La última vez que Henrique Cymerman lloró fue hace unas semanas, durante una visita junto a otros periodistas a uno de los kibutz cercanos a la Franja de Gaza atacado el pasado 7 de octubre. Entre las cenizas de la modesta casa de Carmela y su nieta, Noya, una niña autista –ambas víctimas de un asedio que acabó en llamas–, un juguete llamó su atención: era una muñeca con los brazos, las piernas y el pelo quemados. «Estaba en directo, pero me dio igual. Pasaron unos segundos hasta que me recuperé y seguí hablando», confiesa emocionado.

Cymerman, de 64 años, reconocido periodista de origen portugués y español, corresponsal en Oriente Medio para diferentes cadenas y diarios internacionales, habla desde Tel Aviv, donde duerme cada noche después de las largas jornadas que dedica a informar sobre uno de los conflictos más complicados de su carrera: la guerra entre Hamás e Israel. Pero él lo hace con la misma seriedad que avala sus más de 30 años de profesión, en los que ha hecho de su trabajo su propósito. «Esto está siendo muy duro, aunque me considero un poco como un médico, que, cuando tiene delante un herido, ha de curarlo», asegura, y lo ilustra relatando cómo, semanas atrás, al acompañar a la menor de sus tres hijos a un hospital, supo que en la sala contigua doctores israelíes estaban tratando a algunos de los terroristas de Hamás.

Para sobrellevar los desvelos que le ha provocado la barbarie, dice recurrir a otra táctica de supervivencia: «Pongo el piloto automático y postergo... Sé que tendré que ocuparme de esto en algún momento, pero será después».

Henrique, curtido en situaciones extremas –además de haber sido corresponsal en la guerra de Irak, comenta sin sonrojo haber cubierto unos 200 atentados suicidas en Israel– incide en que lo peor, siempre, «es lo que no vemos». Y se refiere a las historias humanas detrás de los titulares para los que no hay espacio ni tiempo en los medios, víctimas civiles de ambos bandos. Sin embargo, su papel de testigo y divulgador de otros muchos acontecimientos, le brindó hace una década uno de los relatos más bonitos de su vida.

Una amistad muy especial

«Todos los correos empiezan igual: “Querido hermano”. Y terminan con un “Rezo por ti. Por favor, reza por mí. Y gracias por todo lo que haces por la paz”», cuenta Cymerman haciendo referencia al email recibido la noche anterior. El remitente: el Papa Francisco, a quien atenderá por teléfono en cuanto termine su encuentro con ELLE. Pero hay que remontarse a una década atrás para contar cómo el periodista y el pontífice iniciaron una amistad que ha trascendido hasta hoy.

Sucedió en Buenos Aires, en 2013, donde el rabino Abraham Skorka un día le comunicó a Henrique que su amigo Jorge Bergoglio, que acababa de ser nombrado papa, quería conocerle. Al parecer, al nuevo jefe de la Iglesia le interesaba mucho su trabajo desde Oriente Medio. Tras una cita en la residencia de Santa Marta, en el Vaticano, Francisco le preguntó qué podía hacer para “ayudar” en el conflicto palestino-israelí. «Yo le propuse que viniera a Israel», relata. A partir de ese momento, Cymerman se volvió el hombre que, junto a un pequeño equipo dirigido por él, gestó la idea de la plegaria por la paz en los Jardines del Vaticano y propició la visita del pontífice a Tierra Santa, que culminó en un encuentro con Mahmud Abbas y el fallecido primer ministro israelí Shimon Peres.

pope francis visits portugal for world youth day
Vatican Pool//Getty Images
Henrique Cymerman y el papa Francisco durante su encuentro en Lisboa el pasado mes de agosto.

Hoy Henrique habla con humildad de su importante papel en esa iniciativa–en 2015 fue candidato al premio Nobel de la Paz–, pero lamenta que, una década después, la situación sea infinitamente peor. «A mí el premio que más me interesa siempre es el que está por venir. Por eso queremos que el evento que estábamos preparando para este año y que se ha postergado por la guerra, no sea un acto aislado, sino proyectos concretos y con continuidad en el tiempo», adelanta de sus conversaciones con el papa. «A principios de diciembre íbamos a organizar a un encuentro en Abu Dhabi con líderes de todo el mundo. Pero no se trataba de otra Plegaria por la paz, como hicimos hace 10 años, sino que esta vez tenían que firmar un documento que yo escribí y que el papá lo aceptó, el Pacto humano», explica sobre este evento que tratarán de llevar a cabo el próximo año y en el Vaticano.

