A todos nos gusta pensar que somos esa persona que alegra un lunes por la mañana a sus hastiados compañeros. Es igual que cuando nos convencemos de que educaremos mejor a nuestros hijos, de que siempre estamos ahí para una amiga, de que nunca actuaríamos como ese histérico en un atasco. Es puro instinto de supervivencia de la mente humana. Tu vida es la historia que te cuentas.

En contra de ese instinto tan válido, en toda oficina hay una fuente que consume la energía colectiva y no hablo (solo) de las videollamadas eternas sin un propósito aparente. En toda oficina hay al menos una persona tóxica y si en la tuya no la hay, preocúpate: es posible que esa fuente drenante seas tú.

Puede ser difícil detectarlo en otros, pues un comportamiento tóxico «da la impresión de ser leve –no es abiertamente agresivo, irrespetuoso o grosero– y no parece tener claras intenciones de causar daño», explica Eva Rimbau, experta en Recursos Humanos de la Universidad Oberta de Catalunya. «A veces es tan sutil que dudamos si alguien se está comportando de manera tóxica o somos nosotros los que nos estamos pasando de susceptibles», añade Rafael San Román, psicólogo en iFeel. Puede ser difícil, pero no es lo más complicado: lo realmente arduo es detectarlo en una misma. Por eso, Rimbau, San Román y Elisa Sánchez, psicóloga laboral, nos dan las claves para un autodiagnóstico certero. Si sufres al menos dos de los siguientes síntomas, asúmelo: eres esa compañera tóxica.

  1. Eres la eterna víctima. Durante tu jornada de trabajo las horas vuelan porque las empleas en lo que más te gusta: quejarte. «De forma abierta o a través de rumores, en corrillos, difundiendo aspectos negativos del trabajo, de otros compañeros…», explica Sánchez. San Román te identifica como «la única que se sacrifica, la única que se expone, esa a quien nadie defiende, la que tiene que cargar con el trabajo de otros».
  2. Practicas la agresividad pasiva. Con una sonrisa permanente, dejas cadáveres emocionales a tu paso. «Una compañera tóxica puede ser amistosa y agradable. Puede colaborar de tú a tú, pero luego no hacen lo que se espera de ella», apunta Rimbau. Tu técnica, según Sánchez, consiste en manipular para conseguir que los demás salgan perdiendo. «Chantajes emocionales, falsas alianzas, dosificación innecesaria de la información…», enumera San Román. «Avergüenza, humillar, ser sarcástico, criticar y señalar errores», añade Rimbau. La sonrisa, a todo esto, no se ha movido de la cara.
  3. Lo de cooperar no va contigo. Maldices el día en el que el trabajo en equipo se puso de moda. No harás ningún esfuerzo que no te reporte un beneficio directo. «Siempre hace sentir a los demás que les está haciendo un favor por trabajar», describe San Román. Los demás son simples piedras en las que apoyarte de camino a la cima.
  4. Echas balones fuera cuando algo sale mal (pero te encanta colgarte todas las medallas cuando sale bien). Te llama un buen escenario. A la mínima oportunidad, te colocarás bajo el foco. Todo lo que piensan otros ya lo habías pensado tú antes. San Román lo explica así: «Acapara mucho protagonismo, tiende a interrumpir o minusvalorar a los compañeros, se da un nivel de importancia del que carece».

Si lo eres y quieres cambiarlo, vas por buen camino. Detectarlo es el primer paso. Puede que no lo seas y que al instante de leer esto una cara se te revele, nítida. En ese caso –y en todos los que conciernen a personas tóxicas en la vida–, lo mejor que puedes hacer es alejarte para disminuir su impacto. No hablamos de una lejanía física –es imposible en una relación laboral–, sino emocional: «Lo mejor es centrarte en la parte profesional y no en todo ese material extraprofesional que distorsiona lo que tenemos entre manos: una tarea», aconseja San Román. No intentes cambiar a una persona tóxica, no lo hará. «Recuerda que no tienes que llevarte bien con todo el mundo, ni servir como instrumento para que otros se sientan mejor o desahoguen su malestar. Se trata de poner límites sin alimentar la hostilidad», añade.