nivel de intimidad. También son mucho más tardíos. Si nos casamos, lo hacemos –de media– a los 38 años. Si tenemos hijos, a los 33. Es lógico que, a medida que el paradigma cambia, nos replanteemos aspectos que antes se tomaban como naturales. La gestión del dinero es uno de ellos.

¿Tiene sentido compartir una cuenta bancaria si cada uno tiene su sueldo? ¿Y si quiero comprarme más caprichos que mi pareja? ¿Tengo que justificarlos si compartimos cuenta? Antes las cosas eran más sencillas y también mucho más injustas –y si no que se lo digan a la mujer que ha recibido 200.000 euros en compensación por su trabajo en casa durante 25 años de matrimonio; poco me parece–. Luis Manuel Ayuso, sociólogo y autor del estudio Administración del dinero y bienestar subjetivo de la pareja, explica que, tradicionalmente –en parejas heterosexuales, que son las que se analizan–, se tendía al modelo comunitario, una cuenta común. El matrimonio era una unidad económica en la que el hombre aportaba el dinero y la mujer lo gestionaba. Era una red de seguridad que sostenía su razón de ser: la familia. La incorporación de la mujer al mundo laboral y el control sobre nuestra reproducción, que llegó hace ya 60 años con la píldora, han transformado al matrimonio en una unidad emocional. «Lo que se busca en una pareja es la satisfacción personal, no la seguridad o la satisfacción económica», explica.

¿Cómo gestionan el dinero las parejas actuales?

Desde entonces, la sociedad ha seguido avanzando –aunque no siempre lo parezca– y, con ella, la gestión del dinero en las parejas. Ahora, el modelo que impera es un modelo mixto, a medio camino entre la unidad y la individualidad: hay una cuenta común para gastos de la casa, planes conjuntos, viajes, comida…, pero cada persona mantiene una cuenta propia, solo suya, sobre cuyo gasto puede decidir unilateralmente. «Las relaciones de pareja son ahora una suma de dos individuos con diferentes gustos, aficiones, formas de gastar el dinero… por eso avanzamos hacia ese modelo», concluye Ayuso.

La creación de esa cuenta común, además, se ve como un paso significativo dentro de la pareja: «suele ocurrir cuando se van a vivir juntos o cuando se tiene el primer hijo», explica Ayuso. Es un modelo que se construye sobre una base de comunicación y negociación. «Existen muchas parejas que no ponen la misma cantidad en esa cuenta común. Si uno gana más, aporta más. Eso se negocia y se va adaptando a las necesidades», añade. También puede variar según la gestión del ahorro; puede haber una tercera cuenta –también común– para guardar una parte de los ingresos para planes futuros conjuntos.

Negociaciones a parte, el cambio de paradigma reside en esa cuenta propia, que dice mucho de lo que buscamos en una pareja. Antes, la base sobre la que se construía un matrimonio era la seguridad. Ahora, el matrimonio es lo de menos y los cimientos de cualquier relación son mucho más abstractos y emocionales. «Vamos hacia modelos de pareja que son más débiles –aunque más satisfactorios– porque las basamos más en el amor que en aspectos más prácticos. Ahora hay que trabajarlo todos los días», explica Ayuso. La piedra angular sobre la que se sostiene se tambalea mucho más fácil, y eso no es malo: ayuda a mantener siempre al menos un pie en el suelo. «Este modelo también responde a una necesidad de poder romper de manera más fácil si las cosas no van bien», añade. «La seguridad que más importa es la individual; hay que tener un plan B. Es el principal consejo que las abuelas le dan a las nietas. Ellas, que han crecido y vivido con otro paradigma, lo que más les repiten es: tú tienes que ser independiente».

La importancia de mantener una cuenta propia

La gestión del dinero es un prisma desde el que analizar las relaciones de poder, los vínculos emocionales y las identidades de género. La también socióloga Beyda Çineli concluyó tras estudiar la relación entre la gestión del dinero y la igualdad de género que «las formas de gestionar el dinero más individualizadas se asocian con valores de género más igualitarios dentro de la pareja».

Nos sirve para observar el avance, y también el camino por andar. Otra de las conclusiones de ese estudio es que lo que aporta mayor bienestar respecto al dinero difiere mucho entre hombres y mujeres. A los hombres les produce más satisfacción la cantidad de dinero que ganan y a las mujeres, el control que tienen sobre la economía. «Que a las mujeres les de más satisfacción controlarlo viene de ese canon antiguo. Sobre todo entre la clase baja, eran las encargadas de multiplicar el dinero que ganaban sus maridos», explica Ayuso. «Eso tenderá a cambiar a medida que el modelo más individualista avance: a ambos les dará más satisfacción tener dinero que gestionarlo».

El balance entre individualismo –ya va siendo hora de que le quitemos las connotaciones negativas– y unión. Ese modelo mixto es una metáfora de lo que necesitamos en una pareja: tenemos una vida en común, pero yo conservo la mía. Tengo una cuenta propia, me compro lo que me gusta, no doy explicaciones. Me construyo como ser individual a través de aquello en lo que decido libremente gastar ese dinero. Ya tenemos segunda parte para aquel libro de Virginia Woolf.