En los últimos meses, me sorprendo a mi misma cuando al pensar, me doy cuenta de que no son ni una, ni dos personas de mi entorno más cercano las que han renunciado a sus trabajos. Son bastantes más. Me hacen falta los dedos de las dos manos para contarlos. Y sólo de mi entorno más próximo.
No imagino si abro el círculo.

Les pregunto a todos ellos y la respuesta es siempre la misma: “quiero vivir mejor”. Con unas u otras palabras, pero el objetivo es trabajar para vivir, no vivir para trabajar.

De La Gran Renuncia comenzó a hablarse hace ya 3 años en Estados Unidos, cuando comenzó a detectarse el mismo patrón de comportamiento en multitud de trabajadores por todo el país: una renuncia masiva a sus trabajos.

En la primavera de 2021, tras pasar lo peor de la pandemia, comenzaron a darse los primeros registros de renuncias. Momento que, curiosamente, coincidía con la vuelta a las oficinas y el final de algunas restricciones. Entonces, a todo esto que empezaba a suceder se llamó “Big Quit”, acuñado por Anthony Klotz, psicólogo y profesor de la Escuela de Negocios en la Universidad de Texas. El término no quedó en el aire, porque sería después la revista Bloomberg quien lo recogería para hablar largo y tendido sobre ello.

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En los meses entre marzo y julio, se registraron casi 4 millones de renuncias cada mes. Es decir, casi 12 millones de personas que, en tiempo récord, decían adiós a sus puestos de trabajo.

El teletrabajo, los efectos de la pandemia, la digitalización masiva, el trabajo híbrido y sobre todo, el impacto inmenso que el clásico modelo de trabajo causa en la salud mental de millones de trabajadores, han sido las razones.

Ese Big Quilt del que tanto se hablaba en Estados Unidos y del que se decía que, “en España eso no pasaba”, parece que no está siendo del todo cierto. Y sí, si se habla. Ya te digo que si se habla.

Ni por todo el oro del mundo seguramente NADIE querría volver a pasar por la terrible pandemia que vivimos, pero es innegable que también nos ha dejado algunas cosas “positivas” en torno a lo que estamos analizando. Y es que hizo que millones de personas alrededor del mundo se replantearan sus vidas. Nos hizo ver cuán efímero es todo y cómo estábamos perdiendo el tiempo de valor con el clásico modelo en el que todos estamos encajados.

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Contar con más tiempo disponible para nuestra propia organización, poder abordar mejor el tema de la conciliación a todos los niveles, hizo que se resquebrajaran los cimientos del 9 a 18h.

Todo este fenómeno, por supuesto que se ha instalado en nuestro país. También vivimos esa pandemia. También nos replanteamos nuestras vidas. Y la decisión que puede que para nuestros padres o abuelos fuera impensable y casi irresponsable si tenían un trabajo fijo y un horario de oficina, ahora es para nosotros la puerta a un mundo más libre. La oportunidad para nuestro propio cambio y nuestra propia promoción, para poder crecer como queramos crecer. Poder cuidarnos y sentirnos especiales y no una pieza más de un puzzle de miles y miles de piezas.

Si no sale bien, buscaré otra cosa

Cuando hablo con amigos y personas cercanas que han renunciado, coinciden todos en algo curioso: la sensación de liberación. De cómo irse, aunque fuera con lo puesto, después de muchos años en la misma empresa, les ha supuesto una sensación de éxito personal, calma, valentía, superación y sobre todo, libertad absoluta. La sensación de abrir las puertas de una cárcel y que el reto ahora sea volar sobre un precipicio, pero volar.

“¿Y si no sale bien? Si no sale bien, buscaré otra cosa”, es lo que me dicen muchos. Somos afortunados: vivimos en un momento con multitud de formación para ampliar y añadir nuevas skills a nuestro currículum.

Leía hace poco en una red social que “el éxito de la generación millenial es renunciar a tu trabajo y que tus amigos te feliciten”. Y literalmente, es lo que está pasando.

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Las consecuencias

Y es que, una de las consecuencias más inmediatas es el efecto contagio que esto está teniendo, que hace que cada vez sean más personas las que se replantean toda su vida por si, de repente, lo necesario fuera ponerla del revés para empezar a funcionar. El aumento de la tasa de rotación por la multitud de personas que comienzan a tomar consciencia de su propio deterioro. Y esto, supone una inmensa fuga de talentos.

Talentos que deciden trabajar por su cuenta. Trabajar más, quizás, pero trabajar desde su propia libertad, su propio horario, sus propias metas. Y todo ello, alineado con su propio propósito en la vida, en el que la salud mental, juega un papel fundamental.

El modelo clásico de los organigramas de producción, donde las trabajadoras y trabajadores se sentían piezas diminutas de una maquinaria, está empezando a mostrar carencias desde el momento en el que esos mismos trabajadores comienzan a exigir lo que merecen porque son conscientes del valor que aportan con su trabajo y formación.

El portal Factorial, acaba de realizar recientemente un informe sobre las tendencias y la gestión del talento para este 2024. Y los resultados, vuelven a respaldar que el Big Quilt en España, es real.

Uno de ellos es que 2024 afronta un gran reto: “la retención y atracción de talento competitivo o la presión por generar valor al mismo coste en medio de una recesión económica mundial”, escribe Olga Juárez.

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Y es que la gran renuncia en España, es el resultado de una renuncia silenciosa previa. Es decir, la forma en que miles de trabajadores, hastiados y desmotivados, se niegan a abandonar, haciendo el mínimo exigible. Esto no es sino una “Gran Protesta”. Un grito silencioso exigiendo el valor que creen que se merecen.

Por no hablar de la duración de la jornada laboral o del modelo clásico de oficina que muchas empresas, a día de hoy, se niegan a abandonar. Según un informe realizado por Page Group, “casi el 90% del talento considera que sería más feliz con una semana laboral más corta”.

Así que no son pocos los motivos que han tenido quienes ya han renunciado, para hacerlo. Y todo, podría resumirse en una sola cosa: vivir mejor. Porque esta vida es bastante corta así que al menos, hagámoslo.