«Espero que no hayas escrito aún la columna –me dice la redactora jefe en un audio-. Queremos pedirte un tema esta vez. Queremos que escribas sobre la paz». Algo complicado para desarrollar en 400 palabras. Para hacerlo tengo que pensar en quién me lee y qué puedo yo decirles que les vaya a servir. Si estás leyendo una revista que te propone mil maneras de disfrutar de la vida y de darle color a tu imagen, lo más probable es que vivas en un país en paz, pues estas son aspiraciones propias de personas que viven en la paz. Pero también pudiera ser que una revista como esta la leyera alguien que está en un país en guerra, y que, para escapar un rato con su imaginación del conflicto, quiera soñar con esas cosas que nos preocupan en la paz: encontrar esa chaqueta que nos hace sentir bien, el destino al que viajar un fin de semana, un libro que nos ilumine, un restaurante al que llevar a la persona que queremos enamorar. Porque la paz es el espacio en el que poder ocuparse sin miedo ni culpa de estos deseos.

Al igual que yo, probablemente mi lector o lectora dé por hecho la paz, como si fuera un estado natural, quizás porque en nuestro país no quedan casi personas con memoria de guerra, pero lo cierto es que la historia nos enseña que la paz no es otra cosa que el intervalo entre dos guerras. Es un bien frágil que se vuelve mucho más frágil cuando uno olvida su fragilidad, y deja ya de guardarla con el mimo con que se guarda aquella vieja cristalería heredada de otra generación que no queremos que se rompa nunca.

Los enemigos de la paz son siempre los mismos, y actúan siempre de la misma manera. Primero construyen una idea del nosotros y una idea del ellos, para dividir burdamente el mundo en dos. Después pasan a deshumanizar al ellos, los pintan como una masa uniforme con costumbres extrañas, contrarias a las nuestras, brutales, inmorales, atrasadas o decadentes. Cuando esto está conseguido, se les empieza a describir como una amenaza existencial: es o ellos o nosotros.

No les crean nunca, es preciso no olvidar que ellos y nosotros no es más que una construcción interesada, que al otro lado habrá siempre alguien que, tanto en la paz como en la guerra, sentirá lo mismo que nosotros al abrir una revista así: querrá encontrar las gafas que le hacen sentirse guapa, el paisaje al que llevar a la persona amada, la receta suculenta para sorprender el fin de semana o el libro con el que evadirse de su triste vida. Por tanto, nunca hay ellos y nosotros.