Pero aclara algo más: «No soy tan inocente como para pensar que, con un acto, podemos solucionar todos los problemas. Pero tenemos que hacer algo, tenemos que reunir las mentes más brillantes del planeta, la gente con más poder para hacer un cambio, para no dejar que aquellos que quieren destruir al ser humano ganen. Y no podemos tirar la toalla», dice sin resignación.

Cymerman hace referencia al libro de 2010 que recogía las largas conversaciones entre el entonces cardenal y arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio, y el rabino Skorka, Sobre el cielo y la tierra, para hacer suyas algunas de las reflexiones del papa: «Él, que es un hombre de paz y se opone a todo tipo de violencia incide mucho en que debemos luchar contra los radicalismos y los fundamentalismos. Por eso creo que lo que hay que hacer es unir a la gente de bien para intentar traer más paz. Y no digo la paz absoluta, porque hay zonas del mundo en las que es muy difícil… pero después de todos estos años de seguir conflictos, he aprendido que la paz y la guerra no son algo dicotómico. Hay una serie de tonos en medio del blanco y del negro, de modo que lo que tenemos que hacer es alejarnos lo más posible de la violencia e intentar llevar a la humanidad y a las próximas generaciones lo más cerca posible que podamos a los valores de la paz. Y hay que educar en ese sentido».

El pasado y el perdón

En este punto, Cymerman hace una reflexión personal. Él, nieto de un judío polaco exiliado que se libró de la matanza de toda su familia a manos de los nazis, recuerda cómo de niño su abuelo le dijo que prefería no hablar de aquella sórdida experiencia para que ni él ni sus hermanos crecieran con odio. Sin embargo, han pasado más de 50 años para que él recoja parte de esta historia en su último libro, Conversando con el enemigo: «Toda la familia de mis abuelos fue exterminada en agosto de 1942, en una localidad polaca –ahora ucraniana– llamada Lutsk: en un mismo día les hicieron excavar su fosa y los fusilaron a todos. Unas 80 personas de la familia. Aún no he tenido el coraje de ir ahí, pero justo durante esta guerra llegué a la conclusión de que tengo que verlo, tengo que ser adulto, ir y enfrentarme con mis fantasmas», confiesa.

Aunque este hombre, hoy sereno y apaciguador, también sufrió de pequeño la violencia en forma de antisemitismo. Le sucedió en dos ocasiones y por parte de la misma persona: el director del exclusivo colegio de Oporto donde estudiaba y perteneciente a la orden de los maristas. Sin embargo, la vida a veces brinda ocasiones para reconocer el poder del perdón: «Curiosamente, más de 50 años después, durante la presentación de uno de mis libros en Oporto, delante de todos los asistentes un sacerdote se me acercó y me pidió perdón por lo acontecido en nombre de su congregación. Me pareció un acto de tal valentía que cómo no vas a perdonarlo...», relata.

Por eso ahonda en el poder de la tolerancia y el respeto entre las personas. “Creo en la gente de bien, aunque seamos distintos, aunque pensemos distinto, aunque tengamos diferentes religiones o culturas, más allá del género: creo que la gente de bien tenemos que unirnos para hacer frente al mal. Y el mal no es monopolio de nadie. La gente de bien es la que quiere que la vida de nuestros hijos, de nuestros nietos y de nuestros bisnietos sea mejor».

Tal vez eso explique que el papa Francisco se refiriera a él como un “ángel de la paz”. «Tiene mucho sentido del humor –explica restándole importancia–, y, cuando me dijo aquello, le respondí: “Pero si no tengo alas...”. A lo que él replicó: “Ya te saldrán”».

Y nos regala alguna pincelada de sus encuentros privados con el pontífice: «Vive en una habitación modestísima. ¡Parece la de un hotel de tres estrellas de los años 70!», bromea. O de su proceder con la tecnología: «Cuando me envía emails,lo que recibo es una foto de un texto manuscrito por él. Y un día le pregunté: “Pero, ¿por qué no lo dicta? Tiene gente para eso…”. ¿Y sabes qué me contestó?: “Para que sepas que soy yo quien escribe”».