Salta un mensaje en el grupo de WhatsApp: Os echo de menos, ¡hay que organizar una cena! En principio, todo bien en ese mensaje. Hablan el cariño y la amistad en medio del ajetreo rutinario. Está genial querer verse. Hasta que entra en escena la logística. El cuándo. ¿Este viernes? Uf, yo imposible. ¿Sábado? Tengo un cumpleaños. ¿La semana que viene? ¿Qué tal el miércoles en el hueco de 17:45 a 18:20? El dónde. ¿Qué tal ese nuevo del barrio? Yo ya he ido. A mí me queda muy lejos. La tortilla está sobrevalorada. En fin, que es agotador. Fines de semana planeados con meses de antelación, vida social programada al minuto. No difiere tanto la agenda de ocio de la laboral.

Llevamos ya un tiempo escuchando que necesitamos más conexión, que tener buenas relaciones es la base del bienestar, que menos eficiencia y más ocio distendido. La experta en estudios culturales y profesora de escritura en el Chaplain College de Vermont Sheila Liming observó que es esta idea de productividad de la que hemos rodeado a la amistad lo que entorpece esa conexión. Es el argumento principal de su libro, The art of hanging out [El arte de pasar el rato], en el que defiende que el tiempo no estructurado, exento de planes y expectativas, puede mejorar nuestras relaciones. «Pasar el rato es atreverse a no hacer gran cosa y, más aún, atreverse a hacerlo en compañía de otros. Recuperar nuestra vida social fuera del torbellino mortecino de la vida contemporánea», escribe.

Todo lo bueno de pasar el rato

Lo mejor de estos ratos, para Liming, es que se crea una mayor intimidad que propicia conversaciones más sinceras y cercanas. Mireia Cabero, psicóloga, profesora de Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación en la UOC y directora de Cultura Emocional Pública, explique que la conexión requiere presencia, empatía, honestidad y humildad, y que no todos los encuentros dejan el mismo espacio a estos factores. «En los encuentros que se basan en ‘hacer’ (ir al teatro, hacer deporte, ir de compras, etc.) la acción pasa a un primer plano y el ‘estar’ (conversar, acompañarnos, cuidarnos, etc.), a veces, a un segundo», apunta.

¿Cuántas veces habéis planeado una cena con semanas de antelación y, llegado el momento, no os apetece el restaurante, la atmósfera, la comida? Cuando el plan consiste en pasar el rato, la forma que toma ese rato puede adaptarse a las apetencias del momento. Liming habla de «la libertad que dan las expectativas bajas». «La falta de planificación da espacio a la improvisación, a la naturalidad de lo que surge en el momento, fruto de las necesidades que tenemos, de lo que nos apetece», explica Cabero. Igual llueve y la ruta de vinos ya no suena tan bien. O habéis tenido una semana malísima y preferís pedir una pizza y ver una peli a ir a esa sesión de teatro experimental.

En redes sociales, esa falta de expectativas ya tiene nombre: ‘couch friend’. Es un término-tendencia en TikTok e Instagram, a través del que adolescentes –cuya socialización ocurre cada vez más de forma virtual– reclaman la necesidad de aquello que no han vivido tanto como generaciones anteriores: amigos con los que pasar el rato tirados en un sofá. Llevado a la adultez, según Cabero, este plan puede ser el mejor remedio para una semana dura. Uno que no se nos ocurriría a priori. «A veces, cuando estamos agotadas en una semana dura, priorizamos el descansar, relajarnos, tener tiempo para nosotras, y olvidamos quedar con amigos para hablar, simplemente para estar juntos, es un bálsamo que oxigena», apunta.

¿Cómo podemos crear este tipo de momentos?

El cómo es la parte más obvia de este ‘arte de pasar el rato’: tenemos que oxigenar la agenda social, «dejar esos huecos semanales para poder fluir y decidir a última hora cómo queremos pasarlos», en palabras de Cabero. Llamar a una amiga a la salida del trabajo, ir a verla a su casa sin tener ni idea de lo que vais a hacer.

Este pasar el rato se asocia más a la adolescencia por un motivo obvio: la falta de compromisos y responsabilidades que aparecen en la vida adulta. «Cada responsabilidad es un rato de mi agenda que deja de estar libre, por eso la vida adulta no solo requiere una gestión esencialista del tiempo, ser muy conscientes de lo que es importante para nosotros, de qué necesitamos para cuidarnos, y de que las amistades forman parte de ese cuidado», incide Cabero.

Para dejar espacio a esta forma tan poco ambiciosa –y a la vez tanto en los tiempos que vivimos–, es necesario eso que hablábamos al principio: despojar la amistad de todo atisbo de productividad. Esto implica un cambio de mentalidad individual, pero también colectivo, social. Este interesante artículo defiende que una de los motivos por los que hemos dejado de pasar ratos improductivos con amigos es porque cada vez hay menos espacios comunes que lo permiten. Es difícil que quedar con amigos fuera de nuestras casas no implique un gasto de dinero. «Cualquier espacio que no se convierta en vivienda es probable que se comercialice, ya sea como oficinas o locales comerciales que disuaden a la gente de merodear, de pasar el rato (a menos que estén gastando dinero)», apuntan. «El diseño de las ciudades condiciona, a través de sus espacios, las actividades que los colectivos, las amistades y las familias realizan», añade Cabero. Necesitamos que en las ciudades haya más lugares donde se pueda estar en compañía sin consumir.

Lo de matar tiempo es más viejo que la tarara. Es la silla en la calle a última hora de la tarde para tomar el fresco y comentar lo que sea que haya que comentar ese día. El progreso implica optimismo hacia el futuro y a veces radica en recuperar dinámicas del pasado que funcionaban.