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Una primera cita, una segunda. Escoges bares acogedores, con ambiente, pero no demasiado. Bares donde poder hablar y decir todas esas cosas tan definitorias que se dicen en las primeras citas. De lo esporádico saltamos al plan, al futuro común a corto plazo. Ese restaurante italiano con tan buena pinta, una película, una exposición, un concierto, una escapada. Encuentros cada vez más recurrentes entre dos personas cada vez menos extrañas. Una conversación en WhatsApp que ya no empieza ni acaba, qué tal el día, qué has comido, qué tal en el trabajo, qué serie estás viendo. Y así pasan las semanas y los meses y de repente te das cuenta y ha pasado un año. Un año de citas, de conversaciones, de sexo. Qué poderosa es la inercia. Ha pasado un año y no sabes muy bien cómo has llegado hasta aquí, ni qué pasa ahora. ¿Qué sois? ¿Novios? ¿Otra cosa? ¿Qué cosa? ¿Está bien que sigáis viendo a otras personas? Todas tenemos al menos una amiga en esta situación, y si no la tienes es probable que la amiga seas tú.

Más que amigos pero no pareja

Lo de las no-etiquetas ya se parodia a sí mismo. El diccionario de Oxford eligió ‘situationship’ –más que amigos, pero no pareja, así como en el limbo– como uno de los términos que definieron a la sociedad en 2023. Sin embargo, por mucho lingo que le demos, este limbo emocional suele tener poco de glamuroso porque no se nos da bien vivir en la incertidumbre. «Tener la conversación es importante cuando sentimos que necesitamos respuestas, asentar lo que estamos viviendo para comprobar que ambos vamos en la misma dirección», explica la psicóloga Silvia Llop. «La consecuencia de la incertidumbre es una bajada de autoestima directa y constante. Si sigues ahí, donde no se te está dando ninguna certeza y tú la necesitas, vas a acabar con la autoestima en el suelo», añade.

Varios estudios a cargo de expertos en comunicación interpersonal concluyen que el estado de la relación es uno de los temas más evitados por las parejas heterosexuales que se están conociendo. Este momento de definición del qué somos y el adónde nos dirigimos requiere una buena comunicación que, justo cuando más se necesita, brilla por su ausencia. ¿Por qué falla nuestra capacidad de comunicarnos? ¿Por qué evitamos la conversación? Dos de esas expertas, Leanne Knobloch y Katy Carpenter-Theune comprobaron en 2004 que la razón más frecuente es pensar que hablar de la relación podría destruirla. Para las generaciones que ahora empiezan relaciones, y que lo hacen, además, con la herencia de las ‘no-etiquetas’, esto es un motivo de preocupación. El 57% de los usuarios de la Generación Z en la app de citas Hinge admiten que se han contenido a la hora de decirle a alguien cómo se sentían y de tener la conversión sobre ‘qué somos’ porque les preocupaba que ésto les echase para atrás, según una encuesta a más de 15.000 usuarios. En el caso de los Millennials, el porcentaje baja al 39%.

La incertidumbre: causas y consecuencias

Quienes lo han estudiado coinciden en que la clave reside en nuestra relación con esa incertidumbre: actuamos con ella como la pescadilla que se muerde la cola. La falta de información nos lleva a querer pedirla, pero es esa ausencia de certeza la que hace que no nos atrevamos a plantear la conversación. «Si una persona no está segura en una relación, tiende a evitar la comunicación directa porque es arriesgada, porque la expone al rechazo y a la herida. Así, las personas que más necesitan hablar de su relación son las que más dificultades tienen para hacerlo. Muchas veces la gente prefiere vivir en la incertidumbre antes que arriesgarse al rechazo», explica Rachel McLaren, profesora en la Universidad de Iowa y experta en comunicación aplicada a relaciones interpersonales. La psicóloga Silvia Llop coincide en esta afirmación: «Si una persona nota que la otra no va en la misma dirección, que no la prioriza, que no quiere una relación, le intimida preguntar por la posibilidad de una respuesta que no quiere oir. En ese caso, es más fácil dejarlo pasar y pensar que las cosas se van a solucionar solas».

Existen personalidades más propensas a sufrir los efectos adversos de la incertidumbre, pero la causa de más peso es la actitud del otro, quien nos da las señales de alerta, quien propicia que esa conversación nos intimide o, directamente, la evita activamente. Llop se refiere a este perfil como «el de la persona que no quiere una relación, pero tampoco conflicto. Está bien como está, quiere seguir así» y nos invita a distinguir a quien no quiere tener una relación –y lo expresa con sinceridad– de quien quiere, directamente, evitar la conversación. «En el segundo caso está la toxicidad. Son personas que no tienen muy buena gestión emocional, que actúan con cobardía, que no saben cómo encarar la situación y no quieren conflicto. Es un perfil evitativo. También es un poco de jeta», argumenta.

¿Qué es y qué no es esta conversación sobre ‘qué somos’?

La cultura pop ha convertido a esta conversación en un cliché. Tiene muy mala prensa, tanto por parte de quienes la temen como de aquellos a quienes no interesa tenerla. A modo de línea fina frente a la brocha gorda del prejuicio, lo primero y más importante: hablar sobre la relación no significa firmar un contrato ni es una estrategia para convencer al otro de atarse hasta que la muerte nos separe. Tampoco tiene por qué implicar exclusividad, monogamia. La cuestión es mucho más simple: se trata de una necesidad para quien siente, en un momento dado, que necesita certezas. Una herramienta para saber si estamos en el mismo punto. Un quitarse la venda, vaya. Poder tomar decisiones informadas. «Esto es una conversación, no una negociación. Es necesario escuchar y respetar puntos de vista. Aunque no sea la respuesta que esperabas, al menos ahora tienes más información que te ayudará a decidir si quieres seguir adelante o dejarlo», explica Logan Ury, directora de Ciencia de las Relaciones de Hinge. «Si alguien no quiere estar contigo, es mejor saberlo ahora».

Eso, para quien necesitaba respuestas. Para la otra persona, para quien estaba bien como estaba y no le venía nada bien la conversación, es también muchas otras cosas: es apertura y generosidad emocional, es abrirse a la vulnerabilidad, validar las emociones ajenas. Es, ante todo, responsabilidad afectiva. La vida es la historia que nos contamos, la sucesión de relatos que construimos sobre nuestro lugar en el mundo, a menudo junto a otras personas. En una relación, sea el que sea este relato dentro de la más absoluta diversidad, es importante que esté claro para ambas partes.