El verano tiene un vocabulario muy reducido: la camiseta y la chancla. El otoño enriquece siempre el discurso, nos lleva al reencuentro con toda esa parte del armario que uno no puede ponerse en los tiempos de canícula, nos devuelve esa ropa que suele ser la que más dignamente camufla las lorzas y la carne colgona, y nos hace atractivos de nuevo. Así, esta estación, con sus chaquetas, sus camisas, sus pañuelos y sombreros, nos permite exhibir el lenguaje más vistoso del año hasta que el invierno con sus rigores nos emboza en un abrigo.

Al igual que nuestro cuerpo se viste con ropa, nuestras voces se visten con palabras, por eso quiero proponer al lector que con la misma alegría que uno rescata ahora del fondo del armario esas prendas del entretiempo, vaya a buscar también nuevas –o viejas– palabras que le queden bien a su habla. Y es que les pasa a las palabras como a la ropa, que algunas empiezan a no sentarnos bien, otras nos quedan ya ridículas. ¿De verdad vas a seguir poniéndote un guay, un jopé o un mola? O aún peor, ¿un debuti o un fetén?

Hay palabras que tienen la exuberancia de una vieja camisa estampada de Etro que ya no nos atrevemos a ponernos, yo animo a vestirlas de nuevo sin complejos y observar el efecto que causan. Palabras como dislate, disparate, guateque, jauja, gandul, mastuerzo, cretino, papanatas, chisgarabís o zalamero siempre dan color al habla, y a mí particularmente me alegra oírlas.

Me las pongo de vez en cuando para experimentar y cuando veo que alguna me queda bien, que soy capaz de vestirla con naturalidad y sin que parezca que voy disfrazado, la incorporo definitivamente al look de la temporada hasta desgastarla completamente. Porque las palabras, como la ropa, también se desgastan, pierden su colorido y terminan agujereadas y exponiendo nuestras vergüenzas si las usamos demasiado.

Luego está ese otro ropaje de la voz que según se mire puede ser el más auténtico o el más impostado de todos, y que siempre es pieza única de alta costura diseñado por nosotros mismos para nosotros mismos: la risa. Una buena risa es la más difícil de todas las prendas, no puede ser molesta ni hacerse pesada a los demás, debe provocar la risa en otros, ha de tener verdad y hacernos simpáticos y no estúpidos. Pero, ay, ¿cómo se aprende una risa sin que parezca una risa aprendida? Pregunto.