Como a cualquiera que se haya empeñado en vivir de la escritura, me cuesta llegar a fin de mes. Sólo compro ropa cuando se me rompe la que tengo, raramente viajo o salgo a comer a un sitio donde no me hayan invitado, y tengo un pequeño coche que pronto llegará a los 200.000 km y no veo cómo sustituir.

Con esta incierta economía que manejo, el acto de regalar, que es sin duda algo esencial para alimentar los afectos, distinguir los hitos de la vida y expresar gratitudes, se complica. Comprar regalos es algo que ya he descartado, porque para hacer buenos regalos –es decir, para hacer que alguien se desmaye de ilusión y esté unos cuantos días en una nube– sólo existen dos opciones: gastar una verdadera fortuna o emplear una ingente cantidad de tiempo en ellos.

Es difícil dejar huella regalando un champán de la balda del Alcampo, una pulserita de bisutería industrial o un reloj made in China, que delatan a la vez falta de dedicación, falta de ingenio y falta de dinero.

Si uno no puede permitirse regalar un champán de 2.000 euros, un diamante del grosor de un dedo o la codiciada primera edición de 'La voz a ti debida', no debe desesperarse ni rebajar su ambición un solo grado. Bastan tiempo y atención para fabricar los regalos de mayor impacto emocional.

Los que sois padres de adolescentes seguro que guardáis como irremplazables tesoros aquellos dibujos con los que vuestros hijos os felicitaban cumpleaños y días señalados cuando eran niños. Pocos regalos os seguirán emocionando tanto como esos al cabo del tiempo.

A mí me funciona mucho inventar platos de comida para mis amigos y ponerle su nombre a la receta, después dibujar un menú recreándome en una abigarrada caligrafía y enviarlo previamente a modo de vale para una futura comida en la cocina de casa.

Tampoco hay que saber cocinar nada para hacer el truco del vale, basta con identificar una experiencia ilusionante que uno pueda anunciar en un vale escrito a mano en un papel bonito. Por ejemplo, «vale para unos churros con chocolate después de una noche conmigo», o bien «vale por tres bailes en una verbena de un pueblo donde nadie nos conozca », o bien «vale por un baño nocturno como Dios me trajo al mundo», o bien «vale por un día de alegre servidumbre».

Y ahora baja a la papelería, compra un bolígrafo de cuatro tintas y un tarjetón bonito, y empieza a pensar tu siguiente regalo, acaso el mejor que le hayan hecho a quien lo recibe en mucho tiempo.