Una entrevista de trabajo se parece de forma algo inquietante a una primera cita. En ambos casos las dos partes se esfuerzan por mostrar su mejor versión y hay un cierto tira y afloja, un juego de poderes. También hay terrenos incómodos que uno prefiere evitar. Ahí donde las red flags se muestran nítidas. Terrenos tan incómodos como importantes para el futuro de esa relación. En el mundo laboral hay uno que sobresale, el eterno tabú: el sueldo.

Que levante la mano a quien no le haya pasado. La entrevista va genial, hay una conexión absoluta, claramente eres la persona designada por el universo para ese puesto. Pero el momento de la despedida se acerca, ya pasáis a las preguntas relajadas –y, bueno, ¿tú con qué leche tomas el café?–, y el gran elefante sigue en la habitación, evidente pero ignorado. Nadie te ha hablado de lo que vas a cobrar. Entonces llegan los titubeos, la indecisión, la vergüenza –¿cómo voy a estropear esto hablando de dinero?–. Pero es muy importante hacerlo. Tenemos que romper el tabú si queremos que las cosas cambien. Para ello, dos expertos en desarrollo laboral, Lucy Standing, psicóloga y fundadora de Brave Starts –sociedad para personas en busca de su próximo paso profesional– y Rafael San Román, psicólogo en ifeel –plataforma dedicada al bienestar laboral– responden a algunas preguntas que suelen aparecen en estos momentos incómodos.

¿Cuándo lo menciono?

    Ambos coinciden en que no hay que dejarlo nunca para el final. Para Standing, es bueno hacerlo incluso antes de primera la entrevista en el caso de que no esté publicado en la oferta de trabajo. «Las empresas deberían publicar el salario. Piensa en lo irritante que es cuando buscas algo en una página web y te dicen ‘llama para hablar del precio», argumenta. Si no lo publican, tienes derecho a preguntar. Es tu tiempo –y el de ellos– el que potencialmente se está perdiendo».

    San Román aconseja hacerlo justo al final de la primera entrevista para dar una oportunidad a la empresa de que sea transparente con sus condiciones. Si no lo es, hay que mencionarlo antes de esa ‘segunda cita’.

    ¿Cómo lo menciono?

    En general, con un balance entre seguridad y apertura. Lo que en la práctica, para Standing, se traduce así: «Primero, expón tu situación actual. Cuantifica tus logros y tu valor con ejemplos específicos. Después, propón tu cantidad deseada», explica, y añade –respecto a esa dosis de apertura–: «Mantente abierto a la respuesta. A menudo, en una primera reunión la gente no tiene poder para dar una respuesta. Querrán tiempo para debatir. Por lo tanto, la parte final consiste en fijar un plazo para obtener esa respuesta».

    San Román añade lo que para él son actitudes a evitar: «Los ultimatums, los regateos prematuros –‘Me imagino que esa cifra es negociable’— o las críticas abiertas al salario –‘Es muy bajo para ese puesto’—».

    ¿Digo una cantidad o pregunto en cuánto se valora el puesto?

    Para ambos expertos, lo ideal es fijar una cantidad mínima por debajo de la que no aceptaríamos y una cantidad deseada. Para fijar la deseada, recomiendan investigar cuánto se cobra en puestos similares en el sector y así tener un argumento sólido, más allá de lo que a uno le gustaría cobrar.

    «Es probable que a lo largo del proceso te pregunten cuánto estás dispuesto a cobrar o cuánto estás cobrando actualmente. Ahí hay que decidir cuánta información damos, y ayuda tener alguna respuesta preparada de antemano», explica San Román. «Ayuda ser específico, porque dejárselo al entrevistador significa renunciar a parte del control y quedarte con la responsabilidad de juzgar si [la cifra que te dan] es justa. Si tienes una en la cabeza, lo mejor es articularla, pero asegúrate de que puedes justificarla», añade Standing.

    ¿Y si la cifra que me dan no me convence?

    La sinceridad a tiempo ahorra problemas futuros. También puede cambiar la oferta, no olvidemos que es un tira y afloja, una negociación en la que se contraponen los intereses de dos partes.

    «Sé sincero, sobre todo si la cifra cae por debajo de lo que estás dispuesto a aceptar», aconseja Standing. Si el proceso de selección tiene más fases, «al compartir tu punto de vista en la das al posible empleador la oportunidad de justificar el salario [en un debate posterior]. Además, parecerá que controlas la situación, en lugar de mostrarte pasivo».

    Todo lo anterior, y en esto también coinciden los dos expertos, ha de ajustarse al del momento de tu vida y tu carrera. «Un candidato debe tener en cuenta cuánto desea o necesita el puesto, en qué punto del proceso de selección se encuentra, qué recursos tiene en la manga para poder negociar y cómo de grave es que algunas de sus expectativas no se vean cumplidas», concluye San Román.